Año 22, N.º 46: julio - diciembre 2023
Un diálogo
íntimo entre raza y género en el Centenario del Sufragio Femenino[1]
Mimi Yang *
http://orcid.org/0000-0003-4070-5323
* Doctora en Lengua y
Literatura Española por la Universidad de Arizona. Catedrática Emérita de
Lenguas Modernas en Carthage College, Wisconsin, EE. UU. Autora del libro The Tricultural
Personality (Chinese, Hispanic, English): A Paradigm for Connecting Culture
Differences (Nueva York: Edwin Mellen, 2014). Autora de numerosos artículos
sobre múltiples aspectos de la literatura y cultura de Latinoamérica, como de
temas estadounidenses. En 2004 se le otorgó el premio Wisconsin Global Educator
Award at Higher Education Level. Correo: myang@carthage.edu
Traducción: Yinnia
Mora-Ordoñez
Resumen
El Centenario del Sufragio Femenino ha llegado en un momento culturalmente divisivo en los Estados Unidos, así como en un año de elecciones presidenciales de alto riesgo. Todo esto va acompañado del surgimiento del movimiento «Black Lives Matter» (La vida de las personas negras importa) a escala mundial tras la muerte del afroamericano George Floyd bajo las rodillas de policías blancos. En una Estados Unidos de América en la que «no puedo respirar» es un nuevo momento de despertar cultural ¿Es el Centenario un divisor o unificador para las mujeres estadounidenses en 2020? Este artículo tiene como objetivo responder a la pregunta a partir de la revisión de las Enmiendas 14 y 15 a la Constitución y del pensamiento de figuras icónicas como Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony, Frederick Douglass, William Edward Burghardt Du Bois y Mary Church Terrell. Con un enfoque interdisciplinario anclado en los estudios históricos y culturales, el artículo analiza la división entre los dos elementos viscerales pertinentes a la identidad cultural (género y raza[2]) en el Movimiento por el Sufragio de la Mujer, dibuja un patrón de su intersección y traza una «doble conciencia» (tomando prestado el término de W.E.B. Du Bois). El artículo argumenta que el movimiento por el sufragio femenino fue de hecho un paso gigantesco hacia el ideal estadounidense de igualdad de género, pero no alcanzó la igualdad racial. Hay un legado mixto para abrazar y reevaluar al mismo tiempo; por lo tanto, el Centenario del Sufragio Femenino no debe ni puede ser una celebración de un solo tema de género, ni una sinfonía única para todos, sino una ocasión histórica para un diálogo íntimo y matizado entre género y raza. El artículo sugiere que el Centenario no solo debe celebrar a las sufragistas estadounidenses blancas, sino que debe ser una oportunidad para dar un paso histórico para cruzar la línea de color que ha aislado a las mujeres afroamericanas, así como a las mujeres de color de otras razas, etnias y herencias del centro de poder.
Palabras clave: Jerarquía
racial, Sufragio femenino, 13a y 14a enmiendas de la Constitución de EE. UU.
An Intimate Dialog Between Race and Gender at
Women’s Suffrage Centennial
Abstract
Women’s Suffrage Centennial has
arrived in a culturally divisive time in the United States as well as in a
high-stakes presidential election year. All this is accompanied with the
emergence of «Black Lives Matter» movement on a global-scale in the
wake of the African American man George Floyd’s death under the knees of white
police officers. In an «I cannot breathe» America at a new cultural awakening moment, is the
Centennial a divider or unifier for American women in 2020? This article aims
to answer the question by revisiting the 14th and 15th Amendments to the
Constitution and iconic figures like Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony,
Frederick Douglass, William Edward Burghardt
W.E.B. Du Bois, and Mary Church Terrell. In an interdisciplinary approach
anchored in both historical and cultural studies, the article scrutinizes the
split between the two visceral elements pertinent to cultural identity –gender
and race– in Women’s Suffrage Movement, draws a pattern of their intersection,
and maps out a «double consciousness» (to borrow W.E.B. Du Bois’ term). The article argues that
the women’s suffrage movement was indeed a gigantic step towards the American
ideal of gender equality, but it fell short of racial equality. There is a
mixed legacy to embrace and to reevaluate at the same time. Therefore, Women’s
Suffrage Centennial should not and cannot be a single-issue gender celebration,
nor a one-size-fits-all symphony, but a landmark occasion for an intimate and
nuanced dialog between gender and race. The article suggests that the
Centennial should not only celebrate white American suffragists but should be
an opportunity to make a historic step to cross the color line that has cutoff
African American women, as well as women of color from other races,
ethnicities, and heritages from the power center.
Keywords: Racial hierarchy, Women's
suffrage, 13th and 14th Amendments to the US Constitution
Un dialogue intime entre la
race et le genre dans le Centenaire du Suffrage des Femmes
Résumé
Le centenaire du suffrage des
femmes est arrivé dans un moment culturellement décisif dans les États-Unis,
ainsi que à un an des élections présidentielles à haut risque. Tout ceci est
aussi accompagné de l’émergence du mouvement «Black Lives Matter» (La vie des
noirs compte) à échelle mondial après la mort de l’afro-américain George Floyd
sous les genoux des policiers blancs. Dans ces États-Unis d’Amérique où «je ne
peux pas» respirer, c’est un nouveau moment d’éveil culturel. ¿Est-ce que le
centenaire est un séparateur ou un unificateur des femmes américaines en 2020?
Cet article vise à répondre cette question à partir de la révision des
amendements 14 et 15 de la Constitution, ainsi que de la pensée des figures
iconiques telles que Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony, Frederick
Douglass, William Edward Burghardt Du Bois et Mary Church Terrell. Sous une
approche interdisciplinaire ancrée dans les études historiques et culturelles,
l’article analyse la séparation des deux éléments viscéraux pertinents à
l’identité culturel (le genre et la race) dans le Mouvement pour le Suffrage
des Femmes; cette dite séparation dessine un patron de leur intersection et en
même temps trace «une double conscience» (terme emprunté de W.E.B Du Bois).
L’article argumente que le mouvement du suffrage des femmes a été, en effet, un
pas immense vers l’idéal américain d’égalité de genre mais il n’a pas atteint
l’égalité raciale. Alors, il y a un héritage mixte pour embrasser et réévaluer
en même temps; c’est pourquoi le centenaire du suffrage des femmes ne doit ni
ne peut être une célébration du genre comme un seul sujet, non plus comme une
seule symphonie unique pour tous; au contraire, elle est une occasion
historique pour un dialogue intime et combiné entre le genre et la race.
Finalement, cet article suggère que le Centenaire de doit pas seulement
célébrer les Suffragettes américaines blanches, sinon qu’elle doit être une
opportunité pour donner un pas historique et traverser la ligne de la couleur
qui a isolé aux femmes afro-américaines, ainsi que les femmes de couleur
d’autres races, ethnies et les héritages du centre du pouvoir.
Mots-clés: Hiérarchie raciale,
suffrage des femmes, 14e et 15e amendes de la Constitution des États-Unis.
Introducción
El derecho al voto define la ciudadanía constitucional. Hace un siglo, la larga y ardua victoria del derecho al voto de las mujeres culminó con la aprobación de la Enmienda 19 a la Constitución de los Estados Unidos el 18 de agosto de 1920, así se completó un círculo de ciudadanía para las mujeres. Ahora la mujer podía votar como sus homólogos masculinos (blancos), como ciudadana plena e igualitaria. En la superficie, esta es una narrativa indiscutible y, de hecho, ha encontrado su camino en los libros de texto, hasta filtrarse a través de la imaginación de la nación durante un siglo. Sin embargo, si el derecho constitucional al voto es una definición básica de ciudadanía, las mujeres de color aún no podían ejercerla plenamente para 1920, sino que lo hace hasta 45 años después, en la era del Movimiento por los Derechos Civiles, con la Ley de Derechos Electorales de 1965, promulgada como ley por el presidente Lyndon Johnson.
Como una de las leyes de derechos civiles de mayor alcance, la Ley de derechos electorales de 1965 abordó los obstáculos creados que habían impedido que los afroamericanos y las mujeres de color en general participaran en la vida política de la nación. La Ley de 1965 finalmente eliminó las pruebas de alfabetización, los impuestos electorales y el requisito de ser dueño de propiedad, entre otros requisitos diseñados, «tácticamente», a nivel estatal, que efectivamente habían despojado a los afroamericanos y otras minorías del derecho legítimo al voto.
Otorgado en la Enmienda 15, en 1870, los derechos de voto de una persona de color no se ejercieron hasta 1965. La historia parece haber dado a luz a dos naciones: la blanca, en el centro, con el título de una narrativa «estándar»; la no blanca en la periferia, «no apta» para ser contada en igualdad de condiciones. Entonces ¿De quién es el centenario del movimiento por el sufragio femenino en 2020? ¿Qué Estados Unidos es relevante para el evento histórico?
Elizabeth J. Clapp resume las características de los aniversarios del movimiento sufragista femenino:
Tradicionalmente, las personas historiadoras veían la lucha por el sufragio como parte de la historia de la democracia en los Estados Unidos, un esfuerzo por ampliar el derecho al voto a todos los estadounidenses. Escribieron historias organizativas del movimiento por los derechos de las mujeres, centrándose en la campaña en el voto, y los biógrafos incluyeron a las sufragistas entre sus proyectos. Estas historias pioneras se fijaron en mujeres excepcionales que operaban en el mundo masculino. Las caracterizaron como blancas, de clase media y que en su mayoría vivían en la costa este, lo que... reflejaba poco de la diversidad y variación regional...[3]
De hecho, ha sido una tradición de larga data y un estándar bien aceptado celebrar el sufragio femenino basado en un solo tema de género, con un grupo de sufragistas icónicas: blancas, de clase media y de la costa este. La tradición ha institucionalizado una percepción cultural generalizada de que el movimiento por el sufragio femenino es blanco o WASP (White-Anglo-Saxon-Protestant/blanco-anglosajón-protestante); una celebración «estándar» que, como tal, ha «reflejado poco la diversidad y variación regional». Así lo observó Clapp hace más de una década. Para 2020, sin embargo, una celebración «blanca» de talla única resulta evidentemente inadecuada, dada la demografía del siglo XXI, claramente transformada en comparación con la de hace un siglo. El movimiento del centenario del sufragio femenino presenta una plataforma muy necesaria para examinar estas transformaciones y su impacto en la forma en que se enmarca y se celebra cada aniversario y ahora el centenario.
Al revisar el libro de Ellen Carol Du Bois de 2020 Suffrage: Women's Long Battle for the Vote (Sufragio: Largas batallas de mujeres por el voto), Donna Seaman afirma que: «La historia del sufragio en los Estados Unidos es dramática, exasperante, paradójica y saturada de sexismo y racismo»[4]. No es una historia en blanco o negro, sino gris en diferentes tonalidades en diferentes momentos. El libro de Du Bois explora con profundidad los vínculos del movimiento sufragista femenino, desde la abolición de la esclavitud y la compleja composición de las «antepasadas» del movimiento sufragista Lucretia Mott, Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony y Sojourner Truth. Du Bois señala que: «El movimiento por el sufragio femenino tuvo un alcance increíble. Fue sostenido y transformado a través de cambios políticos, sociales y económicos masivos en la vida estadounidense y llevado adelante por lo menos por tres generaciones de mujeres estadounidenses»[5]. Por lo tanto, el significado del sufragio para las mujeres estadounidenses nunca ha sido grabado en piedra; se transforma y se altera a medida que «las esperanzas y los temores por la democracia estadounidense suben y bajan»[6].
Desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra Civil, la Reconstrucción, la Era Progresista, el Movimiento por los Derechos Civiles, el umbral de la era global, el tiempo poscolonial/postindustrial y el universo digital/informativo, lo que significa ser una mujer americana cambia, evoluciona y se transforma. La palabra «mujer» ya no significa una mujer arquetípica blanca que representa a todas las mujeres. Debido a los cambios demográficos, las transformaciones sociopolíticas y las reconfiguraciones económicas, la victoria del sufragio femenino nunca se ha desarrollado como una línea directa, pero se enseña a entenderla como un binario de un solo tema de mujeres-derrotando-hombres o feminismo-derrotando-sexismo. Lejos de ser «pulcro» y «encajar» con nuestros marcos mentales, el sufragio femenino fue una victoria del feminismo contaminado por el racismo, de un logro de la igualdad de género que rechazó la igualdad racial.
