Año 22, N.º 46: julio - diciembre 2023

 

Un diálogo íntimo entre raza y género en el Centenario del Sufragio Femenino[1]

 

Mimi Yang *

http://orcid.org/0000-0003-4070-5323

 

* Doctora en Lengua y Literatura Española por la Universidad de Arizona. Catedrática Emérita de Lenguas Modernas en Carthage College, Wisconsin, EE. UU. Autora del libro The Tricultural Personality (Chinese, Hispanic, English): A Paradigm for Connecting Culture Differences (Nueva York: Edwin Mellen, 2014). Autora de numerosos artículos sobre múltiples aspectos de la literatura y cultura de Latinoamérica, como de temas estadounidenses. En 2004 se le otorgó el premio Wisconsin Global Educator Award at Higher Education Level. Correo: myang@carthage.edu

 

Traducción: Yinnia Mora-Ordoñez

 

Resumen

El Centenario del Sufragio Femenino ha llegado en un momento culturalmente divisivo en los Estados Unidos, así como en un año de elecciones presidenciales de alto riesgo. Todo esto va acompañado del surgimiento del movimiento «Black Lives Matter» (La vida de las personas negras importa) a escala mundial tras la muerte del afroamericano George Floyd bajo las rodillas de policías blancos. En una Estados Unidos de América en la que «no puedo respirar» es un nuevo momento de despertar cultural ¿Es el Centenario un divisor o unificador para las mujeres estadounidenses en 2020? Este artículo tiene como objetivo responder a la pregunta a partir de la revisión de las Enmiendas 14 y 15 a la Constitución y del pensamiento de figuras icónicas como Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony, Frederick Douglass, William Edward Burghardt Du Bois y Mary Church Terrell. Con un enfoque interdisciplinario anclado en los estudios históricos y culturales, el artículo analiza la división entre los dos elementos viscerales pertinentes a la identidad cultural (género y raza[2]) en el Movimiento por el Sufragio de la Mujer, dibuja un patrón de su intersección y traza una «doble conciencia» (tomando prestado el término de W.E.B. Du Bois). El artículo argumenta que el movimiento por el sufragio femenino fue de hecho un paso gigantesco hacia el ideal estadounidense de igualdad de género, pero no alcanzó la igualdad racial. Hay un legado mixto para abrazar y reevaluar al mismo tiempo; por lo tanto, el Centenario del Sufragio Femenino no debe ni puede ser una celebración de un solo tema de género, ni una sinfonía única para todos, sino una ocasión histórica para un diálogo íntimo y matizado entre género y raza. El artículo sugiere que el Centenario no solo debe celebrar a las sufragistas estadounidenses blancas, sino que debe ser una oportunidad para dar un paso histórico para cruzar la línea de color que ha aislado a las mujeres afroamericanas, así como a las mujeres de color de otras razas, etnias y herencias del centro de poder.

 

Palabras clave: Jerarquía racial, Sufragio femenino, 13a y 14a enmiendas de la Constitución de EE. UU.
An Intimate Dialog Between Race and Gender at Women’s Suffrage Centennial

 
Abstract

Women’s Suffrage Centennial has arrived in a culturally divisive time in the United States as well as in a high-stakes presidential election year. All this is accompanied with the emergence of «Black Lives Matter» movement on a global-scale in the wake of the African American man George Floyd’s death under the knees of white police officers. In an «I cannot breathe» America at a new cultural awakening moment, is the Centennial a divider or unifier for American women in 2020? This article aims to answer the question by revisiting the 14th and 15th Amendments to the Constitution and iconic figures like Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony, Frederick Douglass, William Edward Burghardt W.E.B. Du Bois, and Mary Church Terrell. In an interdisciplinary approach anchored in both historical and cultural studies, the article scrutinizes the split between the two visceral elements pertinent to cultural identity –gender and race– in Women’s Suffrage Movement, draws a pattern of their intersection, and maps out a «double consciousness» (to borrow W.E.B. Du Bois’ term). The article argues that the women’s suffrage movement was indeed a gigantic step towards the American ideal of gender equality, but it fell short of racial equality. There is a mixed legacy to embrace and to reevaluate at the same time. Therefore, Women’s Suffrage Centennial should not and cannot be a single-issue gender celebration, nor a one-size-fits-all symphony, but a landmark occasion for an intimate and nuanced dialog between gender and race. The article suggests that the Centennial should not only celebrate white American suffragists but should be an opportunity to make a historic step to cross the color line that has cutoff African American women, as well as women of color from other races, ethnicities, and heritages from the power center.

 

Keywords: Racial hierarchy, Women's suffrage, 13th and 14th Amendments to the US Constitution

 

 

Un dialogue intime entre la race et le genre dans le Centenaire du Suffrage des Femmes

 

Résumé

Le centenaire du suffrage des femmes est arrivé dans un moment culturellement décisif dans les États-Unis, ainsi que à un an des élections présidentielles à haut risque. Tout ceci est aussi accompagné de l’émergence du mouvement «Black Lives Matter» (La vie des noirs compte) à échelle mondial après la mort de l’afro-américain George Floyd sous les genoux des policiers blancs. Dans ces États-Unis d’Amérique où «je ne peux pas» respirer, c’est un nouveau moment d’éveil culturel. ¿Est-ce que le centenaire est un séparateur ou un unificateur des femmes américaines en 2020? Cet article vise à répondre cette question à partir de la révision des amendements 14 et 15 de la Constitution, ainsi que de la pensée des figures iconiques telles que Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony, Frederick Douglass, William Edward Burghardt Du Bois et Mary Church Terrell. Sous une approche interdisciplinaire ancrée dans les études historiques et culturelles, l’article analyse la séparation des deux éléments viscéraux pertinents à l’identité culturel (le genre et la race) dans le Mouvement pour le Suffrage des Femmes; cette dite séparation dessine un patron de leur intersection et en même temps trace «une double conscience» (terme emprunté de W.E.B Du Bois). L’article argumente que le mouvement du suffrage des femmes a été, en effet, un pas immense vers l’idéal américain d’égalité de genre mais il n’a pas atteint l’égalité raciale. Alors, il y a un héritage mixte pour embrasser et réévaluer en même temps; c’est pourquoi le centenaire du suffrage des femmes ne doit ni ne peut être une célébration du genre comme un seul sujet, non plus comme une seule symphonie unique pour tous; au contraire, elle est une occasion historique pour un dialogue intime et combiné entre le genre et la race. Finalement, cet article suggère que le Centenaire de doit pas seulement célébrer les Suffragettes américaines blanches, sinon qu’elle doit être une opportunité pour donner un pas historique et traverser la ligne de la couleur qui a isolé aux femmes afro-américaines, ainsi que les femmes de couleur d’autres races, ethnies et les héritages du centre du pouvoir.

 

Mots-clés: Hiérarchie raciale, suffrage des femmes, 14e et 15e amendes de la Constitution des États-Unis.

 


 

Introducción 

 

El derecho al voto define la ciudadanía constitucional. Hace un siglo, la larga y ardua victoria del derecho al voto de las mujeres culminó con la aprobación de la Enmienda 19 a la Constitución de los Estados Unidos el 18 de agosto de 1920, así se completó un círculo de ciudadanía para las mujeres. Ahora la mujer podía votar como sus homólogos masculinos (blancos), como ciudadana plena e igualitaria. En la superficie, esta es una narrativa indiscutible y, de hecho, ha encontrado su camino en los libros de texto, hasta filtrarse a través de la imaginación de la nación durante un siglo. Sin embargo, si el derecho constitucional al voto es una definición básica de ciudadanía, las mujeres de color aún no podían ejercerla plenamente para 1920, sino que lo hace hasta 45 años después, en la era del Movimiento por los Derechos Civiles, con la Ley de Derechos Electorales de 1965, promulgada como ley por el presidente Lyndon Johnson. 
Como una de las leyes de derechos civiles de mayor alcance, la Ley de derechos electorales de 1965 abordó los obstáculos creados que habían impedido que los afroamericanos y las mujeres de color en general participaran en la vida política de la nación. La Ley de 1965 finalmente eliminó las pruebas de alfabetización, los impuestos electorales y el requisito de ser dueño de propiedad, entre otros requisitos diseñados, «tácticamente», a nivel estatal, que efectivamente habían despojado a los afroamericanos y otras minorías del derecho legítimo al voto. 
Otorgado en la Enmienda 15, en 1870, los derechos de voto de una persona de color no se ejercieron hasta 1965. La historia parece haber dado a luz a dos naciones: la blanca, en el centro, con el título de una narrativa «estándar»; la no blanca en la periferia, «no apta» para ser contada en igualdad de condiciones. Entonces ¿De quién es el centenario del movimiento por el sufragio femenino en 2020? ¿Qué Estados Unidos es relevante para el evento histórico?
Elizabeth J. Clapp resume las características de los aniversarios del movimiento sufragista femenino:
 
Tradicionalmente, las personas historiadoras veían la lucha por el sufragio como parte de la historia de la democracia en los Estados Unidos, un esfuerzo por ampliar el derecho al voto a todos los estadounidenses. Escribieron historias organizativas del movimiento por los derechos de las mujeres, centrándose en la campaña en el voto, y los biógrafos incluyeron a las sufragistas entre sus proyectos. Estas historias pioneras se fijaron en mujeres excepcionales que operaban en el mundo masculino. Las caracterizaron como blancas, de clase media y que en su mayoría vivían en la costa este, lo que... reflejaba poco de la diversidad y variación regional...[3] 
 
De hecho, ha sido una tradición de larga data y un estándar bien aceptado celebrar el sufragio femenino basado en un solo tema de género, con un grupo de sufragistas icónicas: blancas, de clase media y de la costa este. La tradición ha institucionalizado una percepción cultural generalizada de que el movimiento por el sufragio femenino es blanco o WASP (White-Anglo-Saxon-Protestant/blanco-anglosajón-protestante); una celebración «estándar» que, como tal, ha «reflejado poco la diversidad y variación regional». Así lo observó Clapp hace más de una década. Para 2020, sin embargo, una celebración «blanca» de talla única resulta evidentemente inadecuada, dada la demografía del siglo XXI, claramente transformada en comparación con la de hace un siglo. El movimiento del centenario del sufragio femenino presenta una plataforma muy necesaria para examinar estas transformaciones y su impacto en la forma en que se enmarca y se celebra cada aniversario y ahora el centenario.
Al revisar el libro de Ellen Carol Du Bois de 2020 Suffrage: Women's Long Battle for the Vote (Sufragio: Largas batallas de mujeres por el voto), Donna Seaman afirma que: «La historia del sufragio en los Estados Unidos es dramática, exasperante, paradójica y saturada de sexismo y racismo»[4]. No es una historia en blanco o negro, sino gris en diferentes tonalidades en diferentes momentos. El libro de Du Bois explora con profundidad los vínculos del movimiento sufragista femenino, desde la abolición de la esclavitud y la compleja composición de las «antepasadas» del movimiento sufragista Lucretia Mott, Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony y Sojourner Truth. Du Bois señala que: «El movimiento por el sufragio femenino tuvo un alcance increíble. Fue sostenido y transformado a través de cambios políticos, sociales y económicos masivos en la vida estadounidense y llevado adelante por lo menos por tres generaciones de mujeres estadounidenses»[5]. Por lo tanto, el significado del sufragio para las mujeres estadounidenses nunca ha sido grabado en piedra; se transforma y se altera a medida que «las esperanzas y los temores por la democracia estadounidense suben y bajan»[6]. 
Desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra Civil, la Reconstrucción, la Era Progresista, el Movimiento por los Derechos Civiles, el umbral de la era global, el tiempo poscolonial/postindustrial y el universo digital/informativo, lo que significa ser una mujer americana cambia, evoluciona y se transforma. La palabra «mujer» ya no significa una mujer arquetípica blanca que representa a todas las mujeres. Debido a los cambios demográficos, las transformaciones sociopolíticas y las reconfiguraciones económicas, la victoria del sufragio femenino nunca se ha desarrollado como una línea directa, pero se enseña a entenderla como un binario de un solo tema de mujeres-derrotando-hombres o feminismo-derrotando-sexismo. Lejos de ser «pulcro» y «encajar» con nuestros marcos mentales, el sufragio femenino fue una victoria del feminismo contaminado por el racismo, de un logro de la igualdad de género que rechazó la igualdad racial.
Actualmente, se vive en una época racialmente susceptible, culturalmente divisiva y políticamente polémica. El 2020 no solo marca el Centenario del Sufragio Femenino, sino también el año de una elección presidencial de alto riesgo, en medio de un movimiento Black-Lives-Matter (La vida de las personas negras importa) sin precedentes. Género y raza se alinean para configurar el panorama sociopolítico actual; las voces en competencia chocan en el odio, la intolerancia y, a veces, en la violencia. Entonces la pregunta es: ¿Estamos equipados y listos para un diálogo de raza/género frente a la desconexión, la desconfianza y la diatriba en el 2020?