Actualmente, se vive en una época racialmente susceptible, culturalmente divisiva y políticamente polémica. El 2020 no solo marca el Centenario del Sufragio Femenino, sino también el año de una elección presidencial de alto riesgo, en medio de un movimiento Black-Lives-Matter (La vida de las personas negras importa) sin precedentes. Género y raza se alinean para configurar el panorama sociopolítico actual; las voces en competencia chocan en el odio, la intolerancia y, a veces, en la violencia. Entonces la pregunta es: ¿Estamos equipados y listos para un diálogo de raza/género frente a la desconexión, la desconfianza y la diatriba en el 2020?
La respuesta es: no del todo y todavía no
Este artículo profundiza histórica y culturalmente en un examen de la causa raíz de «por qué no todavía» en el 2020. Como artículo interdisciplinario, sus narrativas, análisis, argumentos y conclusiones en las siguientes secciones están anclados en estudios históricos, pero para estudios culturales, compromiso y resultado. La historicidad, con hechos y evidencias, establece una base tangible para tejer narrativas culturales y la extrapolación de patrones culturales[7]. Se produce un diálogo íntimo entre género y raza cuando se reconoce el miedo familiar y la intolerancia del pasado, y rastreamos divisiones similares, patrones en el momento histórico actual y el panorama sociopolítico actual. Por lo tanto, como metodología, el artículo se involucra en interpretaciones y análisis del contexto y el texto basados en la investigación. La historicidad delinea contextos históricos y sociopolíticos que han producido figuras icónicas, eventos emblemáticos y escritos/textos influyentes. Por el contrario, las documentaciones y los trabajos escritos dejados por aquellos que hicieron historia brindan evidencia textual de los contextos en los que vivieron, crearon y moldearon. En una interacción simbiótica, contextos y textos se reflejan entre sí para configurar una historia cultural que habla hoy. En la coyuntura de la historia, la cultura y la sociedad, un diálogo íntimo entre el género y la raza celebra el centenario del sufragio femenino y disecciona la injusticia racial de la actualidad, como lo demuestra la trágica muerte de George Floyd en mayo del 2020. Estos eventos dan forma y configuran la cultura estadounidense para los próximos años.
Parte 1. El eslabón perdido entre género y raza en el 2020: el binario y la línea de color
En el momento actual de división política e injusticia racial, falta el vínculo entre género y raza, y más aún el de diálogo. De hecho, fue cercenado hace un siglo por la colisión entre el centro de poder y su periferia, lo estándar y lo diverso, en la cultura estadounidense. Ambos lados tropezaron con la infranqueable y perenne «línea de color», para usar el término de W.E.B. Du bois, que divide a la nación en dos desde sus inicios. Como elemento fundamental de la cultura estadounidense, el movimiento por el sufragio femenino fue un paso sociopolítico y cultural gigantesco para las mujeres que pasaron de la periferia de género al centro de poder patriarcal. Sin embargo, irónicamente, este paso gigantesco no es inmune a la formación de un binomio interseccional centro/periferia dentro del movimiento sufragista femenino, con mujeres blancas en el centro de poder y afroamericanas, así como todas las demás mujeres de color, en la periferia.
En 1848, Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott organizaron la Convención de Seneca Falls para lanzar el movimiento por los derechos de la mujer en los Estados Unidos. Posteriormente, mujeres de todo el país protestaron, piquetearon y fueron encarceladas para asegurar su derecho constitucional al voto. Ese fue un momento histórico cuando las mujeres se enfrentaron a una estructura de poder patriarcal que había estado en contra de ellas en los Estados Unidos. Si bien todos los hombres nacen iguales en este gran país, las mujeres estadounidenses de todas las razas han tenido que luchar por el derecho al voto y así ser ciudadanas de pleno derecho y seres humanos iguales. La opresión patriarcal toma innumerables formas a través de las culturas y durante milenios a lo largo de la historia humana. Sin embargo, la forma básica y universal es la jerarquía binaria y de género de hombre/mujer. Se necesita coraje e ingenio para escribir la historia con una mano femenina y las mujeres estadounidenses hicieron precisamente eso en 1848, así colocaron a la nación en el camino hacia la igualdad de género. Después de 72 años, el 4 de junio de 1920, el Congreso aprobó la Enmienda 19 a la Constitución y otorgó a las mujeres el derecho al voto por primera vez en la historia de los Estados Unidos. Muchas pioneras del movimiento no vivieron para ver el fruto histórico de su duradera y prolongada lucha. «Solo dos mujeres que participaron en la convención de Seneca Falls seguían vivas cuando entró en vigor la Decimonovena Enmienda»[8]. En el centenario, en todo el país, museos, bibliotecas, escuelas e instituciones celebran la aprobación de la Enmienda 19 con foros, exposiciones, seminarios, conferencias y fiestas. No hace falta decir que esta es la ocasión de la celebración nacional de género que mueve a las mujeres estadounidenses al unísono para honrar el legado de las sufragistas. Se espera que todos recuerden o aprendan lo que enseñan los libros de texto. Hay una versión «estándar» y «centralizada» de lo que pasó hace un siglo y sobre quiénes fueron sus protagonistas. Las personas de todos los espectros políticos, géneros, razas y grupos de edad se reúnen para admirar a las sufragistas valientes, visionarias y resistentes. La ocasión se trata en gran medida como una victoria de un solo tema de la igualdad de género y como un compromiso binario de cómo el feminismo derrotó al sexismo.
La celebración de «corriente principal» y «estándar» sostenida durante mucho tiempo implica una suposición única para todos. Se supone que las mujeres WASP representan a todas las mujeres de todas las razas y herencias, encarnan el género de la mujer estadounidense y hablan por todas las mujeres con una sola voz de igualdad de género. La uniformidad y universalidad de WASP se ha establecido al descartar la diversidad y la desigualdad racial dentro del ámbito del género. No todas las mujeres fueron creadas iguales en la historia de los Estados Unidos; la lucha por la igualdad racial se resume y, a menudo, se eclipsa en la lucha por la igualdad de género. Mantener a las mujeres de color en la periferia, en un papel de apoyo o sin relevancia para el sufragio de las mujeres blancas, o simplemente descartar su existencia, son algunos de los mecanismos de la división racial. No es sorprendente que haya un canon que considere a las mujeres WASP como héroes, líderes y salvadoras incuestionablemente perfectas e impecables para todas las mujeres estadounidenses. Esta es la narrativa estándar rara vez cuestionada y reevaluada en la historia del sufragio. Sin embargo, después de un siglo de inmigración y cambios demográficos, en el 2020, los términos «mujeres» o «mujeres estadounidenses» se expanden a territorios previamente inexplorados, mientras giran en torno a dos fuerzas evocadoras en juego para definir estos conceptos: la del centro que universaliza los términos en sentido vertical y el de la periferia que diversifica el término en sentido horizontal.
Primero, hay que centrar la atención en la fuerza universalizadora y vertical. Tras el centenario del sufragio, el término «mujeres estadounidenses» todavía se usa en gran medida en referencia a las mujeres WASP como en la historia. Rara vez se ha reflexionado sobre sus fundamentos culturales. Es una imaginación cultural ampliamente aceptada o consentida que las mujeres WASP son el rostro y la voz de todas las mujeres estadounidenses de todas las razas y herencias, del movimiento de sufragio femenino y del centenario. Estatuas y monumentos de Susan B. Anthony, Elizabeth Cady Stanton, Lucretia Mott, Amelia Mott y Lucy Stone adornan parques nacionales, ciudades y sitios históricos, institucionalizando la narrativa de que el sufragio femenino es «blanco». Sojourner Truth fue incluida más tarde en una de las representaciones como respuesta a las críticas a la exclusión de las sufragistas negras. La fuerza universalizadora tiene mucho que ver con el «modelo» cultural que establecieron los WASP en el nacimiento de la nación. El «modelo» nunca ha sido alterado, a pesar de los desafíos del nuevo ADN cultural acumulado de la Guerra Civil y el Movimiento por los Derechos Civiles en particular. Los hombres y mujeres, programados en el diseño cultural inicial WASP, heredan estos genes culturales de generación en generación:
Los elementos centrales de esa cultura [estadounidense] se pueden definir de diversas maneras, pero incluyen la religión cristiana, los valores y el moralismo protestantes, una ética de trabajo, el idioma inglés, las tradiciones británicas de derecho, justicia y los límites del poder del gobierno, y un legado del arte, la literatura, la filosofía y la música europeos.[9]
Desde una larga cultura y tradición dominada por los anglosajones en los Estados Unidos, estos elementos se han considerado esenciales y fundamentales; ellos son el «Credo Americano». Las mujeres WASP habían sido víctimas de los hombres WASP durante siglos; las mujeres WASP se pusieron de pie en el movimiento por el sufragio femenino y se convirtieron en un modelo a seguir para todas las mujeres oprimidas de todo el mundo. No obstante ¿Hasta qué punto las mujeres WASP comparten o rechazan la visión monoculturalista de Huntington? No es claro. Lo que está claro es que la visión de Huntington tiene el ADN cultural de los WASP como el estándar, la norma y la autoridad para dar forma y definir la cultura estadounidense. De manera paradójica, el ADN de la cultura WASP dejó su huella imborrable, a través de las propias sufragistas, en el movimiento sufragista femenino. Bastantes líderes sufragistas eran abolicionistas, pero se volvieron racialmente virulentos en la lucha por los derechos de las mujeres (blancas). Esta paradoja ha ayudado con la propiedad exclusiva de WASP de la historia del sufragio femenino, así como con la lucha de las mujeres por la igualdad de género en general. El sentido de exclusividad rechaza grupos de herencias no WASP y divide a los ciudadanos/mujeres en la corriente principal y los marginados. Por lo tanto, basado en el modelo WASP, dentro del movimiento por los derechos de las mujeres, las élites WASP erige un muro cultural para la exclusión y se crea un poder binario del centro/la periferia: mujeres WASP/mujeres afroamericanas.
En segundo lugar, se cambia el enfoque a la fuerza diversificadora y horizontal. Después de un siglo de inmigración continua, masiva y no anglo/nórdica, que inevitablemente provocó transformaciones sociales y culturales, el 2020 es testigo de un Estados Unidos de América «moreno» y «más plano». Hasta hoy, ha habido un aumento significativo de mujeres de color; estas ahora representan aproximadamente el 40 % de las mujeres de EE. UU.[10]. Cuando las mujeres estadounidenses se reúnen con motivo del Centenario del Sufragio, la unión está lejos de ser la misma, a pesar del interés compartido por la igualdad de género. A lo largo de la historia del sufragio, las mujeres de color nunca tuvieron mucha presencia, en el mejor de los casos, y en el peor de los casos fueron discriminadas y se les impidió ejercer su derecho al voto. Entonces ¿Qué es el Centenario del Sufragio Femenino para una mujer de color?[11] En el Estados Unidos «marrón» y «más plano» de hoy, las mujeres blancas no solo continúan su lucha por la igualdad de género en su vida profesional y personal, sino también una gama mucho más amplia de entidades marginadas, definidas por género y raza, se encuentran en la lucha diaria por la inclusión, la igualdad, la ciudadanía y la humanidad. Estos incluyen mujeres y hombres de color, inmigrantes, ciudadanos LGBTQ[12], personas de una fe no cristiana y miembros con necesidades especiales. Una población diversa y global sin precedentes, al igual que las mujeres blancas hace un siglo, está luchando para cruzar el poder binario del centro/la periferia separados por la línea de color. Sin embargo, su binario es diferente al que enfrentaron sus hermanas WASP; es un doble binario con un doble centro y una doble periferia: racial y de género. Una doble división impide que las mujeres de color sean ciudadanas de pleno derecho, ya que estos son enajenables en ambos frentes. Si la celebración del centenario destaca el liderazgo, la contribución y los logros de las mujeres blancas en términos universales, definidos por los valores verticales WASP, entonces, muchas mujeres americanas contemporáneas de color sin duda se considerarían «no aptas» con la narrativa del sufragio femenino; quedarían fuera de la historia de la nación.
La confrontación de la fuerza universalizadora del centro y la fuerza diversificadora de la periferia no solo lleva al centenario del sufragio femenino a la encrucijada de género y raza, sino que también revela una división más profunda entre ambos en el medio social actual. Una mujer de color en el 2020 ya no tiene la imagen de una esclava privada de libertad que trabaja en un campo de algodón en el Sur antes de la guerra, bien puede ser una persona muy educada, una abogada, una ejecutiva, una artista o una doctora en medicina. Por la Constitución, como mujeres blancas, una mujer de color tiene derechos iguales e «inalienables» de educación, ciudadanía y la búsqueda de la felicidad. Ella puede ser de una larga línea de antepasados que presenciaron el inicio de esta nación o puede ser una inmigrante de primera o segunda generación. Cualquiera de los dos cae en al menos una de estas categorías: nativos africanos-asiáticos-hispanos-musulmanes-LGBTQ estadounidenses. Estas identidades «no blancas» y no WASP, después de 100 años de lucha por la igualdad de género, aún no han cruzado «la línea de color» para ser aceptadas como inherentemente estadounidenses. Cuando una mujer afroamericana habla, invitaría a la percepción de «una mujer enojada». Cuando una mujer hispanoamericana está a cargo ¿Qué tan «estadounidense» es ella para merecer ese puesto? Esta sería una pregunta no formulada. Cuando una mujer asiático-estadounidense actúa con confianza en sí misma, sería etiquetada como una «banana»: amarilla por fuera y blanca por dentro. Todavía prevalece la noción de que ser blanco es ser estadounidense o más estadounidense que una persona de color.
El racismo y la línea de color en el 2020 no son tan crudos y brutos como los que caracterizaron a la sociedad hace un siglo. Están bien absorbidos por los sistemas institucionales y continúan deshumanizando a las personas de color en nombre de la ley, las convenciones, el patriotismo y los valores estadounidenses. En lo profundo del tejido de la sociedad y en el núcleo de la cultura, el centro continúa ejerciendo su dominio; las heridas de la periferia se reabren y continúan sangrando, interna o externamente, en presencia de un desencadenante externo. Como la última de una larga lista de víctimas negras del racismo sistémico, la muerte de George Floyd ha provocado una hemorragia racial no solo en los EE. UU. sino en todo el mundo. De manera más sutil y encubierta, el racismo institucional ha dejado su mancha imborrable no solo en el movimiento sufragista femenino, sino en las celebraciones de su aniversario. Los aniversarios del sufragio femenino «estándar» siempre han sido la celebración de figuras icónicas como Stanton, Mott, Anthony y Stone, entre otros. De hecho, la visión, el liderazgo, el espíritu y los logros de estas notables mujeres WASP han transformado la sociedad y remodelado la cultura estadounidense. De muchas maneras significativas en la lucha por la igualdad de género, las mujeres estadounidenses de todas las razas, etnias, religiones y herencias están en deuda con la historia que han hecho las mujeres WASP. Sin embargo, toda esta gloria no altera un pasado racializado y no cicatriza las heridas internas sufridas a lo largo de un siglo. La unión de las mujeres estadounidenses ya no significa homogeneidad de género sino diversidad de género. Que no todas las mujeres son creadas iguales sigue siendo una realidad en el 2020. No solo la nación, sino también el feminismo estadounidense todavía está dividido por la línea de color. La pregunta «¿Qué es el Centenario del sufragio femenino para una América ‘morena’ y ‘más plana’?» confronta el «centro» y el «estándar», reevalúa la «periferia» y lo diverso, además redefine el término de «mujeres estadounidenses». Un examen histórico de cómo la igualdad racial interactúa con la igualdad de género se vuelve indispensable para reformular las celebraciones del centenario.
Parte 2. Un diálogo bloqueado entre género y raza en la
historia
Un diálogo requiere al menos dos partes para intercambiar
información e ideas, debatir diferencias o enseñar/aprender entre sí en un
proceso interactivo y generativo de ida y vuelta. En el sufragio femenino, el
género y la raza se cruzaron como las dos partes dialogantes; en lugar de
avanzar, se bloqueaban mutuamente, alterando así el binario dialógico que
afectó la configuración cultural. Más de un siglo después del sufragio
femenino, varias ideologías sobre raza y género han sido desplazadas. En una
sociedad multicultural y multirracial, el alineamiento o el desvío de una
ideología nunca sigue una línea recta, sino que es sinuosa e interconectada.
Siempre hay minas terrestres y contextos contingentes que deben considerarse y
tener precaución, tanto así que a menudo se tiene que hacer una caminata
inmóvil, fosilizada por el miedo, desconfianza, intolerancia y, a veces, odio y
violencia. Interesantemente, como los dos bloques constructivos de la cultura
estadounidense, el género y la raza se rechazan o reconocen mutuamente como dos
competidores en ciertas circunstancias políticas. A menudo son el elefante en
la habitación, nunca en una posición cómoda para reconocer y articular la
naturaleza, la importancia y, sobre todo, las posibles conexiones entre ellos.
Preferían evitar asuntos y temas asociados con el otro. No es diferente a los
gemelos rivales, la raza y el género, de la misma ascendencia, compiten por la
atención social, la representación cultural y las voces legales en cualquier
momento dado. Aunque se ha hecho un gran avance hacia la igualdad y la justicia
social, los movimientos del sufragio femenino y los derechos civiles nunca han
sido culturalmente congruentes e ideológicamente armoniosos. Tanto como las
pistas ideológicas asociadas con el género y la raza pretenden o son
orquestadas para mantenerse alejadas entre sí, sus trayectorias en la búsqueda
de justicia social se vuelven paralelas en la misma dirección a veces e
interceptadas en colisión otras veces.
Entonces ¿Qué ha cortado el vínculo entre género y raza y
bloqueó el diálogo? La pregunta se coloca en un proceso de búsqueda interior
con reflexiones históricas y autoexamen. Para buscar la causa raíz, hay que
permitir ser galvanizados por las ratificaciones de los 14º y 15º enmiendas a
la Constitución que paralelizaron la trayectoria del movimiento del sufragio
femenino. Los giros y vueltas del movimiento dividieron, así como entrelazaron,
género y raza. Se debe dejar que el diálogo largamente pospuesto comience desde
donde ocurrió la división.
La Guerra Civil (1861-1865) llevó a dos sistemas
económicos, el agrícola/plantación en el Sur y el industrial/urbanización en el
Norte, a un enfrentamiento de vida o muerte. Las instituciones de esclavitud no
solo eran la base de la economía del sur, sino también una división visible a
simple vista de dos mentalidades conflictivas: libertad/igualdad para todos los
seres humanos vs. libertad/igualdad para ciertos grupos. Ya sea en el Norte o
en el Sur, las dos mentalidades libraron una guerra cultural debido a la Guerra
Civil. El Norte ganó la guerra en el campo de batalla, pero dejó heridas
históricas sin sanar, que continuaron sangrando por mucho tiempo después de la
guerra. La época de la Reconstrucción (1865-1877), para la mejor definición de
la palabra «reconstrucción», vio esfuerzos sin precedentes para sanar las heridas raciales infligidas
a los ciudadanos afroamericanos y acortar las brechas culturales creadas por la
desigualdad económica y la desigualdad social. Se puso en marcha una serie de
políticas y leyes racialmente igualitarias. Las enmiendas 14 y 15 destacaron,
ya que abordan los temas centrales de la Reconstrucción de frente: restaurar la
dignidad humana fundamental de los esclavos, proteger los derechos de sus
ciudadanos, avanzar con la igualdad racial y perseguir la justicia económica en
una sociedad amargamente heterogénea. Estas son transformaciones
constitucionales monumentales, diseñadas para evocar y dar cuerpo al ideal
estadounidense de libertad e igualdad. Sin embargo, como leyes constitucionales,
comprensiblemente, estos documentos normativos no se sumergieron en la
profundidad cultural y psicológica para proporcionar una plataforma efectiva
para un diálogo nacional entre género y raza. Lamentablemente, se perdió el
vínculo entre los dos bloques constructivos principales de la cultura
estadounidense.
Al revisar la división entre raza y género en la 14ª
Enmienda, en la Sección 1 se establece que:
Todas las
personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos, y sujetas a su
jurisdicción, son ciudadanos de los Estados Unidos y del estado en el que
residen. Ningún estado podrá promulgar o hacer cumplir ninguna ley que limite
los privilegios o las inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos;
tampoco podrá privar a ninguna persona de la vida, la libertad o la propiedad,
sin el debido proceso legal; ni negar a ninguna persona dentro de su
jurisdicción la protección igualitaria de las leyes.[13]
La 14ª Enmienda, ratificada inmediatamente después de la
Guerra Civil el 9 de julio de 1868, fue un eco directo de los disparos en el
campo de batalla para la emancipación de la esclavitud en este país. Después de
casi un siglo, el lenguaje de «todas las personas» resuena inequívocamente con «todos
los hombres son creados iguales» en la Declaración de Independencia, firmada en
1776 en la Casa Estatal de Pensilvania. La 14ª Enmienda otorgó la ciudadanía a «todas
las personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos y sujetas a su
jurisdicción, son ciudadanos de los Estados Unidos y del estado en el que
reside»[14]. Los esclavos recién
liberados eran el público principal e incluidos en «todas las personas».
Además, la Enmienda supervisa y prohíbe que los estados nieguen a cualquier
persona «la vida, la libertad o la propiedad, sin el debido proceso de ley» o «nieguen
a cualquier persona dentro de su jurisdicción la protección igualitaria de las
leyes»[15]. Nuevamente, «Vida y
libertad» coinciden con «los derechos inalienables a la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad» en la Declaración de Independencia. Elogiablemente,
la Enmienda otorgó los derechos civiles a los afroamericanos y los reconoció
como ciudadanos iguales en la Constitución. A pesar del manejo político local
de los estados para posponer los derechos constitucionales de los
afroamericanos, la 14ª Enmienda es el preludio legal que prefiguró el
Movimiento de Derechos Civiles un siglo después. Según expertos legales, la
Enmienda es «la frase más utilizada y frecuentemente litigada en la enmienda es
'protección igualitaria de la ley', que figura prominentemente en una amplia
variedad de casos importantes»[16]. Esta es una de las
Enmiendas más citadas para hacer cumplir los derechos civiles relacionados con
la raza, el género, los derechos reproductivos y las acciones afirmativas. No
solo los afroamericanos, sino todas las personas marginadas y deshumanizadas
tienen la oportunidad de defenderse gracias a la ley de protección igualitaria
en la 14ª Enmienda; esto envía un mensaje claro y fuerte de igualdad racial.
Mientras que la Sección 1 de la 14ª Enmienda aboga y
experimenta la democracia interracial al reconocer los derechos de los
afroamericanos con la cláusula como: «todas las personas nacidas o
naturalizadas en los Estados Unidos», no menciona la inclusión y la igualdad de
género ¿No son las mujeres parte de «todas las personas»? La Sección 2 de la
Enmienda, al asegurar específicamente la representación política masculina y el
derecho al voto de los ciudadanos masculinos, excluye explícitamente a las
mujeres:
Los
representantes se repartirán entre los varios estados de acuerdo con sus
respectivos números, [...] Pero cuando se niegue el derecho al voto en
cualquier elección [...] a cualquiera de los habitantes varones de ese estado,
siendo mayores de 21 años y ciudadanos de los Estados Unidos, [...] la base de
la representación en ese estado se reducirá en la proporción que el número de
esos ciudadanos varones tenga con respecto al número total de ciudadanos
varones mayores de 21 años en ese estado.[17]
Limita el derecho al voto a «los habitantes varones de
ese estado, siendo mayores de 21 años y ciudadanos de los Estados Unidos». «Habitantes
varones» implica la inclusión de los hombres afroamericanos durante el período
de sanación nacional. Semánticamente, el documento coloca a los hombres
afroamericanos por encima (de las mujeres blancas) en el movimiento del
sufragio. Si los hombres negros están por encima de las mujeres negras,
probablemente estaría «bien» y sería «lógico». Ahora se perciben por encima de
las mujeres blancas; las mujeres blancas eran la representación universal del
género en ese momento. La Sección 1 y la Sección 2 de la 14ª Enmienda juntas
establecen el escenario donde la igualdad racial choca con la igualdad de
género. Como resultado, el sufragio femenino se vuelve controvertido entre raza
y género. Garth Pauley citó el argumento del ala de Stanton-Anthony en el
movimiento del sufragio.
(...) la causa
de la libertad humana retrocedería con una enmienda que facilitaba el voto para
el hombre negro mientras, al insertar la palabra masculina en la Constitución
por primera vez, dificultaba más que antes que las mujeres obtuvieran la
papeleta.[18]
«La 14ª Enmienda tensó la relación entre las mujeres
blancas y los negros»[19]. La binaria de género
hombre vs. mujer se encuentra interceptada con la binaria racial negra vs. blanca.
Cuando las mujeres afroamericanas estaban en ausencia total, no había una
ecuación de género como mujeres blancas vs. mujeres negras, sino un «quiasmo»
de mujeres blancas vs. hombres negros, en el cual dos binarias en dos pistas
diferentes se cruzaban: el género y la raza. Esto requiere un enfoque conjunto
de género/raza para entender tanto a las sufragistas blancas como a los
sufragistas negros, ya que están situados en un quiasmo cruzando dos categorías
diferentes.