 

La respuesta es: no del todo y todavía no

 

Este artículo profundiza histórica y culturalmente en un examen de la causa raíz de «por qué no todavía» en el 2020. Como artículo interdisciplinario, sus narrativas, análisis, argumentos y conclusiones en las siguientes secciones están anclados en estudios históricos, pero para estudios culturales, compromiso y resultado. La historicidad, con hechos y evidencias, establece una base tangible para tejer narrativas culturales y la extrapolación de patrones culturales[7]. Se produce un diálogo íntimo entre género y raza cuando se reconoce el miedo familiar y la intolerancia del pasado, y rastreamos divisiones similares, patrones en el momento histórico actual y el panorama sociopolítico actual. Por lo tanto, como metodología, el artículo se involucra en interpretaciones y análisis del contexto y el texto basados en la investigación. La historicidad delinea contextos históricos y sociopolíticos que han producido figuras icónicas, eventos emblemáticos y escritos/textos influyentes. Por el contrario, las documentaciones y los trabajos escritos dejados por aquellos que hicieron historia brindan evidencia textual de los contextos en los que vivieron, crearon y moldearon. En una interacción simbiótica, contextos y textos se reflejan entre sí para configurar una historia cultural que habla hoy. En la coyuntura de la historia, la cultura y la sociedad, un diálogo íntimo entre el género y la raza celebra el centenario del sufragio femenino y disecciona la injusticia racial de la actualidad, como lo demuestra la trágica muerte de George Floyd en mayo del 2020. Estos eventos dan forma y configuran la cultura estadounidense para los próximos años.

 

Parte 1. El eslabón perdido entre género y raza en el 2020: el binario y la línea de color
 
En el momento actual de división política e injusticia racial, falta el vínculo entre género y raza, y más aún el de diálogo. De hecho, fue cercenado hace un siglo por la colisión entre el centro de poder y su periferia, lo estándar y lo diverso, en la cultura estadounidense. Ambos lados tropezaron con la infranqueable y perenne «línea de color», para usar el término de W.E.B. Du bois, que divide a la nación en dos desde sus inicios. Como elemento fundamental de la cultura estadounidense, el movimiento por el sufragio femenino fue un paso sociopolítico y cultural gigantesco para las mujeres que pasaron de la periferia de género al centro de poder patriarcal. Sin embargo, irónicamente, este paso gigantesco no es inmune a la formación de un binomio interseccional centro/periferia dentro del movimiento sufragista femenino, con mujeres blancas en el centro de poder y afroamericanas, así como todas las demás mujeres de color, en la periferia.
En 1848, Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott organizaron la Convención de Seneca Falls para lanzar el movimiento por los derechos de la mujer en los Estados Unidos. Posteriormente, mujeres de todo el país protestaron, piquetearon y fueron encarceladas para asegurar su derecho constitucional al voto. Ese fue un momento histórico cuando las mujeres se enfrentaron a una estructura de poder patriarcal que había estado en contra de ellas en los Estados Unidos. Si bien todos los hombres nacen iguales en este gran país, las mujeres estadounidenses de todas las razas han tenido que luchar por el derecho al voto y así ser ciudadanas de pleno derecho y seres humanos iguales. La opresión patriarcal toma innumerables formas a través de las culturas y durante milenios a lo largo de la historia humana. Sin embargo, la forma básica y universal es la jerarquía binaria y de género de hombre/mujer. Se necesita coraje e ingenio para escribir la historia con una mano femenina y las mujeres estadounidenses hicieron precisamente eso en 1848, así colocaron a la nación en el camino hacia la igualdad de género. Después de 72 años, el 4 de junio de 1920, el Congreso aprobó la Enmienda 19 a la Constitución y otorgó a las mujeres el derecho al voto por primera vez en la historia de los Estados Unidos. Muchas pioneras del movimiento no vivieron para ver el fruto histórico de su duradera y prolongada lucha. «Solo dos mujeres que participaron en la convención de Seneca Falls seguían vivas cuando entró en vigor la Decimonovena Enmienda»[8].  En el centenario, en todo el país, museos, bibliotecas, escuelas e instituciones celebran la aprobación de la Enmienda 19 con foros, exposiciones, seminarios, conferencias y fiestas. No hace falta decir que esta es la ocasión de la celebración nacional de género que mueve a las mujeres estadounidenses al unísono para honrar el legado de las sufragistas. Se espera que todos recuerden o aprendan lo que enseñan los libros de texto. Hay una versión «estándar» y «centralizada» de lo que pasó hace un siglo y sobre quiénes fueron sus protagonistas. Las personas de todos los espectros políticos, géneros, razas y grupos de edad se reúnen para admirar a las sufragistas valientes, visionarias y resistentes. La ocasión se trata en gran medida como una victoria de un solo tema de la igualdad de género y como un compromiso binario de cómo el feminismo derrotó al sexismo.
La celebración de «corriente principal» y «estándar» sostenida durante mucho tiempo implica una suposición única para todos. Se supone que las mujeres WASP representan a todas las mujeres de todas las razas y herencias, encarnan el género de la mujer estadounidense y hablan por todas las mujeres con una sola voz de igualdad de género. La uniformidad y universalidad de WASP se ha establecido al descartar la diversidad y la desigualdad racial dentro del ámbito del género. No todas las mujeres fueron creadas iguales en la historia de los Estados Unidos; la lucha por la igualdad racial se resume y, a menudo, se eclipsa en la lucha por la igualdad de género. Mantener a las mujeres de color en la periferia, en un papel de apoyo o sin relevancia para el sufragio de las mujeres blancas, o simplemente descartar su existencia, son algunos de los mecanismos de la división racial. No es sorprendente que haya un canon que considere a las mujeres WASP como héroes, líderes y salvadoras incuestionablemente perfectas e impecables para todas las mujeres estadounidenses. Esta es la narrativa estándar rara vez cuestionada y reevaluada en la historia del sufragio. Sin embargo, después de un siglo de inmigración y cambios demográficos, en el 2020, los términos «mujeres» o «mujeres estadounidenses» se expanden a territorios previamente inexplorados, mientras giran en torno a dos fuerzas evocadoras en juego para definir estos conceptos: la del centro que universaliza los términos en sentido vertical y el de la periferia que diversifica el término en sentido horizontal.
Primero, hay que centrar la atención en la fuerza universalizadora y vertical. Tras el centenario del sufragio, el término «mujeres estadounidenses» todavía se usa en gran medida en referencia a las mujeres WASP como en la historia. Rara vez se ha reflexionado sobre sus fundamentos culturales. Es una imaginación cultural ampliamente aceptada o consentida que las mujeres WASP son el rostro y la voz de todas las mujeres estadounidenses de todas las razas y herencias, del movimiento de sufragio femenino y del centenario. Estatuas y monumentos de Susan B. Anthony, Elizabeth Cady Stanton, Lucretia Mott, Amelia Mott y Lucy Stone adornan parques nacionales, ciudades y sitios históricos, institucionalizando la narrativa de que el sufragio femenino es «blanco». Sojourner Truth fue incluida más tarde en una de las representaciones como respuesta a las críticas a la exclusión de las sufragistas negras. La fuerza universalizadora tiene mucho que ver con el «modelo» cultural que establecieron los WASP en el nacimiento de la nación. El «modelo» nunca ha sido alterado, a pesar de los desafíos del nuevo ADN cultural acumulado de la Guerra Civil y el Movimiento por los Derechos Civiles en particular. Los hombres y mujeres, programados en el diseño cultural inicial WASP, heredan estos genes culturales de generación en generación:

 

Los elementos centrales de esa cultura [estadounidense] se pueden definir de diversas maneras, pero incluyen la religión cristiana, los valores y el moralismo protestantes, una ética de trabajo, el idioma inglés, las tradiciones británicas de derecho, justicia y los límites del poder del gobierno, y un legado del arte, la literatura, la filosofía y la música europeos.[9] 
 
Desde una larga cultura y tradición dominada por los anglosajones en los Estados Unidos, estos elementos se han considerado esenciales y fundamentales; ellos son el «Credo Americano». Las mujeres WASP habían sido víctimas de los hombres WASP durante siglos; las mujeres WASP se pusieron de pie en el movimiento por el sufragio femenino y se convirtieron en un modelo a seguir para todas las mujeres oprimidas de todo el mundo. No obstante ¿Hasta qué punto las mujeres WASP comparten o rechazan la visión monoculturalista de Huntington? No es claro. Lo que está claro es que la visión de Huntington tiene el ADN cultural de los WASP como el estándar, la norma y la autoridad para dar forma y definir la cultura estadounidense. De manera paradójica, el ADN de la cultura WASP dejó su huella imborrable, a través de las propias sufragistas, en el movimiento sufragista femenino. Bastantes líderes sufragistas eran abolicionistas, pero se volvieron racialmente virulentos en la lucha por los derechos de las mujeres (blancas). Esta paradoja ha ayudado con la propiedad exclusiva de WASP de la historia del sufragio femenino, así como con la lucha de las mujeres por la igualdad de género en general. El sentido de exclusividad rechaza grupos de herencias no WASP y divide a los ciudadanos/mujeres en la corriente principal y los marginados. Por lo tanto, basado en el modelo WASP, dentro del movimiento por los derechos de las mujeres, las élites WASP erige un muro cultural para la exclusión y se crea un poder binario del centro/la periferia: mujeres WASP/mujeres afroamericanas.
En segundo lugar, se cambia el enfoque a la fuerza diversificadora y horizontal. Después de un siglo de inmigración continua, masiva y no anglo/nórdica, que inevitablemente provocó transformaciones sociales y culturales, el 2020 es testigo de un Estados Unidos de América «moreno» y «más plano». Hasta hoy, ha habido un aumento significativo de mujeres de color; estas ahora representan aproximadamente el 40 % de las mujeres de EE. UU.[10]. Cuando las mujeres estadounidenses se reúnen con motivo del Centenario del Sufragio, la unión está lejos de ser la misma, a pesar del interés compartido por la igualdad de género. A lo largo de la historia del sufragio, las mujeres de color nunca tuvieron mucha presencia, en el mejor de los casos, y en el peor de los casos fueron discriminadas y se les impidió ejercer su derecho al voto. Entonces ¿Qué es el Centenario del Sufragio Femenino para una mujer de color?[11] En el Estados Unidos «marrón» y «más plano» de hoy, las mujeres blancas no solo continúan su lucha por la igualdad de género en su vida profesional y personal, sino también una gama mucho más amplia de entidades marginadas, definidas por género y raza, se encuentran en la lucha diaria por la inclusión, la igualdad, la ciudadanía y la humanidad. Estos incluyen mujeres y hombres de color, inmigrantes, ciudadanos LGBTQ[12], personas de una fe no cristiana y miembros con necesidades especiales. Una población diversa y global sin precedentes, al igual que las mujeres blancas hace un siglo, está luchando para cruzar el poder binario del centro/la periferia separados por la línea de color. Sin embargo, su binario es diferente al que enfrentaron sus hermanas WASP; es un doble binario con un doble centro y una doble periferia: racial y de género. Una doble división impide que las mujeres de color sean ciudadanas de pleno derecho, ya que estos son enajenables en ambos frentes. Si la celebración del centenario destaca el liderazgo, la contribución y los logros de las mujeres blancas en términos universales, definidos por los valores verticales WASP, entonces, muchas mujeres americanas contemporáneas de color sin duda se considerarían «no aptas» con la narrativa del sufragio femenino; quedarían fuera de la historia de la nación.
La confrontación de la fuerza universalizadora del centro y la fuerza diversificadora de la periferia no solo lleva al centenario del sufragio femenino a la encrucijada de género y raza, sino que también revela una división más profunda entre ambos en el medio social actual. Una mujer de color en el 2020 ya no tiene la imagen de una esclava privada de libertad que trabaja en un campo de algodón en el Sur antes de la guerra, bien puede ser una persona muy educada, una abogada, una ejecutiva, una artista o una doctora en medicina. Por la Constitución, como mujeres blancas, una mujer de color tiene derechos iguales e «inalienables» de educación, ciudadanía y la búsqueda de la felicidad. Ella puede ser de una larga línea de antepasados que presenciaron el inicio de esta nación o puede ser una inmigrante de primera o segunda generación. Cualquiera de los dos cae en al menos una de estas categorías: nativos africanos-asiáticos-hispanos-musulmanes-LGBTQ estadounidenses. Estas identidades «no blancas» y no WASP, después de 100 años de lucha por la igualdad de género, aún no han cruzado «la línea de color» para ser aceptadas como inherentemente estadounidenses. Cuando una mujer afroamericana habla, invitaría a la percepción de «una mujer enojada». Cuando una mujer hispanoamericana está a cargo ¿Qué tan «estadounidense» es ella para merecer ese puesto? Esta sería una pregunta no formulada. Cuando una mujer asiático-estadounidense actúa con confianza en sí misma, sería etiquetada como una «banana»: amarilla por fuera y blanca por dentro. Todavía prevalece la noción de que ser blanco es ser estadounidense o más estadounidense que una persona de color.
El racismo y la línea de color en el 2020 no son tan crudos y brutos como los que caracterizaron a la sociedad hace un siglo. Están bien absorbidos por los sistemas institucionales y continúan deshumanizando a las personas de color en nombre de la ley, las convenciones, el patriotismo y los valores estadounidenses. En lo profundo del tejido de la sociedad y en el núcleo de la cultura, el centro continúa ejerciendo su dominio; las heridas de la periferia se reabren y continúan sangrando, interna o externamente, en presencia de un desencadenante externo. Como la última de una larga lista de víctimas negras del racismo sistémico, la muerte de George Floyd ha provocado una hemorragia racial no solo en los EE. UU. sino en todo el mundo. De manera más sutil y encubierta, el racismo institucional ha dejado su mancha imborrable no solo en el movimiento sufragista femenino, sino en las celebraciones de su aniversario. Los aniversarios del sufragio femenino «estándar» siempre han sido la celebración de figuras icónicas como Stanton, Mott, Anthony y Stone, entre otros. De hecho, la visión, el liderazgo, el espíritu y los logros de estas notables mujeres WASP han transformado la sociedad y remodelado la cultura estadounidense. De muchas maneras significativas en la lucha por la igualdad de género, las mujeres estadounidenses de todas las razas, etnias, religiones y herencias están en deuda con la historia que han hecho las mujeres WASP. Sin embargo, toda esta gloria no altera un pasado racializado y no cicatriza las heridas internas sufridas a lo largo de un siglo. La unión de las mujeres estadounidenses ya no significa homogeneidad de género sino diversidad de género. Que no todas las mujeres son creadas iguales sigue siendo una realidad en el 2020. No solo la nación, sino también el feminismo estadounidense todavía está dividido por la línea de color. La pregunta «¿Qué es el Centenario del sufragio femenino para una América ‘morena’ y ‘más plana’?» confronta el «centro» y el «estándar», reevalúa la «periferia» y lo diverso, además redefine el término de «mujeres estadounidenses». Un examen histórico de cómo la igualdad racial interactúa con la igualdad de género se vuelve indispensable para reformular las celebraciones del centenario.