Vale la pena mencionar la invisibilidad de las mujeres
afroamericanas durante la segunda mitad del siglo XIX. Su ausencia se debió en
gran medida al doble obstáculo –género y raza– que siempre tuvieron que
enfrentarse para entrar en una ecuación y ser contadas. Atraviesan ambas
categorías de género y raza, pero ni el género ni la raza solos pueden
representar una identidad completa de las mujeres afroamericanas o de cualquier
mujer de color. Solo cuando el género y la raza están en diálogo e
intersección, se pueden definir como ciudadanas y mujeres completas. Una simple
binaria uno a uno en género o en raza reduce su complejidad representativa y
las somete a sexismo o racismo. Por lo tanto, fueron/son el grupo más
vulnerable en la negación de la identidad, cuando el diálogo entre el género y
la raza está bloqueado. En la intersección de la raza y el género, la 14ª
Enmienda, en busca de la igualdad racial, separó la raza del género y perdió el
vínculo entre los dos.
La separación entre género y raza se vuelve más evidente
cuando la 15ª Enmienda fue ratificada el 3 de febrero de 1870. El 2020 marca su
150 aniversario, coincidiendo con el centenario del sufragio femenino. El texto
de la 15ª Enmienda dice[20]:
Sección 1. El
derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos a votar no será negado o
restringido por los Estados Unidos o por cualquier estado debido a raza, color
o condición anterior de servidumbre.
Sección 2. El
Congreso tendrá el poder de hacer cumplir este artículo mediante legislación
adecuada.
La Enmienda es más explícita que nunca al enfatizar un
derecho al voto inclusivo que incluye a los afroamericanos, así como a todos
los ciudadanos de color de manera general. Sin embargo, al igual que la 14ª, la
15ª Enmienda no menciona ni reconoce a las mujeres, lo que fue percibido por
los sufragistas como despectivo y discriminatorio. Como resultado, la 15ª
Enmienda creó una situación de piedra-papel-tijeras que obligó a los
sufragistas a elegir una posición entre género o raza, para que pudieran trabajar
hacia su convicción política y prioridad personal, según lo apropiado y
factible. Esto sembró las semillas para la división del movimiento de sufragio
femenino y la polarización entre género y raza en la cultura estadounidense.
Algunos ciudadanos y políticos blancos que se reconciliaron con su conciencia y
apoyaron el sufragio negro. «Este es el momento del negro» fue un grito de
guerra de la época y «se convirtió en la respuesta universal a la apelación de
las mujeres»[21].
Anthony y Stanton estaban profundamente amargadas por el «momento del negro»,
ya que creían firmemente que una mujer educada y blanca era superior y mucho
más calificada para votar que un hombre afroamericano. Como luchadoras
incansables por los derechos de las mujeres, se negaron a apoyar la enmienda y
fundaron la Asociación Nacional de Sufragio Femenino (NWSA). Por otro lado,
Lucy Stone y Henry Blackwell, quienes estaban más inclinados hacia el sufragio
universal, apoyaron la enmienda y fundaron la Asociación Americana de Sufragio
Femenino (AWSA). La aparición de las dos organizaciones de sufragio simbólica e
ideológicamente dicotomizó la raza y el género. La separación entre la LATERSA
y la AWSA iluminó la división subyacente, la línea de color, en la psique de la
nación: el sufragio femenino (blanco) vs. el sufragio masculino negro ¿Cuál es
la prioridad de la emancipación, el género o la raza? La omisión del género en
la 15ª Enmienda ayudó al sexismo ya extendido; esto enfureció a las líderes
feministas blancas. Para combatir el sexismo, «en lugar de argumentar por el
sufragio en términos de derechos iguales»[22], los representantes de la
LATERSA y más tarde de la Asociación Nacional de Mujeres Sufragistas
recurrieron al feo racismo y la xenofobia. Al dar el voto a las mujeres
(blancas), los líderes de estas asociaciones argumentaron que los votantes
nativos y blancos serían garantizados y «numerosos inmigrantes y votantes no
blancos»[23]
serían superados en número. En un quiasma que cruza género y raza, ni el
sexismo ni el racismo/xenofobia pueden llevar a cabo ningún diálogo, sino que
albergan intolerancia y exclusión mutua, bloqueando así el diálogo entre género
y raza.
La noción de que la 15ª Enmienda fue considerada para
poner los derechos de voto de los afroamericanos antes que los de las mujeres
indicaba el poder representativo de los hombres del siglo XIX, negros o
blancos. Los hombres blancos representaban a todos los individuos blancos; de
la misma manera, los hombres negros representaban a toda la comunidad negra.
Por el contrario, las mujeres blancas fueron omitidas como no entidades, al
igual que las mujeres negras fueron borradas. Estos fueron síndromes sexistas
compartidos a través de las razas negra y blanca. Antes de las 14ª y 15ª
Enmiendas, a pesar del sexismo y el racismo profundamente arraigados, los
hombres negros y las mujeres blancas habían hecho alguna alianza estratégica
para ganar el voto. Garth Pauley hizo un punto de una relación conveniente pero
poco escrupuloso entre las sufragistas blancas y los hombres negros con una
cita de la feminista negra Bell Hooks[24]:
Antes del
apoyo de los hombres blancos al sufragio para los hombres negros, las
activistas blancas creían que promovería su causa si se aliaban con activistas
políticos negros, pero cuando parecía que los hombres negros podrían obtener el
voto mientras permanecían privados de sus derechos, la solidaridad política con
los negros fue olvidado e instaron a los hombres blancos a permitir que la
solidaridad racial eclipsara sus planes para apoyar el sufragio masculino negro.[25]
Las enmiendas 14ª y 15ª dejaron «claro que el derecho al
sufragio se otorgaría solo a los hombres afroamericanos, muchas sufragistas
blancas se opusieron a las enmiendas 14 y 15»[26]. En este cruce, una
relación uno a uno, ya sea blanco vs. negro o hombres vs. mujeres, no se
mantiene; se difumina la división racial y se deconstruye la «lógica» de género. Si una
sufragista blanca se aferra a la solidaridad racial ¿Cómo combatiría su
posición marginada frente a los hombres blancos que habían sido la autoridad, la
norma y el estándar para deshumanizarla? Si ella abraza la solidaridad de
género ¿Cómo aceptaría a una mujer negra como su igual? ¿Debería apoyar a los
hombres blancos o a las mujeres negras para ganar su lucha por el voto?
La relación uno a uno se vuelve inestable y fluida en la
intersección; ya no es uno a uno sino uno a varios o varios a uno o varios a
varios. La fluidez de la multiplicidad podría haber abierto un diálogo
propositivo, pero no sucedió. Priorizar la raza sobre el género por las dos
enmiendas fragmenta la coalición entre las mujeres blancas y los hombres
negros. Anthony y Stanton tomaron una posición. En 1868, se reunieron con
miembros de la Asociación Americana de Igualdad de Derechos (AERA American
Equal Rights Association), incluyendo al primer alcalde de Boston Wendell
Philips. Cuando Philips expresó su apoyo al sufragio negro y explicó por qué
creía que las dos enmiendas ofrecían lo que podría ser la única oportunidad
para los afroamericanos, «Anthony objetó vehementemente»[27]. Ella levantó su brazo derecho y proclamó: «Miren
esto, todos ustedes. Y escúchenme juro que cortaré este brazo derecho mío antes
de trabajar por o demandar el voto para el negro y no para la mujer»[28]. Claramente, en el
vocabulario de Anthony, «mujeres» significa solo mujeres blancas y «el negro»
significa solo hombres negros. Por lo tanto, su forma de dividir el género y la
raza jerarquiza el género por encima de la raza de manera directa. La
declaración de Anthony en la convención AERA de 1869 refleja vívidamente el
racismo de su época, del cual ciertamente no era inmune:
La escuela
antigua anti-esclavitud dice que las mujeres deben mantenerse atrás y esperar
hasta que los negros sean reconocidos. Pero decimos, si no les das el pan entero
del sufragio a toda la gente, dáselo primero a los más inteligentes. Si la
inteligencia, la justicia y la moralidad tienen precedencia en el Gobierno,
presenta primero el tema de la mujer y el tema del negro al final.[29]
Evidentemente, el sustantivo universal «mujeres» se
reduce solo a significar mujeres blancas en Anthony y sus contemporáneos,
quienes eran más inteligentes, juiciosas y morales que los «negros». A finales
del siglo XIX en EE. UU., la raza blanca era ampliamente considerada superior a
cualquier otra raza, por lo tanto, las (mujeres) blancas son naturalmente
superiores a los «negros». La lucha por el derecho al voto resultó ser una
competencia entre género y raza. La NWSA no solo se alejó del sufragio negro, sino
que también consideró que los afroamericanos le quitaba la oportunidad de ganar
el voto a las mujeres blancas. Aunque muchos creían que tanto el sufragio
femenino como el sufragio negro eran justos y necesarios, la Constitución solo
permitiría una transformación social a la vez. Los grupos que caen en las
categorías de raza y género no tenían enmiendas ni marcos sociales para
definirlos y proteger sus derechos. Las mujeres de color que cruzan las
fronteras de género y raza lucharían para saber si deben luchar por el derecho
al voto de las mujeres o por la igualdad racial. Las mujeres afroamericanas y
las mujeres de color en general han sido históricamente encasilladas en la raza
o el género, pero nunca ambos. El encasillamiento binario simple refleja la «división»
sociológica, cultural y política del género y la raza, institucionalizada por
las enmiendas 14ª y 15ª. Al final de la Era de Reconstrucción, el aumento del
Ku Klux Klan y la ola de reversión de la democracia interracial borró
completamente la ya débilmente visible huella de las mujeres afroamericanas y
las mujeres de color de la historia. Mientras tanto, el movimiento del sufragio
femenino (blanco) se estaba poniendo en marcha y ganando apoyo a nivel
nacional. La Enmienda 19ª, ratificada el 18 de agosto de 1920, finalmente
otorgó a las mujeres estadounidenses el derecho al voto, poniendo fin a casi un
siglo de protestas desde la Convención de Seneca Falls de 1848. La 19ª Enmienda,
efectiva de inmediato en el mismo año de su ratificación, es un hito de la
histórica victoria para las mujeres (blancas). Derrotó el sexismo en el voto y
sacudió la cultura estadounidense en su esencia, pero la esencia no se sacudió
lo suficiente para borrar la línea de color, la mantuvo intacta.
Las enmiendas 14ª y 15ª proclamaron la democracia
interracial, otorgaron a los ciudadanos de color el derecho definitorio e
importantísimo al voto y les aseguraron la protección constitucional. Tanto como
los dos documentos pretendían construir la igualdad racial, su alcance y
profundidad fueron severamente limitados, ya que no estaban diseñados para
abordar la división de color visceral en la psique de la nación. Dejaron
espacio para un aumento retroactivo de la supremacía blanca en el siglo XIX
para deshacer el ideal progresista de sanar e integrar la nación después de la
Guerra Civil. Irónicamente, lo que bloqueó el diálogo entre género y raza es el
esfuerzo mismo de las dos enmiendas para cruzar la línea de color, pero el
esfuerzo se limitó a un binario racial simple, descartando un quiasma
pluralista tanto en raza como en género. Además, el significado cultural de las
mujeres o el género en el siglo XIX era centrado en los blancos. Las mujeres de
color se encontraron en un terreno baldío, consideradas irrelevantes para la
histórica transformación social, cuando debieron haber sido el catalizador del
diálogo entre género y raza.
Parte 3. En la intersección: el diálogo de Frederick
Douglass entre género y raza
Después de haber identificado lo que bloqueó el diálogo
entre género y raza ¿Cómo se debe entablar el diálogo? Cuatro millones de
esclavos fueron liberados con la victoria de la Unión en la Guerra Civil en
1865. A pesar de la Proclamación de Emancipación de 1863, el estatus social y
legal de los esclavos se mantuvo sin cambios en la vida cotidiana y la
institución de la esclavitud permaneció en pleno funcionamiento. La integración
de los antiguos esclavos a la vida política y cultural de la nación y el
regreso de los antiguos estados rebeldes del Sur a la Unión generó la necesidad
de un diálogo sociopolítico y cultural urgente a nivel nacional con los
antiguos esclavos, así como con los antiguos dueños de esclavos.
Como se indicó anteriormente, la era de la Reconstrucción
(1865-1877) generó un conjunto de nuevas leyes y políticas hacia la sanación
nacional y la igualdad interracial. Las enmiendas 14 y 15 allanaron el camino
para que los antiguos esclavos participaran en la vida política del sur, como
ciudadanos legales e iguales. Por primera vez la nación experimentó un esfuerzo
a nivel federal para lograr una democracia interracial «en blanco y negro». En
ese particular momento histórico, la línea de color fue eclipsada por el deseo
de reconstruir y reunificar; el mundo blanco se cruzaba con el negro, no como
amo-esclavo sino como iguales constitucionales. Sin embargo, la intersección
era muy inestable y frágil para ser empujada cuando el KKK y la fuerza de la
supremacía blanca revirtieron el rumbo al que se dirigían las Enmiendas 14 y
15. En menos de una década desde la aprobación de la Enmienda 15, la línea de
color se redujo violentamente para dicotomizar el blanco y el negro. El racismo
siguió echando raíces tanto en el Sur como en el Norte. Ni la Guerra Civil ni
la Reconstrucción supieron coser la herida que había cortado la línea del
color. Bajo estas circunstancias complejas y fluidas, no fue sorprendente que
Stanton y Anthony respondieran al sexismo implícito en la Enmienda 15 con
indignación racista. Dar prioridad a las mujeres blancas sobre los hombres
negros en el movimiento de sufragio femenino no solo alienó a los
afroamericanos, sino que también reflejó las relaciones raciales volátiles en
la era posterior a la Guerra Civil. En medio del racismo desahogado por las sufragistas
blancas que él admiraba, Frederick Douglass (1818-1891) tomó una posición
diferente; al hacerlo, personificó un diálogo más bien una diatriba en la
intersección entre raza y género.
De una herencia racial mixta, Frederick Douglass era un
conocedor intercultural, un firme partidario del sufragio femenino, así como
del sufragio negro. Como exesclavo, abolicionista y editor del Rochester North
Star, fue uno de los pocos hombres presentes, junto con Elizabeth Cady Stanton
y Lucretia Mott, en la convención de Seneca Falls en julio de 1848. Fue una
convención para defender el derecho de las mujeres; las 300 mujeres presentes
lo vieron como una declaración pública para luchar por el derecho constitucional
de las mujeres a votar como ciudadanas estadounidenses de pleno derecho.
Stanton redactó y presentó la «Declaración de Sentimientos», inspirada en la
Declaración de Independencia; describía las quejas y demandas de las mujeres.
Paralelamente a las luchas de los Padres Fundadores, la «Declaración de
Sentimientos» resumió 11 resoluciones sobre los derechos de la mujer, incluido
el sufragio femenino. Todos fueron resueltos excepto el sufragio femenino[30]. En una sociedad
patriarcal como la estadounidense del siglo XIX, una mujer no podía poseer
propiedades ni tomar decisiones financieras y reproductivas por sí misma, además
no tenía igualdad de oportunidades de divorcio, educación y empleo. La idea de
que votaran fue recibida con burla y hostilidad. Sonaba anormal y herético,
apenas atractiva para la audiencia predominantemente de Quake, cuyos asistentes
masculinos desdeñaron una demanda tan «irrazonable». Sin embargo, el hombre
afroamericano, Douglass, estaba al lado de Stanton y defendió el intelecto, las
habilidades y las capacidades de las mujeres para hablar por sí mismas y
defenderse. Describió el documento de Stanton como «el gran movimiento para
lograr los derechos civiles, sociales, políticos y religiosos de las mujeres»[31]. Stanton declara los
derechos de las mujeres al afirmar la igualdad de género:
Sostenemos que
estas verdades son evidentes por sí mismas; que todos los hombres y mujeres son
creados iguales; que están dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad; que para asegurar estos derechos se instituyen gobiernos, derivando
sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.[32]
Las mujeres eran parte de una sociedad patriarcal,
oprimida y reprimida; fueron despojadas de los derechos de igualdad de género
y, por lo tanto, nunca fueron ciudadanas de pleno derecho en una democracia.
Esto era un problema y una amarga ironía de la democracia. La declaración
argumenta contundentemente que las mujeres sean respetadas por la Constitución
como ciudadanas de pleno derecho de los Estados Unidos y se les otorguen los
mismos derechos y privilegios otorgados a sus conciudadanos masculinos. La
declaración de Stanton marcó el comienzo del movimiento por los derechos de la
mujer en el país, sentó las bases para el movimiento por el sufragio e impulsó
a la cultura estadounidense en un camino inexplorado hacia la aprobación de la
Enmienda 19.
Aunque Douglass no vivió para ver la Enmienda 19 en
vigor, comprendió profundamente la magnitud y el impacto del movimiento por el
sufragio femenino, quizá más que cualquier otro hombre de su tiempo. En la
convención de Seneca Falls, cuando la resolución del sufragio femenino estaba a
punto de ser derrotada, Douglass pidió la palabra y pronunció un alegato
apasionado y elocuente en favor del derecho de las mujeres al sufragio electivo[33]. Sus palabras
convincentes y su poder persuasivo convencieron al cuerpo para que aceptara y
adoptara la resolución por un pequeño margen. Stanton encontró un partidario
inesperado en un hombre negro.
Para abordar la intersección de raza y género de
Douglass, se escucha de su propia voz en el discurso «El movimiento por el
sufragio femenino», pronunciado en abril de 1888 ante el Consejo Internacional
de Mujeres, en Washington D.C. En ese discurso, después de 40 años de la
convención de Seneca Falls, reflexionó sobre su papel en el movimiento por el
sufragio femenino: «Vengo a esta plataforma con una timidez inusual»[34] ¿De qué se trata este
«inusual»? Lo que le permitió posicionar a las mujeres como iguales a los
hombres no fue su género masculino «superior», sino su raza afroamericana
«inferior». Un mestizo, un esclavo fugitivo y un pensador cultural y escritor
autodidacta, Douglass tiene experiencia de primera mano de la humillación y la
deshumanización, comprende la necesidad existencial de ser aceptado y
reconocido como un ser humano digno. Se encuentra dentro de la mentalidad tanto
del negro como del blanco, del hombre y de la mujer. Únicamente capaz de
relacionar la marginación de los afroamericanos con la marginación de género de
la mujer blanca, ve claramente que, a lo largo del movimiento sufragista, la
raza y el género, dos identificadores aparentemente separados, tienen que
marchar juntos por caminos paralelos. Entre los pasos entrelazados, tiene que
haber un diálogo compartido sobre inclusión, igualdad, ciudadanía y humanidad.
Desde su negro punto anticuado, es posible una posición mutuamente reconocible
y relacionable. En otras palabras, identifica su lucha racial con la lucha de
género de la mujer blanca, ambas igualmente privadas del derecho a ser una
ciudadana plena y un ser humano pleno. Cruzando una doble frontera de raza y
género, se puso de pie y defendió a las mujeres blancas de la misma manera en
que se defendería a sí mismo y a los ciudadanos afroamericanos. «Digo de ella,
como digo de la gente de color, dale juego limpio y manos fuera»[35], como tal, continuó la
lucha en ambos grupos raciales y frentes de género.
La posición de Douglass ejemplifica un diálogo
entrecruzado entre género y raza. Plenamente consciente de que pertenece a un
género diferente y a una raza diferente, desde una otredad doble, se convierte
en «un hombre de los derechos de la mujer», para ser precisos, un hombre de los
derechos de la mujer blanca. Declara en el mismo discurso en 1888, «este es un
Consejo Internacional, no de hombres, sino de mujeres, y la mujer debe tener
toda la voz en él. Este es su día en la corte»[36], Douglass desmantela el
binario de género de hombres y mujeres y se pone del lado de las mujeres. Al
mismo tiempo, también correlaciona la raza negra oprimida con el género
oprimido de la raza blanca, demoliendo así el binario racial blanco y negro. Él
ve una humanidad compartida indefinible ni por género ni por raza, ya que
trasciende más allá de ambos. Pide a los hombres (hombres blancos) que se
relacionen con las mujeres callándose y escuchando sus voces como iguales,
Creo que
ningún hombre, por muy dotado que esté de pensamiento y palabra, puede expresar
los errores y presentar las demandas de las mujeres con la habilidad y el
efecto, con el poder y la autoridad de la mujer misma (…) La mujer conoce y
siente sus errores, ya que el hombre no puede conocerlos ni sentirlos, y
también sabe, tan bien como él puede saber, qué medidas se necesitan para
corregirlos. Acepto todas las afirmaciones en este punto. Ella es su mejor
representante.[37]
Cuando Douglass afirma que «Su derecho a ser y a hacer es
tan pleno, completo y perfecto como el derecho de cualquier hombre en la
tierra»[38], toca el ideal
estadounidense por excelencia de la verdadera igualdad. Para él, el sufragio
femenino no se trata de un movimiento de mujeres contra hombres, sino de un
movimiento de igualdad de género contra desigualdad de género; el sufragio
negro no se trata de negros contra blancos, sino de una lucha de igualdad
racial contra desigualdad racial. Douglass ha destilado estos paradigmas
entrecruzados de su propia experiencia combinada afroamericana y mestiza, que
lo había expuesto a muchos aspectos de la injusticia racial y social, así como
a la posibilidad de vivir entre el negro y el blanco sin tener que ser
encajonado. Su paradigma sugiere movilidad y fluidez, y explica su posición
«inusual» de cruce de raza y género para apoyar el sufragio de las mujeres
blancas. En el mundo de Douglass, el género y la raza no se excluyen
mutuamente, sino que están orgánicamente relacionados. Correlaciona género y
raza:
(…) fue una
gran cosa que la gente humana se organizara en oposición a la esclavitud; pero
fue mucho mayor, en vista de todas las circunstancias, que la mujer se
organizara en oposición a su exclusión de la participación en el gobierno.[39]
En contraste con la retórica racista vitriólica de
Stanton y Anthony por temor a que los hombres negros les quiten el derecho al
voto a las mujeres blancas, Douglass presenta una postura relacional y un
compromiso visionario. El binario simple profundiza la división entre género y
raza y bloquea el diálogo; el «quiasma» cruzado conecta el género y la raza y
abre el diálogo. Douglass está dotado de una aguda conciencia de un marco
compartido por el sexismo y el racismo. Entiende que el marco solo permite al
ojo ver la realidad tangible y comprensible a grandes rasgos y en la
superficie, no el mundo interior intangible y matizado. La construcción mental
que perpetúa el racismo gira en torno al color de la piel, no tanto al
«contenido del carácter» (en términos de Martin Luther King); la construcción
mental del sexismo opera con una percepción superficial similar: la apariencia
física y la composición biológica, desprovistas de cualidades intangibles. La
capacidad de Douglass para vincular la raza y el género proviene de la visión
interna de un origen racial «inferior», así como de un origen de género
«superior». Él advierte a los hombres la diferencia entre los males abiertos y
las miserias ocultas de la opresión de las mujeres:
La razón es
obvia. La guerra, la intemperancia y la esclavitud son males manifiestos, no
disimulados y palpables. Los mejores sentimientos de la naturaleza humana les
repugnan. Fácilmente podríamos hacer ver a los hombres la miseria, la
degradación, el terrible sufrimiento que causa la intemperancia; fácilmente
podríamos hacer que los hombres vieran la desolación provocada por la guerra y
los horrores infernales de la esclavitud; pero el caso fue diferente en el
movimiento por el sufragio femenino.[40]
El movimiento por los derechos de la mujer en los Estados
Unidos no comenzó como una guerra napoleónica ni como un evento satánico. Por
el contrario, surgió de la «hermosura» y la paz doméstica donde
(…) se suponía
que todo en su estado era encantador, tal como debería ser. No tiene derechos
negados ni errores que reparar. Ella misma a lo largo de la marea de la vida
como lo habían hecho su madre y su abuela antes que ella.[41]
Debido a la maldad velada y la deshumanización
disfrazada, el sufrimiento de las mujeres se volvió silencioso, virtuoso e
ideal. Muchos hombres en la época de Douglass no reconocieron el porqué del
movimiento por el sufragio femenino. Al señalar la diferente naturaleza del mal
y la miseria, Douglass intenta crear una conciencia «entrecruzada» de la
intimidad entre género y raza. Expresó abiertamente su admiración por Stanton:
«Sra. Stanton, con una seriedad que nunca olvidaré, expuso su punto de vista
sobre esta cuestión de la mujer precisamente como lo había hecho en este
Consejo»[42].