 

Parte 2. Un diálogo bloqueado entre género y raza en la historia

 

Un diálogo requiere al menos dos partes para intercambiar información e ideas, debatir diferencias o enseñar/aprender entre sí en un proceso interactivo y generativo de ida y vuelta. En el sufragio femenino, el género y la raza se cruzaron como las dos partes dialogantes; en lugar de avanzar, se bloqueaban mutuamente, alterando así el binario dialógico que afectó la configuración cultural. Más de un siglo después del sufragio femenino, varias ideologías sobre raza y género han sido desplazadas. En una sociedad multicultural y multirracial, el alineamiento o el desvío de una ideología nunca sigue una línea recta, sino que es sinuosa e interconectada. Siempre hay minas terrestres y contextos contingentes que deben considerarse y tener precaución, tanto así que a menudo se tiene que hacer una caminata inmóvil, fosilizada por el miedo, desconfianza, intolerancia y, a veces, odio y violencia. Interesantemente, como los dos bloques constructivos de la cultura estadounidense, el género y la raza se rechazan o reconocen mutuamente como dos competidores en ciertas circunstancias políticas. A menudo son el elefante en la habitación, nunca en una posición cómoda para reconocer y articular la naturaleza, la importancia y, sobre todo, las posibles conexiones entre ellos. Preferían evitar asuntos y temas asociados con el otro. No es diferente a los gemelos rivales, la raza y el género, de la misma ascendencia, compiten por la atención social, la representación cultural y las voces legales en cualquier momento dado. Aunque se ha hecho un gran avance hacia la igualdad y la justicia social, los movimientos del sufragio femenino y los derechos civiles nunca han sido culturalmente congruentes e ideológicamente armoniosos. Tanto como las pistas ideológicas asociadas con el género y la raza pretenden o son orquestadas para mantenerse alejadas entre sí, sus trayectorias en la búsqueda de justicia social se vuelven paralelas en la misma dirección a veces e interceptadas en colisión otras veces.

Entonces ¿Qué ha cortado el vínculo entre género y raza y bloqueó el diálogo? La pregunta se coloca en un proceso de búsqueda interior con reflexiones históricas y autoexamen. Para buscar la causa raíz, hay que permitir ser galvanizados por las ratificaciones de los 14º y 15º enmiendas a la Constitución que paralelizaron la trayectoria del movimiento del sufragio femenino. Los giros y vueltas del movimiento dividieron, así como entrelazaron, género y raza. Se debe dejar que el diálogo largamente pospuesto comience desde donde ocurrió la división.

La Guerra Civil (1861-1865) llevó a dos sistemas económicos, el agrícola/plantación en el Sur y el industrial/urbanización en el Norte, a un enfrentamiento de vida o muerte. Las instituciones de esclavitud no solo eran la base de la economía del sur, sino también una división visible a simple vista de dos mentalidades conflictivas: libertad/igualdad para todos los seres humanos vs. libertad/igualdad para ciertos grupos. Ya sea en el Norte o en el Sur, las dos mentalidades libraron una guerra cultural debido a la Guerra Civil. El Norte ganó la guerra en el campo de batalla, pero dejó heridas históricas sin sanar, que continuaron sangrando por mucho tiempo después de la guerra. La época de la Reconstrucción (1865-1877), para la mejor definición de la palabra «reconstrucción», vio esfuerzos sin precedentes para sanar las heridas raciales infligidas a los ciudadanos afroamericanos y acortar las brechas culturales creadas por la desigualdad económica y la desigualdad social. Se puso en marcha una serie de políticas y leyes racialmente igualitarias. Las enmiendas 14 y 15 destacaron, ya que abordan los temas centrales de la Reconstrucción de frente: restaurar la dignidad humana fundamental de los esclavos, proteger los derechos de sus ciudadanos, avanzar con la igualdad racial y perseguir la justicia económica en una sociedad amargamente heterogénea. Estas son transformaciones constitucionales monumentales, diseñadas para evocar y dar cuerpo al ideal estadounidense de libertad e igualdad. Sin embargo, como leyes constitucionales, comprensiblemente, estos documentos normativos no se sumergieron en la profundidad cultural y psicológica para proporcionar una plataforma efectiva para un diálogo nacional entre género y raza. Lamentablemente, se perdió el vínculo entre los dos bloques constructivos principales de la cultura estadounidense.

Al revisar la división entre raza y género en la 14ª Enmienda, en la Sección 1 se establece que:

 

Todas las personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos, y sujetas a su jurisdicción, son ciudadanos de los Estados Unidos y del estado en el que residen. Ningún estado podrá promulgar o hacer cumplir ninguna ley que limite los privilegios o las inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos; tampoco podrá privar a ninguna persona de la vida, la libertad o la propiedad, sin el debido proceso legal; ni negar a ninguna persona dentro de su jurisdicción la protección igualitaria de las leyes.[13]

 

La 14ª Enmienda, ratificada inmediatamente después de la Guerra Civil el 9 de julio de 1868, fue un eco directo de los disparos en el campo de batalla para la emancipación de la esclavitud en este país. Después de casi un siglo, el lenguaje de «todas las personas» resuena inequívocamente con «todos los hombres son creados iguales» en la Declaración de Independencia, firmada en 1776 en la Casa Estatal de Pensilvania. La 14ª Enmienda otorgó la ciudadanía a «todas las personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos y sujetas a su jurisdicción, son ciudadanos de los Estados Unidos y del estado en el que reside»[14]. Los esclavos recién liberados eran el público principal e incluidos en «todas las personas». Además, la Enmienda supervisa y prohíbe que los estados nieguen a cualquier persona «la vida, la libertad o la propiedad, sin el debido proceso de ley» o «nieguen a cualquier persona dentro de su jurisdicción la protección igualitaria de las leyes»[15]. Nuevamente, «Vida y libertad» coinciden con «los derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» en la Declaración de Independencia. Elogiablemente, la Enmienda otorgó los derechos civiles a los afroamericanos y los reconoció como ciudadanos iguales en la Constitución. A pesar del manejo político local de los estados para posponer los derechos constitucionales de los afroamericanos, la 14ª Enmienda es el preludio legal que prefiguró el Movimiento de Derechos Civiles un siglo después. Según expertos legales, la Enmienda es «la frase más utilizada y frecuentemente litigada en la enmienda es 'protección igualitaria de la ley', que figura prominentemente en una amplia variedad de casos importantes»[16]. Esta es una de las Enmiendas más citadas para hacer cumplir los derechos civiles relacionados con la raza, el género, los derechos reproductivos y las acciones afirmativas. No solo los afroamericanos, sino todas las personas marginadas y deshumanizadas tienen la oportunidad de defenderse gracias a la ley de protección igualitaria en la 14ª Enmienda; esto envía un mensaje claro y fuerte de igualdad racial.

Mientras que la Sección 1 de la 14ª Enmienda aboga y experimenta la democracia interracial al reconocer los derechos de los afroamericanos con la cláusula como: «todas las personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos», no menciona la inclusión y la igualdad de género ¿No son las mujeres parte de «todas las personas»? La Sección 2 de la Enmienda, al asegurar específicamente la representación política masculina y el derecho al voto de los ciudadanos masculinos, excluye explícitamente a las mujeres:

 

Los representantes se repartirán entre los varios estados de acuerdo con sus respectivos números, [...] Pero cuando se niegue el derecho al voto en cualquier elección [...] a cualquiera de los habitantes varones de ese estado, siendo mayores de 21 años y ciudadanos de los Estados Unidos, [...] la base de la representación en ese estado se reducirá en la proporción que el número de esos ciudadanos varones tenga con respecto al número total de ciudadanos varones mayores de 21 años en ese estado.[17]

 

Limita el derecho al voto a «los habitantes varones de ese estado, siendo mayores de 21 años y ciudadanos de los Estados Unidos». «Habitantes varones» implica la inclusión de los hombres afroamericanos durante el período de sanación nacional. Semánticamente, el documento coloca a los hombres afroamericanos por encima (de las mujeres blancas) en el movimiento del sufragio. Si los hombres negros están por encima de las mujeres negras, probablemente estaría «bien» y sería «lógico». Ahora se perciben por encima de las mujeres blancas; las mujeres blancas eran la representación universal del género en ese momento. La Sección 1 y la Sección 2 de la 14ª Enmienda juntas establecen el escenario donde la igualdad racial choca con la igualdad de género. Como resultado, el sufragio femenino se vuelve controvertido entre raza y género. Garth Pauley citó el argumento del ala de Stanton-Anthony en el movimiento del sufragio.

 

(...) la causa de la libertad humana retrocedería con una enmienda que facilitaba el voto para el hombre negro mientras, al insertar la palabra masculina en la Constitución por primera vez, dificultaba más que antes que las mujeres obtuvieran la papeleta.[18]

 

«La 14ª Enmienda tensó la relación entre las mujeres blancas y los negros»[19]. La binaria de género hombre vs. mujer se encuentra interceptada con la binaria racial negra vs. blanca. Cuando las mujeres afroamericanas estaban en ausencia total, no había una ecuación de género como mujeres blancas vs. mujeres negras, sino un «quiasmo» de mujeres blancas vs. hombres negros, en el cual dos binarias en dos pistas diferentes se cruzaban: el género y la raza. Esto requiere un enfoque conjunto de género/raza para entender tanto a las sufragistas blancas como a los sufragistas negros, ya que están situados en un quiasmo cruzando dos categorías diferentes.

Vale la pena mencionar la invisibilidad de las mujeres afroamericanas durante la segunda mitad del siglo XIX. Su ausencia se debió en gran medida al doble obstáculo –género y raza– que siempre tuvieron que enfrentarse para entrar en una ecuación y ser contadas. Atraviesan ambas categorías de género y raza, pero ni el género ni la raza solos pueden representar una identidad completa de las mujeres afroamericanas o de cualquier mujer de color. Solo cuando el género y la raza están en diálogo e intersección, se pueden definir como ciudadanas y mujeres completas. Una simple binaria uno a uno en género o en raza reduce su complejidad representativa y las somete a sexismo o racismo. Por lo tanto, fueron/son el grupo más vulnerable en la negación de la identidad, cuando el diálogo entre el género y la raza está bloqueado. En la intersección de la raza y el género, la 14ª Enmienda, en busca de la igualdad racial, separó la raza del género y perdió el vínculo entre los dos.

La separación entre género y raza se vuelve más evidente cuando la 15ª Enmienda fue ratificada el 3 de febrero de 1870. El 2020 marca su 150 aniversario, coincidiendo con el centenario del sufragio femenino. El texto de la 15ª Enmienda dice[20]:

 

Sección 1. El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos a votar no será negado o restringido por los Estados Unidos o por cualquier estado debido a raza, color o condición anterior de servidumbre.

Sección 2. El Congreso tendrá el poder de hacer cumplir este artículo mediante legislación adecuada.

 

La Enmienda es más explícita que nunca al enfatizar un derecho al voto inclusivo que incluye a los afroamericanos, así como a todos los ciudadanos de color de manera general. Sin embargo, al igual que la 14ª, la 15ª Enmienda no menciona ni reconoce a las mujeres, lo que fue percibido por los sufragistas como despectivo y discriminatorio. Como resultado, la 15ª Enmienda creó una situación de piedra-papel-tijeras que obligó a los sufragistas a elegir una posición entre género o raza, para que pudieran trabajar hacia su convicción política y prioridad personal, según lo apropiado y factible. Esto sembró las semillas para la división del movimiento de sufragio femenino y la polarización entre género y raza en la cultura estadounidense. Algunos ciudadanos y políticos blancos que se reconciliaron con su conciencia y apoyaron el sufragio negro. «Este es el momento del negro» fue un grito de guerra de la época y «se convirtió en la respuesta universal a la apelación de las mujeres»[21]. Anthony y Stanton estaban profundamente amargadas por el «momento del negro», ya que creían firmemente que una mujer educada y blanca era superior y mucho más calificada para votar que un hombre afroamericano. Como luchadoras incansables por los derechos de las mujeres, se negaron a apoyar la enmienda y fundaron la Asociación Nacional de Sufragio Femenino (NWSA). Por otro lado, Lucy Stone y Henry Blackwell, quienes estaban más inclinados hacia el sufragio universal, apoyaron la enmienda y fundaron la Asociación Americana de Sufragio Femenino (AWSA). La aparición de las dos organizaciones de sufragio simbólica e ideológicamente dicotomizó la raza y el género. La separación entre la LATERSA y la AWSA iluminó la división subyacente, la línea de color, en la psique de la nación: el sufragio femenino (blanco) vs. el sufragio masculino negro ¿Cuál es la prioridad de la emancipación, el género o la raza? La omisión del género en la 15ª Enmienda ayudó al sexismo ya extendido; esto enfureció a las líderes feministas blancas. Para combatir el sexismo, «en lugar de argumentar por el sufragio en términos de derechos iguales»[22], los representantes de la LATERSA y más tarde de la Asociación Nacional de Mujeres Sufragistas recurrieron al feo racismo y la xenofobia. Al dar el voto a las mujeres (blancas), los líderes de estas asociaciones argumentaron que los votantes nativos y blancos serían garantizados y «numerosos inmigrantes y votantes no blancos»[23] serían superados en número. En un quiasma que cruza género y raza, ni el sexismo ni el racismo/xenofobia pueden llevar a cabo ningún diálogo, sino que albergan intolerancia y exclusión mutua, bloqueando así el diálogo entre género y raza.

La noción de que la 15ª Enmienda fue considerada para poner los derechos de voto de los afroamericanos antes que los de las mujeres indicaba el poder representativo de los hombres del siglo XIX, negros o blancos. Los hombres blancos representaban a todos los individuos blancos; de la misma manera, los hombres negros representaban a toda la comunidad negra. Por el contrario, las mujeres blancas fueron omitidas como no entidades, al igual que las mujeres negras fueron borradas. Estos fueron síndromes sexistas compartidos a través de las razas negra y blanca. Antes de las 14ª y 15ª Enmiendas, a pesar del sexismo y el racismo profundamente arraigados, los hombres negros y las mujeres blancas habían hecho alguna alianza estratégica para ganar el voto. Garth Pauley hizo un punto de una relación conveniente pero poco escrupuloso entre las sufragistas blancas y los hombres negros con una cita de la feminista negra Bell Hooks[24]:

 

Antes del apoyo de los hombres blancos al sufragio para los hombres negros, las activistas blancas creían que promovería su causa si se aliaban con activistas políticos negros, pero cuando parecía que los hombres negros podrían obtener el voto mientras permanecían privados de sus derechos, la solidaridad política con los negros fue olvidado e instaron a los hombres blancos a permitir que la solidaridad racial eclipsara sus planes para apoyar el sufragio masculino negro.[25]

 

Las enmiendas 14ª y 15ª dejaron «claro que el derecho al sufragio se otorgaría solo a los hombres afroamericanos, muchas sufragistas blancas se opusieron a las enmiendas 14 y 15»[26]. En este cruce, una relación uno a uno, ya sea blanco vs. negro o hombres vs. mujeres, no se mantiene; se difumina la división racial y se deconstruye la «lógica» de género. Si una sufragista blanca se aferra a la solidaridad racial ¿Cómo combatiría su posición marginada frente a los hombres blancos que habían sido la autoridad, la norma y el estándar para deshumanizarla? Si ella abraza la solidaridad de género ¿Cómo aceptaría a una mujer negra como su igual? ¿Debería apoyar a los hombres blancos o a las mujeres negras para ganar su lucha por el voto?

La relación uno a uno se vuelve inestable y fluida en la intersección; ya no es uno a uno sino uno a varios o varios a uno o varios a varios. La fluidez de la multiplicidad podría haber abierto un diálogo propositivo, pero no sucedió. Priorizar la raza sobre el género por las dos enmiendas fragmenta la coalición entre las mujeres blancas y los hombres negros. Anthony y Stanton tomaron una posición. En 1868, se reunieron con miembros de la Asociación Americana de Igualdad de Derechos (AERA American Equal Rights Association), incluyendo al primer alcalde de Boston Wendell Philips. Cuando Philips expresó su apoyo al sufragio negro y explicó por qué creía que las dos enmiendas ofrecían lo que podría ser la única oportunidad para los afroamericanos, «Anthony objetó vehementemente»[27].  Ella levantó su brazo derecho y proclamó: «Miren esto, todos ustedes. Y escúchenme juro que cortaré este brazo derecho mío antes de trabajar por o demandar el voto para el negro y no para la mujer»[28]. Claramente, en el vocabulario de Anthony, «mujeres» significa solo mujeres blancas y «el negro» significa solo hombres negros. Por lo tanto, su forma de dividir el género y la raza jerarquiza el género por encima de la raza de manera directa. La declaración de Anthony en la convención AERA de 1869 refleja vívidamente el racismo de su época, del cual ciertamente no era inmune:

 

La escuela antigua anti-esclavitud dice que las mujeres deben mantenerse atrás y esperar hasta que los negros sean reconocidos. Pero decimos, si no les das el pan entero del sufragio a toda la gente, dáselo primero a los más inteligentes. Si la inteligencia, la justicia y la moralidad tienen precedencia en el Gobierno, presenta primero el tema de la mujer y el tema del negro al final.[29]

 

Evidentemente, el sustantivo universal «mujeres» se reduce solo a significar mujeres blancas en Anthony y sus contemporáneos, quienes eran más inteligentes, juiciosas y morales que los «negros». A finales del siglo XIX en EE. UU., la raza blanca era ampliamente considerada superior a cualquier otra raza, por lo tanto, las (mujeres) blancas son naturalmente superiores a los «negros». La lucha por el derecho al voto resultó ser una competencia entre género y raza. La NWSA no solo se alejó del sufragio negro, sino que también consideró que los afroamericanos le quitaba la oportunidad de ganar el voto a las mujeres blancas. Aunque muchos creían que tanto el sufragio femenino como el sufragio negro eran justos y necesarios, la Constitución solo permitiría una transformación social a la vez. Los grupos que caen en las categorías de raza y género no tenían enmiendas ni marcos sociales para definirlos y proteger sus derechos. Las mujeres de color que cruzan las fronteras de género y raza lucharían para saber si deben luchar por el derecho al voto de las mujeres o por la igualdad racial. Las mujeres afroamericanas y las mujeres de color en general han sido históricamente encasilladas en la raza o el género, pero nunca ambos. El encasillamiento binario simple refleja la «división» sociológica, cultural y política del género y la raza, institucionalizada por las enmiendas 14ª y 15ª. Al final de la Era de Reconstrucción, el aumento del Ku Klux Klan y la ola de reversión de la democracia interracial borró completamente la ya débilmente visible huella de las mujeres afroamericanas y las mujeres de color de la historia. Mientras tanto, el movimiento del sufragio femenino (blanco) se estaba poniendo en marcha y ganando apoyo a nivel nacional. La Enmienda 19ª, ratificada el 18 de agosto de 1920, finalmente otorgó a las mujeres estadounidenses el derecho al voto, poniendo fin a casi un siglo de protestas desde la Convención de Seneca Falls de 1848. La 19ª Enmienda, efectiva de inmediato en el mismo año de su ratificación, es un hito de la histórica victoria para las mujeres (blancas). Derrotó el sexismo en el voto y sacudió la cultura estadounidense en su esencia, pero la esencia no se sacudió lo suficiente para borrar la línea de color, la mantuvo intacta.

Las enmiendas 14ª y 15ª proclamaron la democracia interracial, otorgaron a los ciudadanos de color el derecho definitorio e importantísimo al voto y les aseguraron la protección constitucional. Tanto como los dos documentos pretendían construir la igualdad racial, su alcance y profundidad fueron severamente limitados, ya que no estaban diseñados para abordar la división de color visceral en la psique de la nación. Dejaron espacio para un aumento retroactivo de la supremacía blanca en el siglo XIX para deshacer el ideal progresista de sanar e integrar la nación después de la Guerra Civil. Irónicamente, lo que bloqueó el diálogo entre género y raza es el esfuerzo mismo de las dos enmiendas para cruzar la línea de color, pero el esfuerzo se limitó a un binario racial simple, descartando un quiasma pluralista tanto en raza como en género. Además, el significado cultural de las mujeres o el género en el siglo XIX era centrado en los blancos. Las mujeres de color se encontraron en un terreno baldío, consideradas irrelevantes para la histórica transformación social, cuando debieron haber sido el catalizador del diálogo entre género y raza.

 

Parte 3. En la intersección: el diálogo de Frederick Douglass entre género y raza

 

Después de haber identificado lo que bloqueó el diálogo entre género y raza ¿Cómo se debe entablar el diálogo? Cuatro millones de esclavos fueron liberados con la victoria de la Unión en la Guerra Civil en 1865. A pesar de la Proclamación de Emancipación de 1863, el estatus social y legal de los esclavos se mantuvo sin cambios en la vida cotidiana y la institución de la esclavitud permaneció en pleno funcionamiento. La integración de los antiguos esclavos a la vida política y cultural de la nación y el regreso de los antiguos estados rebeldes del Sur a la Unión generó la necesidad de un diálogo sociopolítico y cultural urgente a nivel nacional con los antiguos esclavos, así como con los antiguos dueños de esclavos.