Desde una perspectiva masculina y afroamericana, la comprensión íntima de
Douglass de la causa y la mente de Stanton desafía cualquier binario simple que
dicotomice:
Ella [Stanton]
conocía el ridículo, la rivalidad, la crítica y las amargas calumnias que ella
y sus colaboradores tendrían que enfrentar y soportar. Pero ella vio más
claramente que la mayoría de nosotros que el punto vital que había que
destacar, y que incluía a todos los demás, era la votación, y valientemente
pronunció la palabra. No solo era necesario romper el silencio de la mujer y
hacer oír su voz, sino que debía tener ante sí una medida clara, palpable y
completa, digna de su más alta ambición y de sus mejores esfuerzos, y por lo
tanto la votación se llevó a el frente.
El sufrimiento, la humillación, la rivalidad y la crítica
de Stanton se relacionan con lo que Douglass ha experimentado en su lucha por
la igualdad racial; su enfoque y coraje hacen eco de los de él; su ambición de
transformar la cultura refleja la de él. En lugar de definirse por género o
raza, Douglass elige algo más grande que estos identificadores:
Cuando me
escapé de la esclavitud, fue por mí mismo; cuando abogué por la emancipación,
fue por mi pueblo; pero cuando defendí los derechos de la mujer, el yo estaba
fuera de discusión, y encontré un poco de nobleza en el acto.[43]
Lo que representa es un espíritu humano y humanista puro,
desprovisto de colores y formas, fuera de los límites de género y raza. Con una
clara conciencia de que representa algo mucho más grande que su propia vida,
Douglass está convencido de que la causa por la que luchan Stanton y Anthony es
también mucho más grande que la vida de cualquier individuo y más perdurable
que el momento histórico. Galvanizado por la espiritualidad, tiene lugar el
diálogo de Douglass entre género y raza.
Sin embargo, el diálogo se vuelve a bloquear debido a las
tensiones raciales. Hay una línea de color amargo entre Douglass y Stanton.
Stanton prioriza la «riqueza, la educación y el refinamiento» de las mujeres
(blancas), mientras ridiculiza el «pauperismo, la ignorancia y la degradación»
de los negros y los inmigrantes[44], son «Sambo’ caminando
hacia el reino» del derecho al voto el «reino»[45]. Ella sugiere que los
votantes que no son WASP afectarían negativamente al sistema político y
erosionarían los valores estadounidenses[46]. Por lo tanto, pide «un
sufragio educado»[47] lo que ayuda a justificar
la prueba de alfabetización en años posteriores para excluir a los votantes
afroamericanos. El racismo de Stanton tiene claramente la intención de cortar
una herida sangrante entre la raza y el género, de modo que el género (mujeres
blancas) pueda colocarse sobre la raza (hombres negros). Douglass no estuvo de
acuerdo públicamente con la prioridad de Stanton y Anthony de la «blancura» en
nombre de la igualdad de género. Esto lleva a los críticos a representar a Douglass
como un hombre afroamericano que «naturalmente» sopesa la raza sobre el género,
por lo tanto, exactamente lo contrario de Stanton y Anthony. Tal enfoque de
Douglass puede ser «limpio» y «encajar» en una dicotomía racial, pero cae en lo
que representa Douglass: un espíritu humano, que no debe ser definido por
blanco o negro, género o raza. Él está en diálogo con ambos:
[La mujer] es
víctima de abusos, eso sí, pero yo creo que no se puede pretender que su causa
es tan urgente como la nuestra (sufragio negro). El principio es: que ningún
negro tendrá derecho al voto mientras que la mujer no lo tenga. Ahora bien, al
considerar que los hombres blancos siempre han tenido derecho al voto y los
hombres de color no, la conducta de estas mujeres blancas, cuyos esposos,
padres y hermanos son votantes, no parece generosa.[48]
Lo que diferencia a Douglass de Stanton y Anthony es la
capacidad de ir más allá de un simple binario y participar en quiasmos
cruzados. En varias intersecciones, Douglass integra blanco y negro, género y
raza; atrapados por un solo binario uno a uno, Stanton y Anthony emprenden una
campaña anti-sexista con retórica racista. Si bien los tres compartían la misma
causa para alcanzar el ideal estadounidense de libertad e igualdad, están
separados por la línea de color. Un lado de la línea está atascado con las
diferencias superficiales entre raza y género y las considera mutuamente
excluyentes. El otro lado discierne las similitudes y consistencias subyacentes
entre la raza y el género, y los conecta y los cruza orgánicamente. La
intolerancia virulenta de Stanton y Anthony hacia el sufragio negro contrasta
con el apoyo inquebrantable de Douglass a los derechos de la mujer y el
sufragio.
Avanzando rápidamente hacia el centenario del sufragio,
nadie quiere «empañar» figuras icónicas como Stanton y Anthony. Sin embargo, lo
que los hace grandes no es su perfección sino su humanidad. Cuando rompieron
con sus antecedentes abolicionistas después de la Guerra Civil para oponerse a
las Enmiendas 14 y 15, mostraron miedo, ira, naturaleza territorial,
prejuicios, un sentido cambiante de superioridad blanca y vulnerabilidad.
Fueron pioneras en el movimiento de abolición, pero bloquearon el diálogo entre
género y raza que pretendía Douglass. Estaban llenas de autocontradicciones,
humana y comprensiblemente. Al reconocer lo extraordinario de Stanton y Anthony
y permitirles ser humanos con defectos y autocontradicciones, muchas personas
de todos los géneros y razas pueden tener un rostro humano con el cual identificarse.
Al celebrar a un hombre afroamericano, Douglass, en el centenario, se abre una
nueva modalidad de carrera como parte de la celebración del género. Este
diálogo entre género y raza debe tener lugar en 2020.
Parte 4. El legado del diálogo género/raza: la doble
conciencia
El Centenario del sufragio femenino es una ocasión para
examinar cómo el diálogo entrecruzado de Douglass entre raza y género ha
evolucionado hasta convertirse en una conciencia cultural. También presenta un
momento histórico para una mirada profunda hacia cómo la doble conciencia ha
sostenido a mujeres y hombres de color en su supervivencia y coexistencia en
una sociedad multicultural y multirracial durante y más allá del movimiento
sufragista. Cuando la diversidad de género se fusiona con la diversidad racial,
un individuo de color se encuentra en un paisaje hecho para una identidad
pluralista y habilidades de «camuflaje». Es propenso a desarrollar un conjunto
de habilidades instintivas para «camuflar» su autoconservación y autoprotección
en un terreno donde destaca su color de piel, expuesto al peligro. El
«camuflaje» lo mezcla a uno en el fondo y es capaz de multiplicidad y
simultaneidad. Equipado con la capacidad de «camuflar» culturalmente, Douglass,
mientras cruzaba su raza y género, se mezcló con mujeres blancas.
En los albores del siglo XX, el camuflaje cultural se
teorizó con la publicación de The Souls of the Black Folk (Las almas del
pueblo negro) en 1903, por parte de W.E.B. Du Bois (1868-1963). Al igual que
Douglass, Du Bois también es de sangre y herencia mixtas, además lleva una vida
personal, intelectual y cultural entre mundos diferentes. A lo largo del libro,
el término «doble conciencia» se acuña de manera recurrente para describir la
naturaleza existencial y la cultura de los afroamericanos. Para ser aptos y
aceptados en la sociedad blanca, deben desarrollar dos mentalidades, dos campos
de visión, dos idiomas, dos modos perceptivos y dos formas de vivir; es decir,
el autoconocimiento y el conocimiento de ser percibido. Du Bois utiliza la
metáfora de un velo transparente que permite una doble percepción desde ambos
lados para que el espectador sea visto al mismo tiempo:
Después de los
egipcios y los indios, los griegos y los romanos, los teutones y los mongoles,
el negro es una especie de séptimo hijo, nacido con un velo y dotado de una
segunda vista en este mundo americano, un mundo que no le proporciona un
verdadero yo -conciencia, pero solo le permite verse a sí mismo a través de la
revelación del otro mundo. Es una sensación peculiar, esta doble conciencia,
esta sensación de mirarse siempre a uno mismo a través de los ojos de los demás,
de medir el alma de uno con la cinta de un mundo que mira con divertido
desprecio y piedad. Uno siempre siente su dualidad: un americano, un negro; dos
almas, dos pensamientos, dos esfuerzos no reconciliados; dos ideales en guerra
en un cuerpo oscuro, cuya obstinada fuerza por sí sola evita que se desgarre.[49]
El diálogo entrecruzado de raza y género de Douglass no
habría sido posible sin la «dualidad» de Du Bois. Negro y blanco a la vez,
feminista y antirracista a la vez, soñó un Sueño Americano de una sociedad
justa y democrática para las mujeres y los negros. Douglass ya había
ejemplificado la doble conciencia hace medio siglo antes de que Du Bois acuñara
el término. A diferencia de una posición cultural fija y centralizada mantenida
por el racismo o el sexismo, individuos como Douglass y Du Bois saltan de un
lado a otro en múltiples espacios de raza y género, con movilidad y
maleabilidad habilitadas por la doble conciencia. Su indeterminación cultural
los pone en constante movimiento y constante búsqueda de un hogar en la
narrativa estadounidense. Ni Douglass ni Du Bois representan ni caen en una
sola definición; son obstinados y auto inventados, atrapados entre el ser y el
devenir.
Cuando se trata del apoyo masculino al movimiento por el
sufragio femenino, Valethia Watkins señala con precisión, al decir que Douglass:
fue
posiblemente el hombre de más alto perfil de cualquier raza involucrada
consistentemente en el movimiento sufragista y fue inquebrantable en su defensa
del derecho al voto de las mujeres desde el inicio del movimiento organizado en
los Estados Unidos en 1848 hasta su muerte en 1895.[50]
Du Bois también fue «un hombre de derechos de la mujer»
en la tradición de Frederick Douglass[51]. Casi una imagen
especular de Douglass, Du Bois continúa el diálogo entrecruzado entre raza y
género con la misma agilidad cultural y el mismo espíritu que lo liberó de la
«maldición» de «la línea de color», otro término utilizado repetidamente en The
Souls of the Blake Folk (Las almas de la gente de Blake). Asimila la
invisibilidad y la vulnerabilidad tanto en las personas negras como en las
mujeres blancas y declara a la manera de Douglass:
Estoy resuelto
a estar listo en todo momento y en todo lugar para dar testimonio con pluma,
voz, dinero y hechos contra (...) la privación incorrecta de derechos por
motivos de raza o sexo (...)[52]
El diálogo entre género y raza encarna la doble
conciencia y cruza la línea del color «a través de la revelación del otro
mundo»[53]. No está definido por la constitución
biológica, sino por el horizonte mental. En el diálogo, el observador es
observado en acción. La doble conciencia de Douglass/Du Bois se hunde no solo
en las almas de los negros, sino también en todos los ciudadanos, hombres y
mujeres, de color.
Sigma Delta Theta, la única organización en la que
participaron mujeres negras, llevó el diálogo de género y raza en el movimiento
por el sufragio femenino a un escenario nacional en el Desfile del Sufragio
Femenino de 1913. La líder del sufragio (blanco), Alice Paul, organizó una
marcha de 5000 mujeres a lo largo de Pennsylvania Avenue en Washington D.C. el
lunes 3 de marzo de 1913, un día antes de la toma de posesión del 28º
presidente Woodrow Wilson. En el corazón del gobierno de los EE. UU., las
mujeres estaban haciendo campaña por la 19ª Enmienda que garantizaba a las
mujeres el derecho al voto (ratificada en 1920). Las valientes mujeres lo
hicieron ante la brutalidad policial; muchas de ellas fueron insultadas,
escupidas y heridas físicamente. Lo que hizo que el evento fuera extraordinario
no fue solo el coraje y la valentía de las mujeres blancas, sino también la
participación de las mujeres negras junto con sus hermanas blancas. No
obstante, la unión de blancos y negros a la Douglass, de ninguna manera fue una
unión natural, sino una lucha dura.
En su artículo del Washington Post «A pesar del tremendo riesgo,
las mujeres afroamericanas también marcharon por el sufragio», Michelle Bernard[54] detalló la participación
de Delta Sigma Theta Sorority:
Marchar contra
el statu quo no fue fácil para las mujeres blancas, pero fue aún más
difícil para las mujeres afroamericanas, debido al sentimiento racista de la
época, así como para las sufragistas blancas que no favorecían el sufragio de
las mujeres negras.[55]
Con una doble conciencia, las mujeres afroamericanas
tuvieron que luchar por la igualdad racial antes que la igualdad de género para
así ser parte de la procesión. La reacción racista como reacción a la Enmienda
15 se prolongó en el Desfile del Sufragio Femenino. A Alice Paul no le gustaban
los desfiles mixtos de mujeres en blanco y negro; ella prefería un desfile solo
blanco. Le confió sus temores a un editor simpatizante: «Hasta donde puedo ver,
debemos tener una procesión blanca o una procesión negra, o ninguna procesión
en absoluto»[56].