Como se indicó anteriormente, la era de la Reconstrucción (1865-1877) generó un conjunto de nuevas leyes y políticas hacia la sanación nacional y la igualdad interracial. Las enmiendas 14 y 15 allanaron el camino para que los antiguos esclavos participaran en la vida política del sur, como ciudadanos legales e iguales. Por primera vez la nación experimentó un esfuerzo a nivel federal para lograr una democracia interracial «en blanco y negro». En ese particular momento histórico, la línea de color fue eclipsada por el deseo de reconstruir y reunificar; el mundo blanco se cruzaba con el negro, no como amo-esclavo sino como iguales constitucionales. Sin embargo, la intersección era muy inestable y frágil para ser empujada cuando el KKK y la fuerza de la supremacía blanca revirtieron el rumbo al que se dirigían las Enmiendas 14 y 15. En menos de una década desde la aprobación de la Enmienda 15, la línea de color se redujo violentamente para dicotomizar el blanco y el negro. El racismo siguió echando raíces tanto en el Sur como en el Norte. Ni la Guerra Civil ni la Reconstrucción supieron coser la herida que había cortado la línea del color. Bajo estas circunstancias complejas y fluidas, no fue sorprendente que Stanton y Anthony respondieran al sexismo implícito en la Enmienda 15 con indignación racista. Dar prioridad a las mujeres blancas sobre los hombres negros en el movimiento de sufragio femenino no solo alienó a los afroamericanos, sino que también reflejó las relaciones raciales volátiles en la era posterior a la Guerra Civil. En medio del racismo desahogado por las sufragistas blancas que él admiraba, Frederick Douglass (1818-1891) tomó una posición diferente; al hacerlo, personificó un diálogo más bien una diatriba en la intersección entre raza y género.

De una herencia racial mixta, Frederick Douglass era un conocedor intercultural, un firme partidario del sufragio femenino, así como del sufragio negro. Como exesclavo, abolicionista y editor del Rochester North Star, fue uno de los pocos hombres presentes, junto con Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott, en la convención de Seneca Falls en julio de 1848. Fue una convención para defender el derecho de las mujeres; las 300 mujeres presentes lo vieron como una declaración pública para luchar por el derecho constitucional de las mujeres a votar como ciudadanas estadounidenses de pleno derecho. Stanton redactó y presentó la «Declaración de Sentimientos», inspirada en la Declaración de Independencia; describía las quejas y demandas de las mujeres. Paralelamente a las luchas de los Padres Fundadores, la «Declaración de Sentimientos» resumió 11 resoluciones sobre los derechos de la mujer, incluido el sufragio femenino. Todos fueron resueltos excepto el sufragio femenino[30]. En una sociedad patriarcal como la estadounidense del siglo XIX, una mujer no podía poseer propiedades ni tomar decisiones financieras y reproductivas por sí misma, además no tenía igualdad de oportunidades de divorcio, educación y empleo. La idea de que votaran fue recibida con burla y hostilidad. Sonaba anormal y herético, apenas atractiva para la audiencia predominantemente de Quake, cuyos asistentes masculinos desdeñaron una demanda tan «irrazonable». Sin embargo, el hombre afroamericano, Douglass, estaba al lado de Stanton y defendió el intelecto, las habilidades y las capacidades de las mujeres para hablar por sí mismas y defenderse. Describió el documento de Stanton como «el gran movimiento para lograr los derechos civiles, sociales, políticos y religiosos de las mujeres»[31]. Stanton declara los derechos de las mujeres al afirmar la igualdad de género:

 

Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas; que todos los hombres y mujeres son creados iguales; que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para asegurar estos derechos se instituyen gobiernos, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.[32]

 

Las mujeres eran parte de una sociedad patriarcal, oprimida y reprimida; fueron despojadas de los derechos de igualdad de género y, por lo tanto, nunca fueron ciudadanas de pleno derecho en una democracia. Esto era un problema y una amarga ironía de la democracia. La declaración argumenta contundentemente que las mujeres sean respetadas por la Constitución como ciudadanas de pleno derecho de los Estados Unidos y se les otorguen los mismos derechos y privilegios otorgados a sus conciudadanos masculinos. La declaración de Stanton marcó el comienzo del movimiento por los derechos de la mujer en el país, sentó las bases para el movimiento por el sufragio e impulsó a la cultura estadounidense en un camino inexplorado hacia la aprobación de la Enmienda 19.

Aunque Douglass no vivió para ver la Enmienda 19 en vigor, comprendió profundamente la magnitud y el impacto del movimiento por el sufragio femenino, quizá más que cualquier otro hombre de su tiempo. En la convención de Seneca Falls, cuando la resolución del sufragio femenino estaba a punto de ser derrotada, Douglass pidió la palabra y pronunció un alegato apasionado y elocuente en favor del derecho de las mujeres al sufragio electivo[33]. Sus palabras convincentes y su poder persuasivo convencieron al cuerpo para que aceptara y adoptara la resolución por un pequeño margen. Stanton encontró un partidario inesperado en un hombre negro.

Para abordar la intersección de raza y género de Douglass, se escucha de su propia voz en el discurso «El movimiento por el sufragio femenino», pronunciado en abril de 1888 ante el Consejo Internacional de Mujeres, en Washington D.C. En ese discurso, después de 40 años de la convención de Seneca Falls, reflexionó sobre su papel en el movimiento por el sufragio femenino: «Vengo a esta plataforma con una timidez inusual»[34] ¿De qué se trata este «inusual»? Lo que le permitió posicionar a las mujeres como iguales a los hombres no fue su género masculino «superior», sino su raza afroamericana «inferior». Un mestizo, un esclavo fugitivo y un pensador cultural y escritor autodidacta, Douglass tiene experiencia de primera mano de la humillación y la deshumanización, comprende la necesidad existencial de ser aceptado y reconocido como un ser humano digno. Se encuentra dentro de la mentalidad tanto del negro como del blanco, del hombre y de la mujer. Únicamente capaz de relacionar la marginación de los afroamericanos con la marginación de género de la mujer blanca, ve claramente que, a lo largo del movimiento sufragista, la raza y el género, dos identificadores aparentemente separados, tienen que marchar juntos por caminos paralelos. Entre los pasos entrelazados, tiene que haber un diálogo compartido sobre inclusión, igualdad, ciudadanía y humanidad. Desde su negro punto anticuado, es posible una posición mutuamente reconocible y relacionable. En otras palabras, identifica su lucha racial con la lucha de género de la mujer blanca, ambas igualmente privadas del derecho a ser una ciudadana plena y un ser humano pleno. Cruzando una doble frontera de raza y género, se puso de pie y defendió a las mujeres blancas de la misma manera en que se defendería a sí mismo y a los ciudadanos afroamericanos. «Digo de ella, como digo de la gente de color, dale juego limpio y manos fuera»[35], como tal, continuó la lucha en ambos grupos raciales y frentes de género.

La posición de Douglass ejemplifica un diálogo entrecruzado entre género y raza. Plenamente consciente de que pertenece a un género diferente y a una raza diferente, desde una otredad doble, se convierte en «un hombre de los derechos de la mujer», para ser precisos, un hombre de los derechos de la mujer blanca. Declara en el mismo discurso en 1888, «este es un Consejo Internacional, no de hombres, sino de mujeres, y la mujer debe tener toda la voz en él. Este es su día en la corte»[36], Douglass desmantela el binario de género de hombres y mujeres y se pone del lado de las mujeres. Al mismo tiempo, también correlaciona la raza negra oprimida con el género oprimido de la raza blanca, demoliendo así el binario racial blanco y negro. Él ve una humanidad compartida indefinible ni por género ni por raza, ya que trasciende más allá de ambos. Pide a los hombres (hombres blancos) que se relacionen con las mujeres callándose y escuchando sus voces como iguales,

 

Creo que ningún hombre, por muy dotado que esté de pensamiento y palabra, puede expresar los errores y presentar las demandas de las mujeres con la habilidad y el efecto, con el poder y la autoridad de la mujer misma (…) La mujer conoce y siente sus errores, ya que el hombre no puede conocerlos ni sentirlos, y también sabe, tan bien como él puede saber, qué medidas se necesitan para corregirlos. Acepto todas las afirmaciones en este punto. Ella es su mejor representante.[37]

 

Cuando Douglass afirma que «Su derecho a ser y a hacer es tan pleno, completo y perfecto como el derecho de cualquier hombre en la tierra»[38], toca el ideal estadounidense por excelencia de la verdadera igualdad. Para él, el sufragio femenino no se trata de un movimiento de mujeres contra hombres, sino de un movimiento de igualdad de género contra desigualdad de género; el sufragio negro no se trata de negros contra blancos, sino de una lucha de igualdad racial contra desigualdad racial. Douglass ha destilado estos paradigmas entrecruzados de su propia experiencia combinada afroamericana y mestiza, que lo había expuesto a muchos aspectos de la injusticia racial y social, así como a la posibilidad de vivir entre el negro y el blanco sin tener que ser encajonado. Su paradigma sugiere movilidad y fluidez, y explica su posición «inusual» de cruce de raza y género para apoyar el sufragio de las mujeres blancas. En el mundo de Douglass, el género y la raza no se excluyen mutuamente, sino que están orgánicamente relacionados. Correlaciona género y raza:

 

(…) fue una gran cosa que la gente humana se organizara en oposición a la esclavitud; pero fue mucho mayor, en vista de todas las circunstancias, que la mujer se organizara en oposición a su exclusión de la participación en el gobierno.[39]

 

En contraste con la retórica racista vitriólica de Stanton y Anthony por temor a que los hombres negros les quiten el derecho al voto a las mujeres blancas, Douglass presenta una postura relacional y un compromiso visionario. El binario simple profundiza la división entre género y raza y bloquea el diálogo; el «quiasma» cruzado conecta el género y la raza y abre el diálogo. Douglass está dotado de una aguda conciencia de un marco compartido por el sexismo y el racismo. Entiende que el marco solo permite al ojo ver la realidad tangible y comprensible a grandes rasgos y en la superficie, no el mundo interior intangible y matizado. La construcción mental que perpetúa el racismo gira en torno al color de la piel, no tanto al «contenido del carácter» (en términos de Martin Luther King); la construcción mental del sexismo opera con una percepción superficial similar: la apariencia física y la composición biológica, desprovistas de cualidades intangibles. La capacidad de Douglass para vincular la raza y el género proviene de la visión interna de un origen racial «inferior», así como de un origen de género «superior». Él advierte a los hombres la diferencia entre los males abiertos y las miserias ocultas de la opresión de las mujeres:

 

La razón es obvia. La guerra, la intemperancia y la esclavitud son males manifiestos, no disimulados y palpables. Los mejores sentimientos de la naturaleza humana les repugnan. Fácilmente podríamos hacer ver a los hombres la miseria, la degradación, el terrible sufrimiento que causa la intemperancia; fácilmente podríamos hacer que los hombres vieran la desolación provocada por la guerra y los horrores infernales de la esclavitud; pero el caso fue diferente en el movimiento por el sufragio femenino.[40]

 

El movimiento por los derechos de la mujer en los Estados Unidos no comenzó como una guerra napoleónica ni como un evento satánico. Por el contrario, surgió de la «hermosura» y la paz doméstica donde

 

(…) se suponía que todo en su estado era encantador, tal como debería ser. No tiene derechos negados ni errores que reparar. Ella misma a lo largo de la marea de la vida como lo habían hecho su madre y su abuela antes que ella.[41]

 

Debido a la maldad velada y la deshumanización disfrazada, el sufrimiento de las mujeres se volvió silencioso, virtuoso e ideal. Muchos hombres en la época de Douglass no reconocieron el porqué del movimiento por el sufragio femenino. Al señalar la diferente naturaleza del mal y la miseria, Douglass intenta crear una conciencia «entrecruzada» de la intimidad entre género y raza. Expresó abiertamente su admiración por Stanton: «Sra. Stanton, con una seriedad que nunca olvidaré, expuso su punto de vista sobre esta cuestión de la mujer precisamente como lo había hecho en este Consejo»[42]. Desde una perspectiva masculina y afroamericana, la comprensión íntima de Douglass de la causa y la mente de Stanton desafía cualquier binario simple que dicotomice:

 

Ella [Stanton] conocía el ridículo, la rivalidad, la crítica y las amargas calumnias que ella y sus colaboradores tendrían que enfrentar y soportar. Pero ella vio más claramente que la mayoría de nosotros que el punto vital que había que destacar, y que incluía a todos los demás, era la votación, y valientemente pronunció la palabra. No solo era necesario romper el silencio de la mujer y hacer oír su voz, sino que debía tener ante sí una medida clara, palpable y completa, digna de su más alta ambición y de sus mejores esfuerzos, y por lo tanto la votación se llevó a el frente.

 

El sufrimiento, la humillación, la rivalidad y la crítica de Stanton se relacionan con lo que Douglass ha experimentado en su lucha por la igualdad racial; su enfoque y coraje hacen eco de los de él; su ambición de transformar la cultura refleja la de él. En lugar de definirse por género o raza, Douglass elige algo más grande que estos identificadores:

 

Cuando me escapé de la esclavitud, fue por mí mismo; cuando abogué por la emancipación, fue por mi pueblo; pero cuando defendí los derechos de la mujer, el yo estaba fuera de discusión, y encontré un poco de nobleza en el acto.[43]

 

Lo que representa es un espíritu humano y humanista puro, desprovisto de colores y formas, fuera de los límites de género y raza. Con una clara conciencia de que representa algo mucho más grande que su propia vida, Douglass está convencido de que la causa por la que luchan Stanton y Anthony es también mucho más grande que la vida de cualquier individuo y más perdurable que el momento histórico. Galvanizado por la espiritualidad, tiene lugar el diálogo de Douglass entre género y raza.

Sin embargo, el diálogo se vuelve a bloquear debido a las tensiones raciales. Hay una línea de color amargo entre Douglass y Stanton. Stanton prioriza la «riqueza, la educación y el refinamiento» de las mujeres (blancas), mientras ridiculiza el «pauperismo, la ignorancia y la degradación» de los negros y los inmigrantes[44], son «Sambo’ caminando hacia el reino» del derecho al voto el «reino»[45]. Ella sugiere que los votantes que no son WASP afectarían negativamente al sistema político y erosionarían los valores estadounidenses[46]. Por lo tanto, pide «un sufragio educado»[47] lo que ayuda a justificar la prueba de alfabetización en años posteriores para excluir a los votantes afroamericanos. El racismo de Stanton tiene claramente la intención de cortar una herida sangrante entre la raza y el género, de modo que el género (mujeres blancas) pueda colocarse sobre la raza (hombres negros). Douglass no estuvo de acuerdo públicamente con la prioridad de Stanton y Anthony de la «blancura» en nombre de la igualdad de género. Esto lleva a los críticos a representar a Douglass como un hombre afroamericano que «naturalmente» sopesa la raza sobre el género, por lo tanto, exactamente lo contrario de Stanton y Anthony. Tal enfoque de Douglass puede ser «limpio» y «encajar» en una dicotomía racial, pero cae en lo que representa Douglass: un espíritu humano, que no debe ser definido por blanco o negro, género o raza. Él está en diálogo con ambos:

 

[La mujer] es víctima de abusos, eso sí, pero yo creo que no se puede pretender que su causa es tan urgente como la nuestra (sufragio negro). El principio es: que ningún negro tendrá derecho al voto mientras que la mujer no lo tenga. Ahora bien, al considerar que los hombres blancos siempre han tenido derecho al voto y los hombres de color no, la conducta de estas mujeres blancas, cuyos esposos, padres y hermanos son votantes, no parece generosa.[48]

 

Lo que diferencia a Douglass de Stanton y Anthony es la capacidad de ir más allá de un simple binario y participar en quiasmos cruzados. En varias intersecciones, Douglass integra blanco y negro, género y raza; atrapados por un solo binario uno a uno, Stanton y Anthony emprenden una campaña anti-sexista con retórica racista. Si bien los tres compartían la misma causa para alcanzar el ideal estadounidense de libertad e igualdad, están separados por la línea de color. Un lado de la línea está atascado con las diferencias superficiales entre raza y género y las considera mutuamente excluyentes. El otro lado discierne las similitudes y consistencias subyacentes entre la raza y el género, y los conecta y los cruza orgánicamente. La intolerancia virulenta de Stanton y Anthony hacia el sufragio negro contrasta con el apoyo inquebrantable de Douglass a los derechos de la mujer y el sufragio.

Avanzando rápidamente hacia el centenario del sufragio, nadie quiere «empañar» figuras icónicas como Stanton y Anthony. Sin embargo, lo que los hace grandes no es su perfección sino su humanidad. Cuando rompieron con sus antecedentes abolicionistas después de la Guerra Civil para oponerse a las Enmiendas 14 y 15, mostraron miedo, ira, naturaleza territorial, prejuicios, un sentido cambiante de superioridad blanca y vulnerabilidad. Fueron pioneras en el movimiento de abolición, pero bloquearon el diálogo entre género y raza que pretendía Douglass. Estaban llenas de autocontradicciones, humana y comprensiblemente. Al reconocer lo extraordinario de Stanton y Anthony y permitirles ser humanos con defectos y autocontradicciones, muchas personas de todos los géneros y razas pueden tener un rostro humano con el cual identificarse. Al celebrar a un hombre afroamericano, Douglass, en el centenario, se abre una nueva modalidad de carrera como parte de la celebración del género. Este diálogo entre género y raza debe tener lugar en 2020.

 

Parte 4. El legado del diálogo género/raza: la doble conciencia

 

El Centenario del sufragio femenino es una ocasión para examinar cómo el diálogo entrecruzado de Douglass entre raza y género ha evolucionado hasta convertirse en una conciencia cultural. También presenta un momento histórico para una mirada profunda hacia cómo la doble conciencia ha sostenido a mujeres y hombres de color en su supervivencia y coexistencia en una sociedad multicultural y multirracial durante y más allá del movimiento sufragista. Cuando la diversidad de género se fusiona con la diversidad racial, un individuo de color se encuentra en un paisaje hecho para una identidad pluralista y habilidades de «camuflaje». Es propenso a desarrollar un conjunto de habilidades instintivas para «camuflar» su autoconservación y autoprotección en un terreno donde destaca su color de piel, expuesto al peligro. El «camuflaje» lo mezcla a uno en el fondo y es capaz de multiplicidad y simultaneidad. Equipado con la capacidad de «camuflar» culturalmente, Douglass, mientras cruzaba su raza y género, se mezcló con mujeres blancas.

En los albores del siglo XX, el camuflaje cultural se teorizó con la publicación de The Souls of the Black Folk (Las almas del pueblo negro) en 1903, por parte de W.E.B. Du Bois (1868-1963). Al igual que Douglass, Du Bois también es de sangre y herencia mixtas, además lleva una vida personal, intelectual y cultural entre mundos diferentes. A lo largo del libro, el término «doble conciencia» se acuña de manera recurrente para describir la naturaleza existencial y la cultura de los afroamericanos. Para ser aptos y aceptados en la sociedad blanca, deben desarrollar dos mentalidades, dos campos de visión, dos idiomas, dos modos perceptivos y dos formas de vivir; es decir, el autoconocimiento y el conocimiento de ser percibido. Du Bois utiliza la metáfora de un velo transparente que permite una doble percepción desde ambos lados para que el espectador sea visto al mismo tiempo:

 

Después de los egipcios y los indios, los griegos y los romanos, los teutones y los mongoles, el negro es una especie de séptimo hijo, nacido con un velo y dotado de una segunda vista en este mundo americano, un mundo que no le proporciona un verdadero yo -conciencia, pero solo le permite verse a sí mismo a través de la revelación del otro mundo. Es una sensación peculiar, esta doble conciencia, esta sensación de mirarse siempre a uno mismo a través de los ojos de los demás, de medir el alma de uno con la cinta de un mundo que mira con divertido desprecio y piedad. Uno siempre siente su dualidad: un americano, un negro; dos almas, dos pensamientos, dos esfuerzos no reconciliados; dos ideales en guerra en un cuerpo oscuro, cuya obstinada fuerza por sí sola evita que se desgarre.[49]

 

El diálogo entrecruzado de raza y género de Douglass no habría sido posible sin la «dualidad» de Du Bois. Negro y blanco a la vez, feminista y antirracista a la vez, soñó un Sueño Americano de una sociedad justa y democrática para las mujeres y los negros. Douglass ya había ejemplificado la doble conciencia hace medio siglo antes de que Du Bois acuñara el término. A diferencia de una posición cultural fija y centralizada mantenida por el racismo o el sexismo, individuos como Douglass y Du Bois saltan de un lado a otro en múltiples espacios de raza y género, con movilidad y maleabilidad habilitadas por la doble conciencia. Su indeterminación cultural los pone en constante movimiento y constante búsqueda de un hogar en la narrativa estadounidense. Ni Douglass ni Du Bois representan ni caen en una sola definición; son obstinados y auto inventados, atrapados entre el ser y el devenir.

Cuando se trata del apoyo masculino al movimiento por el sufragio femenino, Valethia Watkins señala con precisión, al decir que Douglass:

 

fue posiblemente el hombre de más alto perfil de cualquier raza involucrada consistentemente en el movimiento sufragista y fue inquebrantable en su defensa del derecho al voto de las mujeres desde el inicio del movimiento organizado en los Estados Unidos en 1848 hasta su muerte en 1895.[50]

 

Du Bois también fue «un hombre de derechos de la mujer» en la tradición de Frederick Douglass[51]. Casi una imagen especular de Douglass, Du Bois continúa el diálogo entrecruzado entre raza y género con la misma agilidad cultural y el mismo espíritu que lo liberó de la «maldición» de «la línea de color», otro término utilizado repetidamente en The Souls of the Blake Folk (Las almas de la gente de Blake). Asimila la invisibilidad y la vulnerabilidad tanto en las personas negras como en las mujeres blancas y declara a la manera de Douglass:

 

Estoy resuelto a estar listo en todo momento y en todo lugar para dar testimonio con pluma, voz, dinero y hechos contra (...) la privación incorrecta de derechos por motivos de raza o sexo (...)[52]

 

El diálogo entre género y raza encarna la doble conciencia y cruza la línea del color «a través de la revelación del otro mundo»[53]. No está definido por la constitución biológica, sino por el horizonte mental. En el diálogo, el observador es observado en acción. La doble conciencia de Douglass/Du Bois se hunde no solo en las almas de los negros, sino también en todos los ciudadanos, hombres y mujeres, de color.

Sigma Delta Theta, la única organización en la que participaron mujeres negras, llevó el diálogo de género y raza en el movimiento por el sufragio femenino a un escenario nacional en el Desfile del Sufragio Femenino de 1913. La líder del sufragio (blanco), Alice Paul, organizó una marcha de 5000 mujeres a lo largo de Pennsylvania Avenue en Washington D.C. el lunes 3 de marzo de 1913, un día antes de la toma de posesión del 28º presidente Woodrow Wilson. En el corazón del gobierno de los EE. UU., las mujeres estaban haciendo campaña por la 19ª Enmienda que garantizaba a las mujeres el derecho al voto (ratificada en 1920). Las valientes mujeres lo hicieron ante la brutalidad policial; muchas de ellas fueron insultadas, escupidas y heridas físicamente. Lo que hizo que el evento fuera extraordinario no fue solo el coraje y la valentía de las mujeres blancas, sino también la participación de las mujeres negras junto con sus hermanas blancas. No obstante, la unión de blancos y negros a la Douglass, de ninguna manera fue una unión natural, sino una lucha dura.