Otras sufragistas blancas tampoco podían aceptar a las mujeres negras, una al
lado de la otra, como iguales en su lucha por los derechos de las mujeres. El
feminismo de las sufragistas blancas estaba viciado por el racismo en una doble
conciencia invertida. El derecho al voto de las mujeres negras no se consideró
en pie de igualdad con el de las mujeres blancas; las mujeres negras no
pertenecían a la causa de justicia defendida por las mujeres blancas, quienes
no comprenderían su superioridad racial por la igualdad de género. La
«exclusión de los negros» de Paul profundizó la división entre raza y género.
Ella insistió en «que la privación de derechos de la mujer negra era una
cuestión de raza, no de sexo»[57] y «no estaba interesada
en la emancipación racialmente inclusiva de las mujeres»[58]. El movimiento sufragista
femenino trazó así de nuevo la línea de color: blanco vs. negro. Con las
mujeres blancas como género y las negras como raza, el diálogo entre ambos se
estancó nuevamente. El racismo de las hermanas blancas demostró, sin falta, que
no todas las mujeres nacían iguales en los Estados Unidos de principios del
siglo XX. No obstante, las sufragistas negras marcharon por la igualdad racial
y de género. Bernard continúa describiendo:
Entonces, a
pesar del hecho de que el derecho al voto no era menos importante para las
mujeres negras que para los hombres negros y las mujeres blancas, a las mujeres
afroamericanas se les dijo que marcharan al final del desfile con una procesión
negra.
A pesar de
todo esto, las 22 fundadoras de Delta Sigma Theta Sorority marcharon. Fue la
única organización de mujeres afroamericanas que participó.[59]
Desde la parte trasera del desfile, un testimonio visual
del racismo, las sufragistas negras, encabezadas por Mary Church Terrell,
marcharon y enviaron un mensaje de igualdad racial al frente, en la misma lucha
por la igualdad de género. La presencia de Delta Sigma Theta demostró, aunque
de forma comprometida, que la unidad de género podía pesar más que el racismo y
derrotar el sexismo, no de otro modo, como preferían algunas de sus hermanas
blancas. A pesar de todo, las mujeres, negras y blancas, aunque por separado,
viajaron por todo el país para hacer oír su voz y mostrar lo que es ser una
mujer estadounidense para ganar la igualdad de género. En acción, el diálogo
entre género y raza estuvo a cargo de Delta Sigma Theta Sorority. Aumentó la
conciencia de que eran «el único grupo en este país que tiene que superar dos
obstáculos tan grandes… el sexo y la raza», por el color de su piel. Así
pervivió una doble conciencia raza-género en la línea de Douglass y Du Bois.
En el sufragio de las mujeres negras, Mary Church Terrell
(1863-1954) emergió como una participante fundamental en el diálogo sobre
género y raza. Al igual que Douglass y Du Bois, Terrell es de ascendencia mixta,
hija de antiguos esclavos que luego se convirtió en una familia acomodada,
tiene medios económicos, junto con una buena formación. En los círculos
sufragistas de la Asociación Nacional Americana del Sufragio Femenino (NAWSA),
la integración de NWSA y AWSA, el camino de Terrell se cruza con el de Susan B.
Anthony. Desarrollaron una «amistad encantadora y útil»[60], que duró hasta la muerte
de Anthony en 1906. Como se discutió en la Parte 2, las primeras sufragistas
esperaban vincular la igualdad de género y la justicia racial debido al
trasfondo abolicionista de líderes como Stanton y Anthony. Sin embargo, las
Enmiendas 14 y 15 crearon una división entre raza y género, también forzaron
una ruptura/competencia entre los derechos de las mujeres y los derechos de los
negros. Hacia los últimos años de la vida de Anthony, su objetivo del sufragio
femenino «fue eclipsado por un racismo casi universal en los Estados Unidos»[61]. El racismo dentro de
NAWSA no permitió que las mujeres negras crearan su propio capítulo dentro de
la organización.
Esto impulsó a Terrell, en 1896, a fundar una
organización independiente para que las mujeres negras luchen por el género y
la raza: la Asociación Nacional de Mujeres de Color. Por primera vez en la
historia, las mujeres afroamericanas encontraron un espacio institucional para
su voz y lucha. Terrell fue su primer presidente nacional. La privación de
derechos de las mujeres afroamericanas fue un problema principal que la
Asociación debía abordar. Como una de las pocas mujeres de color en el círculo
de sufragio femenino (blanco), Terrell actuó como representante de facto de
las mujeres afroamericanas y pionera externa en el mundo blanco. Bien versada y
entrenada, Terrell, como Douglass y Du Bois, pronunció numerosos discursos y
escribió numerosos escritos. Entre ellos, «El progreso de las mujeres de
color», «Qué significa ser de color en la capital de los EE. UU.», «En la unión
hay fuerza» y «Una mujer de color en un mundo blanco», los cuales llamaron la
atención del público y lograron que fuera invitada de nuevo a la ANWSA. Por lo
tanto, preparó un escenario renovado para un diálogo continuo entre género y
raza. En este diálogo, confesó su ambigüedad racial y cultural, sus luchas
personales como mujer afroamericana y su forma de vincular ambos mundos
utilizando sus habilidades de «camuflaje» de pasar por blanco. En activismo y
escritura, Terrell es una versión femenina de la intersección de Douglass y la
doble conciencia de género y raza de Du Bois.
Conclusión
Las Enmiendas 14 y 15 otorgaron a los hombres
afroamericanos el derecho a votar, pero no a las mujeres, y sin querer crearon
tensión entre el género y la raza. La 19ª Enmienda otorgó el derecho al voto a las
mujeres, pero con una implementación muy diferida para las mujeres de color.
Estas medidas constitucionales históricas han reorganizado la baraja, pero
nunca han borrado la línea de color visceral e indestructible en la cultura
norteamericana. La Guerra Civil, la Reconstrucción, el capitalismo a gran
escala y el industrialismo imparable han sacudido nuestro universo y hecho
añicos el suelo del sexismo y el racismo. En la era global actual y durante
este momento particular de la era Trump y el movimiento «Black Lives Matter», la línea de color
encuentra un espacio internalizado y sistémico, y perpetúa la división desde
adentro y abre las heridas envueltas con la bandera de «Make America Great
Again». En una América «morena» y «más plana», en 2020, una visión
compartimentada del centenario del sufragio y un enfoque unilateral de sus
héroes y protagonistas icónicos desvinculan aún más el género y la raza. A
partir de esto, la celebración del Centenario del Sufragio Femenino tiene aún relevancia
en gran medida para un grupo específico: el WASP y las mujeres orgullosas.
Entonces ¿Deberían las mujeres de color, los hombres de color y todos los
grupos históricamente subrepresentados celebrar el Centenario con el mismo
orgullo y sentido de logro? La división entre género y raza sigue siendo un
tema abierto para el diálogo, ya que el 2020 promete ser una sociedad más
integrada y una cultura más inclusiva.
Basándose en la doble conciencia, Frederick Douglass,
W.E.B. Du Bois y Mary Church Terrell han construido y sostenido un diálogo
entrecruzado entre raza y género. Si hay un portador contemporáneo de la doble
conciencia, Simon Gikandi dirige nuestra atención hacia el presidente Barack
Obama. «En este sentido, Obama es probablemente el tema por excelencia de lo
que W.E.B. Du Bois describió como una 'doble conciencia»[62]. El presidente Obama, el
primer comandante en jefe afroamericano de la nación, también proviene de un
origen racial mixto y una educación multicultural. A diferencia de cualquier
otro presidente blanco, tuvo que soportar la desconfianza cultural y la
humillación racial dirigida por los «Birthers[63]», porque está del otro
lado de la línea de color y, por lo tanto, su ciudadanía fue cuestionada. «Es
irónico que en una época que celebra el cosmopolitismo y el desarraigo, Obama
sea vulnerable simplemente porque puede afirmar pertenecer a mundos, culturas y
tradiciones diferentes»[64]. Entre el cargo más alto
del país y su carrera históricamente discriminada, Obama tiene que confiar en
la doble conciencia para negociar su ubicación y disipar su dislocación en la
narrativa estadounidense. Al igual que Douglass, Du Bois y Terrell, Obama es un
conocedor de los círculos culturales blancos y negros y opera con una
mentalidad doble. Luego, la primera first lady afroamericana, Michelle
Obama, enfrenta una doble conciencia similar en su diálogo de género y raza
para lidiar con el racismo vitriólico hacia su personalidad y el sexismo hacia
su identidad profesional.
En nuestra era posmoderna, la doble conciencia no solo
pertenece a los políticos y presidentes, sino que también ha estado
incursionando en el campo aún definido de los Estudios Culturales. Kimberlé
Crenshaw es una de las primeras teóricas sobre la interseccionalidad
raza/género. Ella cuestionó los binarios convenientes de negro/blanco,
hombre/mujer, y teorizó la «multidimensionalidad de la experiencia de las
mujeres negras»[65]
en su artículo de 1989, escrito para el Foro Legal de la Universidad de
Chicago, «Desmarginalización de la intersección de raza y sexo: una crítica
feminista negra de la doctrina antidiscriminatoria, la teoría feminista y la
política antirracista». Toda su erudición argumenta consistentemente acerca de
una doble conciencia moderna: que la experiencia de ser una mujer negra no
puede entenderse en términos de ser negro y ser mujer considerados de forma
independiente, sino que debe incluir las interacciones entre los dos, ya que
«divergen del estándar» y «presentan algún tipo de reclamo híbrido»[66]. Los legisladores aún no
están equipados con tanta sofisticación y matices culturales, en opinión de
Crenshaw.
Volviendo a la América «morena» y «más plana» de 2020, la
posición de las mujeres afroamericanas abre una pregunta más amplia: ¿El Centenario
del Sufragio Femenino pertenece a mujeres de color en otros grupos raciales?
¿Es otro recordatorio de la doble opresión del sexismo y el racismo? Las
mujeres chino-estadounidenses tampoco habían sido consideradas ciudadanas en
igualdad de condiciones con las mujeres blancas; recién comenzaron su lucha por
la justicia racial con la derogación de la Ley de Exclusión China en 1943,
cuando se les permitió convertirse en ciudadanos para disfrutar del derecho al
voto. El sufragio femenino había sido uno de los temas más remotos para su
ciudadanía y derechos constitucionales. La ley de exclusión china, implementada
en 1882, impulsó más tarde la aprobación de la Ley de Inmigración de 1924 para
prohibir efectivamente a todos los inmigrantes de Asia. Los japoneses, hindúes
e indios orientales, los habitantes del Medio Oriente se consideraban grupos
exóticos e inadecuados para una nación dominada por WASP y herejías para la
cultura estadounidense. Hoy ¿Son las mujeres asiático-americanas propietarias
del Centenario del sufragio femenino? ¿Tienen una victoria comparable para
celebrar como las mujeres WASP? Entonces, las mujeres nativas americanas son
otro grupo de ambigüedad. La Decimoquinta Enmienda, aprobada en 1870, otorgó a
todos los ciudadanos estadounidenses el derecho a votar sin importar la raza,
pero a los nativos americanos se les impidió participar en las elecciones
porque la Constitución dejaba que cada estado decidiera quién tenía derecho a
votar. Los hombres y mujeres nativos americanos habían soportado la brutalidad,
la segregación y la discriminación como los afroamericanos. Después de la
aprobación de la Ley de Ciudadanía Indígena de 1924, los 50 estados todavía
tardarían más de 40 años en permitir que los nativos americanos votaran. A las
mujeres nativas americanas se les había negado la ciudadanía durante mucho
tiempo antes de 1920, cuando las mujeres blancas se convirtieron en ciudadanas
iguales a sus homólogos masculinos. A las mujeres de estos grupos raciales se
les había negado sistemáticamente la ciudadanía que otorga el derecho al voto;
primero tenían que luchar contra el racismo antes de poder luchar contra el
sexismo. Las mujeres mexicanas/hispanoamericanas tuvieron que pasar por una
triple lucha para ser franquiciadas: barreras raciales, de género y
lingüísticas. La barrera lingüística para los votantes hispanos resonó con la
prueba de alfabetización que los afroamericanos y los ciudadanos blancos
desfavorecidos tuvieron que tomar para ser elegibles para votar. Para las
mujeres de color, tener franquicia era más que un derecho civil básico, significó
un reconocimiento de su género y raza como ser humano pleno. La lucha de los
hombres y mujeres afroamericanos culminó en el Movimiento por los Derechos
Civiles de las décadas de 1950 y 1960, que condujo a una legislación histórica
que transformó los derechos de voto de los estadounidenses. Junto con los
afroamericanos, otros grupos e individuos de color obtuvieron gradualmente su
plena ciudadanía al participar en las elecciones. En el largo viaje del
sufragio femenino, mientras trabajaban en conjunto, los afroamericanos
establecieron un modelo cultural para que otros grupos minoritarios, hombres y
mujeres de color, lo emularan en sus luchas por la igualdad racial y de género.