En su artículo del Washington Post «A pesar del tremendo riesgo, las mujeres afroamericanas también marcharon por el sufragio», Michelle Bernard[54] detalló la participación de Delta Sigma Theta Sorority:

 

Marchar contra el statu quo no fue fácil para las mujeres blancas, pero fue aún más difícil para las mujeres afroamericanas, debido al sentimiento racista de la época, así como para las sufragistas blancas que no favorecían el sufragio de las mujeres negras.[55]

 

Con una doble conciencia, las mujeres afroamericanas tuvieron que luchar por la igualdad racial antes que la igualdad de género para así ser parte de la procesión. La reacción racista como reacción a la Enmienda 15 se prolongó en el Desfile del Sufragio Femenino. A Alice Paul no le gustaban los desfiles mixtos de mujeres en blanco y negro; ella prefería un desfile solo blanco. Le confió sus temores a un editor simpatizante: «Hasta donde puedo ver, debemos tener una procesión blanca o una procesión negra, o ninguna procesión en absoluto»[56]. Otras sufragistas blancas tampoco podían aceptar a las mujeres negras, una al lado de la otra, como iguales en su lucha por los derechos de las mujeres. El feminismo de las sufragistas blancas estaba viciado por el racismo en una doble conciencia invertida. El derecho al voto de las mujeres negras no se consideró en pie de igualdad con el de las mujeres blancas; las mujeres negras no pertenecían a la causa de justicia defendida por las mujeres blancas, quienes no comprenderían su superioridad racial por la igualdad de género. La «exclusión de los negros» de Paul profundizó la división entre raza y género. Ella insistió en «que la privación de derechos de la mujer negra era una cuestión de raza, no de sexo»[57] y «no estaba interesada en la emancipación racialmente inclusiva de las mujeres»[58]. El movimiento sufragista femenino trazó así de nuevo la línea de color: blanco vs. negro. Con las mujeres blancas como género y las negras como raza, el diálogo entre ambos se estancó nuevamente. El racismo de las hermanas blancas demostró, sin falta, que no todas las mujeres nacían iguales en los Estados Unidos de principios del siglo XX. No obstante, las sufragistas negras marcharon por la igualdad racial y de género. Bernard continúa describiendo:

 

Entonces, a pesar del hecho de que el derecho al voto no era menos importante para las mujeres negras que para los hombres negros y las mujeres blancas, a las mujeres afroamericanas se les dijo que marcharan al final del desfile con una procesión negra.

A pesar de todo esto, las 22 fundadoras de Delta Sigma Theta Sorority marcharon. Fue la única organización de mujeres afroamericanas que participó.[59]

 

Desde la parte trasera del desfile, un testimonio visual del racismo, las sufragistas negras, encabezadas por Mary Church Terrell, marcharon y enviaron un mensaje de igualdad racial al frente, en la misma lucha por la igualdad de género. La presencia de Delta Sigma Theta demostró, aunque de forma comprometida, que la unidad de género podía pesar más que el racismo y derrotar el sexismo, no de otro modo, como preferían algunas de sus hermanas blancas. A pesar de todo, las mujeres, negras y blancas, aunque por separado, viajaron por todo el país para hacer oír su voz y mostrar lo que es ser una mujer estadounidense para ganar la igualdad de género. En acción, el diálogo entre género y raza estuvo a cargo de Delta Sigma Theta Sorority. Aumentó la conciencia de que eran «el único grupo en este país que tiene que superar dos obstáculos tan grandes… el sexo y la raza», por el color de su piel. Así pervivió una doble conciencia raza-género en la línea de Douglass y Du Bois.

En el sufragio de las mujeres negras, Mary Church Terrell (1863-1954) emergió como una participante fundamental en el diálogo sobre género y raza. Al igual que Douglass y Du Bois, Terrell es de ascendencia mixta, hija de antiguos esclavos que luego se convirtió en una familia acomodada, tiene medios económicos, junto con una buena formación. En los círculos sufragistas de la Asociación Nacional Americana del Sufragio Femenino (NAWSA), la integración de NWSA y AWSA, el camino de Terrell se cruza con el de Susan B. Anthony. Desarrollaron una «amistad encantadora y útil»[60], que duró hasta la muerte de Anthony en 1906. Como se discutió en la Parte 2, las primeras sufragistas esperaban vincular la igualdad de género y la justicia racial debido al trasfondo abolicionista de líderes como Stanton y Anthony. Sin embargo, las Enmiendas 14 y 15 crearon una división entre raza y género, también forzaron una ruptura/competencia entre los derechos de las mujeres y los derechos de los negros. Hacia los últimos años de la vida de Anthony, su objetivo del sufragio femenino «fue eclipsado por un racismo casi universal en los Estados Unidos»[61]. El racismo dentro de NAWSA no permitió que las mujeres negras crearan su propio capítulo dentro de la organización.

Esto impulsó a Terrell, en 1896, a fundar una organización independiente para que las mujeres negras luchen por el género y la raza: la Asociación Nacional de Mujeres de Color. Por primera vez en la historia, las mujeres afroamericanas encontraron un espacio institucional para su voz y lucha. Terrell fue su primer presidente nacional. La privación de derechos de las mujeres afroamericanas fue un problema principal que la Asociación debía abordar. Como una de las pocas mujeres de color en el círculo de sufragio femenino (blanco), Terrell actuó como representante de facto de las mujeres afroamericanas y pionera externa en el mundo blanco. Bien versada y entrenada, Terrell, como Douglass y Du Bois, pronunció numerosos discursos y escribió numerosos escritos. Entre ellos, «El progreso de las mujeres de color», «Qué significa ser de color en la capital de los EE. UU.», «En la unión hay fuerza» y «Una mujer de color en un mundo blanco», los cuales llamaron la atención del público y lograron que fuera invitada de nuevo a la ANWSA. Por lo tanto, preparó un escenario renovado para un diálogo continuo entre género y raza. En este diálogo, confesó su ambigüedad racial y cultural, sus luchas personales como mujer afroamericana y su forma de vincular ambos mundos utilizando sus habilidades de «camuflaje» de pasar por blanco. En activismo y escritura, Terrell es una versión femenina de la intersección de Douglass y la doble conciencia de género y raza de Du Bois.

 

Conclusión

 

Las Enmiendas 14 y 15 otorgaron a los hombres afroamericanos el derecho a votar, pero no a las mujeres, y sin querer crearon tensión entre el género y la raza. La 19ª Enmienda otorgó el derecho al voto a las mujeres, pero con una implementación muy diferida para las mujeres de color. Estas medidas constitucionales históricas han reorganizado la baraja, pero nunca han borrado la línea de color visceral e indestructible en la cultura norteamericana. La Guerra Civil, la Reconstrucción, el capitalismo a gran escala y el industrialismo imparable han sacudido nuestro universo y hecho añicos el suelo del sexismo y el racismo. En la era global actual y durante este momento particular de la era Trump y el movimiento «Black Lives Matter», la línea de color encuentra un espacio internalizado y sistémico, y perpetúa la división desde adentro y abre las heridas envueltas con la bandera de «Make America Great Again». En una América «morena» y «más plana», en 2020, una visión compartimentada del centenario del sufragio y un enfoque unilateral de sus héroes y protagonistas icónicos desvinculan aún más el género y la raza. A partir de esto, la celebración del Centenario del Sufragio Femenino tiene aún relevancia en gran medida para un grupo específico: el WASP y las mujeres orgullosas. Entonces ¿Deberían las mujeres de color, los hombres de color y todos los grupos históricamente subrepresentados celebrar el Centenario con el mismo orgullo y sentido de logro? La división entre género y raza sigue siendo un tema abierto para el diálogo, ya que el 2020 promete ser una sociedad más integrada y una cultura más inclusiva.

Basándose en la doble conciencia, Frederick Douglass, W.E.B. Du Bois y Mary Church Terrell han construido y sostenido un diálogo entrecruzado entre raza y género. Si hay un portador contemporáneo de la doble conciencia, Simon Gikandi dirige nuestra atención hacia el presidente Barack Obama. «En este sentido, Obama es probablemente el tema por excelencia de lo que W.E.B. Du Bois describió como una 'doble conciencia»[62]. El presidente Obama, el primer comandante en jefe afroamericano de la nación, también proviene de un origen racial mixto y una educación multicultural. A diferencia de cualquier otro presidente blanco, tuvo que soportar la desconfianza cultural y la humillación racial dirigida por los «Birthers[63]», porque está del otro lado de la línea de color y, por lo tanto, su ciudadanía fue cuestionada. «Es irónico que en una época que celebra el cosmopolitismo y el desarraigo, Obama sea vulnerable simplemente porque puede afirmar pertenecer a mundos, culturas y tradiciones diferentes»[64]. Entre el cargo más alto del país y su carrera históricamente discriminada, Obama tiene que confiar en la doble conciencia para negociar su ubicación y disipar su dislocación en la narrativa estadounidense. Al igual que Douglass, Du Bois y Terrell, Obama es un conocedor de los círculos culturales blancos y negros y opera con una mentalidad doble. Luego, la primera first lady afroamericana, Michelle Obama, enfrenta una doble conciencia similar en su diálogo de género y raza para lidiar con el racismo vitriólico hacia su personalidad y el sexismo hacia su identidad profesional.

En nuestra era posmoderna, la doble conciencia no solo pertenece a los políticos y presidentes, sino que también ha estado incursionando en el campo aún definido de los Estudios Culturales. Kimberlé Crenshaw es una de las primeras teóricas sobre la interseccionalidad raza/género. Ella cuestionó los binarios convenientes de negro/blanco, hombre/mujer, y teorizó la «multidimensionalidad de la experiencia de las mujeres negras»[65] en su artículo de 1989, escrito para el Foro Legal de la Universidad de Chicago, «Desmarginalización de la intersección de raza y sexo: una crítica feminista negra de la doctrina antidiscriminatoria, la teoría feminista y la política antirracista». Toda su erudición argumenta consistentemente acerca de una doble conciencia moderna: que la experiencia de ser una mujer negra no puede entenderse en términos de ser negro y ser mujer considerados de forma independiente, sino que debe incluir las interacciones entre los dos, ya que «divergen del estándar» y «presentan algún tipo de reclamo híbrido»[66]. Los legisladores aún no están equipados con tanta sofisticación y matices culturales, en opinión de Crenshaw.

Volviendo a la América «morena» y «más plana» de 2020, la posición de las mujeres afroamericanas abre una pregunta más amplia: ¿El Centenario del Sufragio Femenino pertenece a mujeres de color en otros grupos raciales? ¿Es otro recordatorio de la doble opresión del sexismo y el racismo? Las mujeres chino-estadounidenses tampoco habían sido consideradas ciudadanas en igualdad de condiciones con las mujeres blancas; recién comenzaron su lucha por la justicia racial con la derogación de la Ley de Exclusión China en 1943, cuando se les permitió convertirse en ciudadanos para disfrutar del derecho al voto. El sufragio femenino había sido uno de los temas más remotos para su ciudadanía y derechos constitucionales. La ley de exclusión china, implementada en 1882, impulsó más tarde la aprobación de la Ley de Inmigración de 1924 para prohibir efectivamente a todos los inmigrantes de Asia. Los japoneses, hindúes e indios orientales, los habitantes del Medio Oriente se consideraban grupos exóticos e inadecuados para una nación dominada por WASP y herejías para la cultura estadounidense. Hoy ¿Son las mujeres asiático-americanas propietarias del Centenario del sufragio femenino? ¿Tienen una victoria comparable para celebrar como las mujeres WASP? Entonces, las mujeres nativas americanas son otro grupo de ambigüedad. La Decimoquinta Enmienda, aprobada en 1870, otorgó a todos los ciudadanos estadounidenses el derecho a votar sin importar la raza, pero a los nativos americanos se les impidió participar en las elecciones porque la Constitución dejaba que cada estado decidiera quién tenía derecho a votar. Los hombres y mujeres nativos americanos habían soportado la brutalidad, la segregación y la discriminación como los afroamericanos. Después de la aprobación de la Ley de Ciudadanía Indígena de 1924, los 50 estados todavía tardarían más de 40 años en permitir que los nativos americanos votaran. A las mujeres nativas americanas se les había negado la ciudadanía durante mucho tiempo antes de 1920, cuando las mujeres blancas se convirtieron en ciudadanas iguales a sus homólogos masculinos. A las mujeres de estos grupos raciales se les había negado sistemáticamente la ciudadanía que otorga el derecho al voto; primero tenían que luchar contra el racismo antes de poder luchar contra el sexismo. Las mujeres mexicanas/hispanoamericanas tuvieron que pasar por una triple lucha para ser franquiciadas: barreras raciales, de género y lingüísticas. La barrera lingüística para los votantes hispanos resonó con la prueba de alfabetización que los afroamericanos y los ciudadanos blancos desfavorecidos tuvieron que tomar para ser elegibles para votar. Para las mujeres de color, tener franquicia era más que un derecho civil básico, significó un reconocimiento de su género y raza como ser humano pleno. La lucha de los hombres y mujeres afroamericanos culminó en el Movimiento por los Derechos Civiles de las décadas de 1950 y 1960, que condujo a una legislación histórica que transformó los derechos de voto de los estadounidenses. Junto con los afroamericanos, otros grupos e individuos de color obtuvieron gradualmente su plena ciudadanía al participar en las elecciones. En el largo viaje del sufragio femenino, mientras trabajaban en conjunto, los afroamericanos establecieron un modelo cultural para que otros grupos minoritarios, hombres y mujeres de color, lo emularan en sus luchas por la igualdad racial y de género.

En un Estados Unidos «moreno» y «más plano» en 2020, cuando la diversidad racial y de género choca con los establecimientos sexistas y racistas, el Estados Unidos «más blanco» y «vertical» todavía cuenta con una división y exclusión perpetuas; tanto que el nacionalismo blanco, el nativismo y el populismo de derecha han resurgido en un intento de hacer retroceder al país a la era anterior a la guerra para que puedan «hacer grande a Estados Unidos de nuevo». Se ha vuelto cada vez más difícil ignorar el intento de restaurar un Estados Unidos centrado en WASP, de «purificar» los valores estadounidenses y de proteger la homogeneidad racial. El intento aviva el miedo, amplía la división y alimenta el odio y la intolerancia. La muerte de George Floyd es la última de una larga lista de injusticias raciales. Durante el Centenario del Sufragio Femenino, se produjo una guerra cultural mientras se vislumbraba en el horizonte un nuevo despertar al ideal estadounidense de igualdad. En un contexto como este, cantar una sinfonía de celebración del centenario resalta el lado heroico y extraordinario de la historia y la hace «estandarizada» y «perfecta». Este enfoque corre el riesgo de crear una versión femenina del anglo centrismo y del WASP-centrismo dentro del feminismo del siglo XXI. Una celebración unilateral también reduce la humanidad de las sufragistas a una abstracción unidimensional y niega sus complejidades de carne y hueso. Sin embargo, en la intersección de género y raza, la doble conciencia otorga significados fluidos y relacionables con las palabras «mujeres» y «mujeres estadounidenses», y resuena con mujeres de todas las razas y culturas. Hoy, en la vida política de la nación, las alcaldesas, secretarias de gabinete, miembros del Congreso y gobernadoras (negras, blancas, latinas, asiáticas, indias americanas y de todas las religiones) son un hecho de la vida. Todos los cambios y transformaciones ocurrieron gracias a las valientes mujeres, negras, marrones y blancas, que lucharon por su ciudadanía constitucional antes y después de la aprobación de la 19ª Enmienda. Que estén en la mesa del centenario para un diálogo.

 

 

Formato de citación según APA

Yang, M. (2023). Un diálogo íntimo entre raza y género en el Centenario del Sufragio Femenino. Revista Espiga, 22(46).

 

Formato de citación según Chicago-Deusto

Yang, Mimi. «Un diálogo íntimo entre raza y género en el Centenario del Sufragio Femenino». Revista Espiga 22, n.º 46 (julio-diciembre, 2023).

 


 

Referencias

 

 

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[1] Este artículo fue publicado originalmente en inglés por Humanities and Social Sciences Communications. La versión en inglés, «An intimate dialog between race and gender at Women’s Suffrage Centennial», puede consultarse en la siguiente dirección: https://www.nature.com/articles/s41599-020-00554-3. Se traduce bajo acuerdo con la autora, cuya publicación fue aprobada por el Comité Editorial de la Revista Espiga.

[2] Nota del editor. La palabra raza es un término cuyo uso en el castellano se ha venido cambiando a su sentido biológico de clasificación de especies, por esto se evita utilizarla para separar grupos humanos, lo más adecuado en estos casos es hablar de etnias o poblaciones. No obstante, en el contexto estadounidense, país de origen de la autora del artículo, el concepto de race (raza) tiene una connotación más compleja, relacionada en este caso específico con el discurso antirracista, por lo cual la Revista Espiga ha decidido mantener esta palabra en la traducción del texto que se presenta en esta edición.

[3] Elizabeth J. Clapp, «The Woman Suffrage Movement», en The practice of U.S. Women’s History: Narratives, Intersections, and Dialogues, ed. por S. Jay Kleinberg, Eileen Boris, Vicki Ruiz (New York: Rutgers University Press, 2007), 238.

[4] Donna Seaman, A centennial history of the fight for the 19th amendment (Chicago: Booklist, 2020), 18.

[5] Ellen Carol DuBois, Suffrage: Women’s long battle for vote (New York: Simon & Shuster, 2020), 2.

[6] Ibíd., 1.

[7] Mientras escribía este artículo, Katy Morris, coordinadora de investigación de la Sociedad Histórica de Massachusetts (MHS) me invitó a visitar la exposición «¿Puede ella hacerlo?»: Massachusetts debate el derecho al voto de una mujer en la MHS (del 26 de abril al 21 de septiembre de 2019). También tuve conversaciones con el Dr. Kanisorn Wongsrichanalai, Director de Investigación del MHS sobre el tema. Estas exposiciones de primera mano tuvieron un efecto de validación en los enfoques y argumentos del artículo.

[8] Steven Mintz, «The passage of the nineteenth amendment», OAH Magazine of History 21, n.° 3 (2007): 47.

[9] Samuel Huntington, Who are we: the challenges to America’s National Identity (New York: Simon, 2004), 40.

[10]  Catalyst, Quick Take: Mujeres de color en los Estados Unidos (7 de noviembre de 2018). A partir de noviembre de 2018, Catalyst, Quick Take indica que las mujeres blancas son el 61,2 %, las afroamericanas el 13,7 %, las asiáticas americanas el 5,8 % y las hispanas el 17,4 %. https://www.catalyst.org/research/mujeres-de-color-en-los-estados-unidos/. Consultado el 26 de octubre de 2019.

[11]  Esta pregunta recuerda el discurso de Frederick Douglass «Qué para el esclavo es el 4 de julio» pronunciado en 1852.

[12] LGBTQ es un término posmoderno y un acrónimo de lesbiana, gay, bisexual, transgénero y queer o cuestionamiento. El término lleva un mensaje de inclusión y equidad.

[13] Del Instituto de Información Legal, Facultad de Derecho de Cornell. Enmienda XIV, Sección 1, https://www.law.cornell.edu/constitution/amendmentxiv.

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16]  Ibíd.

[17] Decimocuarta Enmienda, Constitución de los Estados Unidos. https://constitution.findlaw.com/amendment14.html.

[18] DuBois, Women Suffrage: a…, 386.

[19] Esta es una cita de Garth E. Pauley, «W.E.B. Du Bois on Women Suffrage: a critical analysis of his crisis writings», Journal of Black Studies 30, n.° 3 (2000): 386. La fuente principal es de la historiadora Aileen Kraditor, The Ideas of Women Suffrage Movement 1890-1920 (Nueva York: Columbia University Press, 1965), 166-167.

[20] La Decimoquinta Enmienda es de la Constitución de los Estados Unidos, https://www.law.cornell.edu/constitution/amendmentxv, Instituto de Información Legal Froom, Facultad de Derecho de Cornell.

[21] «Women’s Suffrage: The Negro’s Hour», Chapman, Caroline Catt y Nettie Rogers Shuler, acceso: 22 de noviembre de 2019, https://www.infoplease.com/primary-sources/speeches-essays/womens-rights/woman-suffrage-and-politics-28

[22] Mintz, «The passage of…, 47.

[23] Ibíd.

[24] Esta es una cita indirecta de Pauley, «W.E.B Du Bois…: 385, donde citó a Bell Hooks, Ain't I a Woman: Black Women and Feminism (Boston: South End Press, 1982), 3, en su discusión sobre la relación entre las sufragistas blancas y los hombres negros.

[25]  Bell Hooks, Ain't I a Woman: Black Women and Feminism (Boston: South End Press, 1982), 385.

[26]  Pauley, «W.E.B. Du…, 385.

[27] Ibíd., 386.

[28] Esto se cita en Pauley, 386 y en Rheta Childe Dorr, Susan Brownell Anthony: the woman who changed the mind of a nation (New York: Frederick A. Stokes, 1928), 183.

[29] Se cita en Pauley…, 388 y en Mari Jo Buhle y Paul Buhle. The Concise History of Woman Suffrage: Selections from History of Woman Suffrage, Edited by Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony, Matilda Joslyn Gage, and the National American Woman Suffrage Association (Illinois: University of Illinois Press, 1978), 267.

[30] Elizabeth Stanton, et al. Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls (1848), https://www.historyisaweapon.com/defcon1/stantonsent.html

[31] Phillip Sheldon Foner, 1976, 15. También disponible en https://www.owleyes.org/text/declaration-of-sentiments

[32] Elizabeth Stanton, Declaración de Sentimientos, https://www.owleyes.org/text/declaration-of-sentiments

[33] Philip Sheldon Foner, Frederick Douglass on…, 14.

[34] Ibíd., 109. Foner recopiló el discurso de Douglass en su libro de The Women’s Journal, 14 de abril de 1888. También disponible en kpast.org/african-american-history/speeches-african-american-history/1888-frederick-douglass-woman

[35] Frederick Douglass, «The Women’s Suffrage Movement. Address before Women Suffrage Association», en Frederick Douglass on Women’s Rights, ed. por Philip Sheldon Foner (Connecticut; Greenwood Press, 1976).

[36] Foner, Frederick…, 110.

[37] Ibíd., 108.

[38] Ibíd., 110.

[39] Ibíd., 112.

[40] Ibíd.

[41] Ibíd.

[42] Ibíd., 113.

[43] Ibíd.

[44] Elizabeth Griffith E., «In her own right: the life of Elizabeth Cady Stanton», 124.

[45] Kathryn Kern, «Mrs. Stanton’s Bible», 111.

[46] Elizabeth Griffith, In her own right: the life of elizabeth cady stanton (New York: Oxford University Press, 1985), 124.

[47] Jean H. Baker, Sisters: The Lives of America’s Suffragists (New York: Hill and Wang, 2005), 112.

[48]  Foner, Frederick…, 112-113.

[49] Du Bois, The souls of…, 16-17.

[50] Vanessa Watkins, «Votes for women: race, gender, and W.E.B. Du Bois’s advocacy of woman suffrage», Phylon 53, n.° 2 (1960): 4.

[51] Ibíd., 4.

[52] Walter Wilson, The selected writings of W.E.B. Du Bois (New York: Mentor Books, 1970), 4.

[53] Du Bois, The souls of…, 8.

[54] Michelle Bernard, «Despite the tremendous risk, African American women marched for suffrage, too», The Washington Post, 3 de marzo de 2013, https://www.washingtonpost.com/blogs/she-the-people/wp/2013/03/03/despite-the-tremendous-risk-african-american-women-marched-for-suffrage-too/

[55] Ibíd.

[56] Ibíd.

[57] DuBois, Suffrage: Women’s long…, 289.

[58] Ibíd., 289.

[59] Ibíd.

[60] Katherine H. Adams y Michael L. Keene. Alice Paul and the American Suffrage Campaign (Illinois: University of Illinois Press, 2008), 98.

[61] Marjorie S. Wheeler, One woman, one vote: rediscovering the woman suffrage movement (Oregon: New Sage Press, Troutdale, 1995), 147.

[62] Simon Gikandi, «Obama as text: the crisis of doulbe consciousness», Comparative American Studies An International Journal 10, n.° 2-3 (2012): 211.

[63] Término utilizado para referirse a un grupo de personas que creen, sin evidencia, que el ex presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, no nació en los Estados Unidos y, por lo tanto, no es elegible para ocupar el cargo de presidente. Esta creencia ha sido ampliamente desacreditada y la ciudadanía de Obama ha sido verificada a través de documentación oficial.

[64] Gikandi, «Obama as text..., 213.

[65] Kimberlé Crenshaw, «Demarginalizing the intersection of race and sex: a Black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics», University of Chicago Legal Forum 1989, n.° 1 (1989): 139.

[66] Ibíd., 145.