En un Estados Unidos «moreno» y «más plano» en 2020,
cuando la diversidad racial y de género choca con los establecimientos sexistas
y racistas, el Estados Unidos «más blanco» y «vertical» todavía cuenta con una
división y exclusión perpetuas; tanto que el nacionalismo blanco, el nativismo
y el populismo de derecha han resurgido en un intento de hacer retroceder al
país a la era anterior a la guerra para que puedan «hacer grande a Estados
Unidos de nuevo». Se ha vuelto cada vez más difícil ignorar el intento de
restaurar un Estados Unidos centrado en WASP, de «purificar» los valores
estadounidenses y de proteger la homogeneidad racial. El intento aviva el
miedo, amplía la división y alimenta el odio y la intolerancia. La muerte de
George Floyd es la última de una larga lista de injusticias raciales. Durante
el Centenario del Sufragio Femenino, se produjo una guerra cultural mientras se
vislumbraba en el horizonte un nuevo despertar al ideal estadounidense de
igualdad. En un contexto como este, cantar una sinfonía de celebración del
centenario resalta el lado heroico y extraordinario de la historia y la hace
«estandarizada» y «perfecta». Este enfoque corre el riesgo de crear una versión
femenina del anglo centrismo y del WASP-centrismo dentro del feminismo del
siglo XXI. Una celebración unilateral también reduce la humanidad de las
sufragistas a una abstracción unidimensional y niega sus complejidades de carne
y hueso. Sin embargo, en la intersección de género y raza, la doble conciencia
otorga significados fluidos y relacionables con las palabras «mujeres» y
«mujeres estadounidenses», y resuena con mujeres de todas las razas y culturas.
Hoy, en la vida política de la nación, las alcaldesas, secretarias de gabinete,
miembros del Congreso y gobernadoras (negras, blancas, latinas, asiáticas,
indias americanas y de todas las religiones) son un hecho de la vida. Todos los
cambios y transformaciones ocurrieron gracias a las valientes mujeres, negras,
marrones y blancas, que lucharon por su ciudadanía constitucional antes y
después de la aprobación de la 19ª Enmienda. Que estén en la mesa del
centenario para un diálogo.
Formato de citación según APA
Yang, M. (2023). Un diálogo íntimo entre raza y género
en el Centenario del Sufragio Femenino. Revista Espiga, 22(46).
Formato de citación según Chicago-Deusto
Yang, Mimi. «Un diálogo íntimo entre raza y género
en el Centenario del Sufragio Femenino». Revista Espiga 22,
n.º 46 (julio-diciembre, 2023).
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[1] Este artículo fue publicado originalmente en
inglés por Humanities and Social Sciences Communications. La versión en
inglés, «An intimate dialog between race and gender at Women’s Suffrage
Centennial», puede consultarse en la siguiente dirección: https://www.nature.com/articles/s41599-020-00554-3.
Se traduce bajo acuerdo con la autora, cuya publicación fue aprobada por el
Comité Editorial de la Revista Espiga.
[2] Nota del editor. La palabra raza
es un término cuyo uso en el castellano se ha venido cambiando a su sentido
biológico de clasificación de especies, por esto se evita utilizarla para
separar grupos humanos, lo más adecuado en estos casos es hablar de etnias o
poblaciones. No obstante, en el contexto estadounidense, país de origen de la
autora del artículo, el concepto de race (raza) tiene una connotación
más compleja, relacionada en este caso específico con el discurso antirracista,
por lo cual la Revista Espiga ha decidido mantener esta palabra en la
traducción del texto que se presenta en esta edición.
[3] Elizabeth J. Clapp, «The Woman Suffrage Movement»,
en The practice of U.S. Women’s History: Narratives, Intersections, and
Dialogues, ed. por S. Jay Kleinberg, Eileen Boris, Vicki Ruiz (New York:
Rutgers University Press, 2007), 238.
[4] Donna Seaman, A
centennial history of the fight for the 19th amendment (Chicago: Booklist,
2020), 18.
[5] Ellen Carol DuBois, Suffrage: Women’s
long battle for vote (New York: Simon & Shuster, 2020),
2.
[6] Ibíd., 1.
[7] Mientras escribía este artículo,
Katy Morris, coordinadora de investigación de la Sociedad Histórica de
Massachusetts (MHS) me invitó a visitar la exposición «¿Puede ella hacerlo?»:
Massachusetts debate el derecho al voto de una mujer en la MHS (del 26 de abril
al 21 de septiembre de 2019). También tuve conversaciones con el Dr. Kanisorn
Wongsrichanalai, Director de Investigación del MHS sobre el tema. Estas
exposiciones de primera mano tuvieron un efecto de validación en los enfoques y
argumentos del artículo.
[8] Steven Mintz, «The passage of the nineteenth
amendment», OAH Magazine of History 21, n.° 3 (2007): 47.
[9] Samuel Huntington, Who are we: the
challenges to America’s National Identity (New York: Simon, 2004), 40.
[10] Catalyst, Quick Take: Mujeres de color en los Estados
Unidos (7 de noviembre de 2018). A partir de noviembre de 2018, Catalyst, Quick
Take indica que las mujeres blancas son el 61,2 %, las afroamericanas el 13,7
%, las asiáticas americanas el 5,8 % y las hispanas el 17,4 %. https://www.catalyst.org/research/mujeres-de-color-en-los-estados-unidos/.
Consultado el 26 de octubre de 2019.
[11] Esta pregunta recuerda el discurso de Frederick Douglass
«Qué para el esclavo es el 4 de julio» pronunciado en 1852.
[12] LGBTQ es un término posmoderno y un
acrónimo de lesbiana, gay, bisexual, transgénero y queer o cuestionamiento. El
término lleva un mensaje de inclusión y equidad.
[13] Del Instituto de Información Legal,
Facultad de Derecho de Cornell. Enmienda XIV, Sección 1,
https://www.law.cornell.edu/constitution/amendmentxiv.
[14] Ibíd.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd.
[17] Decimocuarta Enmienda, Constitución
de los Estados Unidos. https://constitution.findlaw.com/amendment14.html.
[18] DuBois, Women Suffrage: a…, 386.
[19] Esta es una cita de Garth E. Pauley, «W.E.B.
Du Bois on Women Suffrage: a critical analysis of his crisis writings», Journal
of Black Studies 30, n.° 3 (2000): 386. La fuente principal es de la
historiadora Aileen Kraditor, The Ideas of Women Suffrage Movement 1890-1920
(Nueva York: Columbia University Press, 1965), 166-167.
[20] La Decimoquinta Enmienda es de la
Constitución de los Estados Unidos,
https://www.law.cornell.edu/constitution/amendmentxv, Instituto de Información
Legal Froom, Facultad de Derecho de Cornell.
[21] «Women’s Suffrage: The Negro’s Hour»,
Chapman, Caroline Catt y Nettie Rogers Shuler, acceso: 22 de noviembre de 2019,
https://www.infoplease.com/primary-sources/speeches-essays/womens-rights/woman-suffrage-and-politics-28
[22] Mintz, «The passage of…, 47.
[23] Ibíd.
[24] Esta es una cita indirecta de Pauley,
«W.E.B Du Bois…: 385, donde citó a Bell Hooks, Ain't I a Woman: Black Women
and Feminism (Boston: South End Press, 1982), 3, en su discusión sobre la
relación entre las sufragistas blancas y los hombres negros.
[25] Bell
Hooks, Ain't I a Woman: Black Women and Feminism (Boston: South End
Press, 1982), 385.
[26] Pauley,
«W.E.B. Du…, 385.
[27] Ibíd., 386.
[28] Esto se cita en Pauley, 386 y en Rheta
Childe Dorr, Susan Brownell Anthony: the woman who changed the mind of a
nation (New York: Frederick A. Stokes, 1928), 183.
[29] Se cita en Pauley…, 388 y en Mari Jo
Buhle y Paul Buhle. The
Concise History of Woman Suffrage: Selections from History of Woman Suffrage,
Edited by Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony, Matilda Joslyn Gage, and
the National American Woman Suffrage Association (Illinois: University of Illinois Press, 1978), 267.
[30] Elizabeth Stanton, et al.
Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls (1848), https://www.historyisaweapon.com/defcon1/stantonsent.html
[31] Phillip Sheldon Foner, 1976, 15.
También disponible en https://www.owleyes.org/text/declaration-of-sentiments
[32] Elizabeth Stanton, Declaración de
Sentimientos, https://www.owleyes.org/text/declaration-of-sentiments
[33] Philip Sheldon Foner, Frederick Douglass
on…, 14.
[34] Ibíd., 109. Foner recopiló el
discurso de Douglass en su libro de The Women’s Journal, 14 de abril de
1888. También disponible en
kpast.org/african-american-history/speeches-african-american-history/1888-frederick-douglass-woman
[35] Frederick Douglass, «The Women’s Suffrage
Movement. Address before Women Suffrage Association», en Frederick Douglass
on Women’s Rights, ed. por Philip Sheldon Foner (Connecticut; Greenwood
Press, 1976).
[36] Foner, Frederick…, 110.
[37] Ibíd., 108.
[38] Ibíd., 110.
[39] Ibíd., 112.
[40] Ibíd.
[41] Ibíd.
[42] Ibíd., 113.
[43] Ibíd.
[44] Elizabeth Griffith E., «In her own right: the
life of Elizabeth Cady Stanton», 124.
[45] Kathryn Kern, «Mrs. Stanton’s Bible», 111.
[46] Elizabeth Griffith, In her own right: the
life of elizabeth cady stanton (New York: Oxford University Press, 1985), 124.
[47] Jean H. Baker, Sisters: The Lives of
America’s Suffragists (New York: Hill and Wang, 2005), 112.
[48] Foner,
Frederick…, 112-113.
[49] Du Bois, The souls of…, 16-17.
[50] Vanessa Watkins, «Votes for women: race,
gender, and W.E.B. Du Bois’s advocacy of woman suffrage», Phylon 53, n.°
2 (1960): 4.
[51] Ibíd., 4.
[52] Walter Wilson, The selected writings of
W.E.B. Du Bois (New York: Mentor Books, 1970), 4.
[53] Du Bois, The souls of…, 8.
[54] Michelle Bernard, «Despite the tremendous
risk, African American women marched for suffrage, too», The Washington Post,
3 de marzo de 2013,
https://www.washingtonpost.com/blogs/she-the-people/wp/2013/03/03/despite-the-tremendous-risk-african-american-women-marched-for-suffrage-too/
[55] Ibíd.
[56] Ibíd.
[57] DuBois, Suffrage: Women’s long…, 289.
[58] Ibíd., 289.
[59] Ibíd.
[60]
Katherine H. Adams y Michael L. Keene. Alice Paul and the American Suffrage
Campaign (Illinois: University of Illinois Press, 2008), 98.
[61]
Marjorie S. Wheeler, One woman, one vote: rediscovering the woman suffrage
movement (Oregon: New Sage Press, Troutdale, 1995), 147.
[62] Simon Gikandi, «Obama as text: the crisis of
doulbe consciousness», Comparative American Studies An International Journal
10, n.° 2-3 (2012): 211.
[63] Término utilizado para referirse a un grupo de
personas que creen, sin evidencia, que el ex presidente de los Estados Unidos,
Barack Obama, no nació en los Estados Unidos y, por lo tanto, no es elegible
para ocupar el cargo de presidente. Esta creencia ha sido ampliamente
desacreditada y la ciudadanía de Obama ha sido verificada a través de
documentación oficial.
[64] Gikandi, «Obama as text..., 213.
[65] Kimberlé Crenshaw, «Demarginalizing
the intersection of race and sex: a Black feminist critique of
antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics», University
of Chicago Legal Forum 1989, n.° 1 (1989): 139.
[66] Ibíd., 145.