Vol. 20, N.º 42: 99-117,
julio - diciembre 2021
Antropoceno, ¿Última unidad geocronológica o
llamamiento a la nueva cultura ambiental que necesita la humanidad?
Wilfredo Ricardo Mesa-Ortega *
https://orcid.org/0000-0002-8704-6743
Recibido: 26 de octubre de 2020
Aprobado: 11 de febrero de 2021
Resumen
Se asiste al debate sobre el
Antropoceno como nueva unidad geocronológica, signada por la aceleración de los
impactos de la actividad humana sobre el planeta, desde una mirada que promueva
la reflexión y participación en las acciones para enfrentar los ingentes
riesgos y desafíos ambientales, generadores de gran incertidumbre sobre el futuro
de la humanidad y su casa común: la Tierra. Más que mostrar acuerdo o no con este
nuevo intervalo geocronológico, se pretende avivar la indagación personal sobre
los impactos ambientales del homo sapiens,
para percatarse de que los estilos de desarrollo dominantes, los progresos
tecnológicos, el crecimiento demográfico y la capacidad alcanzada para impactar
sobre los nexos ambientales y ecosistémicos globales, lo han convertido en una
fuerza capaz de poner en crisis el equilibrio del mundo. Ante tan compleja
situación global, junto con muchas otras soluciones políticas, tecnológicas,
económicas y socioculturales, se insiste en la importancia de educar una nueva
cultura ambiental y se propone un procedimiento viable para la autovaloración
de dicha cultura, concebido como un acto de reflexión crítica y
autoconocimiento, proyectado hacia el mejoramiento de la persona y su relación
con el medio ambiente en el que vive.
Palabras clave
Autovaloración, crisis civilizatoria, cultura ambiental, escala
geocronológica global.
*
Doctor en Ciencias Pedagógicas por la Universidad de Matanzas, Cuba.
Catedrático de Geografía en la Facultad de Educación de la Universidad de
Matanzas. Profesor de Geología General y de Educación Ambiental para el
Desarrollo Sostenible en la carrera de Geografía. Autor de numerosos artículos
sobre educación y cultura ambiental. Es miembro del Grupo de Medio Ambiente en
la Universidad de Matanzas. Correo: wilfredo.ricardo59@gmail.com
Anthropocene: Last
geochronological unit or call for the new environmental culture that humanity
needs?
Abstract
The debate on the Anthropocene
as a new geochronological unit is giving rise, marked by the acceleration of
the impacts of human activity on the planet, from a perspective that promotes
reflection and participation in actions to deal with the enormous risks and
environmental challenges, generators of great uncertainty about the future of
humanity and its common home: the Earth. Rather than showing agreement or not
with this new geochronological interval, it is intended to stoke personal
inquiry into the environmental impacts of homo
sapiens, to realize that the dominant development styles, technological
progress, population growth and the capacity achieved to impact on global
environmental and ecosystem ties, have made it a force capable of putting the
balance of the world in crisis. Faced with such a complex global situation,
along with many other political, technological, economic and socio-cultural
solutions, the importance of educating a new environmental culture is insisted
on and a viable procedure is proposed for the self-assessment of said culture,
conceived as an act of critical reflection and self-knowledge, projected
towards the improvement of the person and his/her relationship with the
environment in which he/she lives.
Keywords
Civilizational crisis,
environmental culture, global geochronological scale, self-assessment.
L’Anthropocène, dernière unité géochronologique
ou appel à la nouvelle culture de l’environnement dont l’humanité a besoin?
Résumé
Nous assistons au débat sur l’Anthropocène comme
une nouvelle unité géochronologique marquée par l’accélération des impacts de
l’activité humaine sur la planète, dans une perspective que vise à favoriser la
réflexion et la participation dans les actions afin de faire face aux grands
risques et défis environnementaux, lesquels causent une grande incertitude sur
le futur de l’humanité et leur maison: la Terre. Nous ne sommes pas intéressés
à discuter si l’on est d’accord ou non avec ce nouvel intervalle
géochronologique, notre but est d’éveiller la recherche personnelle sur les
impacts environnementaux de l’Homo sapiens afin de prendre conscience
que les styles de développement dominantes, les progrès technologiques, la
croissance démographique et la capacité atteinte pour impacter les liens
environnementaux et écosystémiques mondiaux ont transformé l’être humain en une
force capable de mettre en danger l’équilibre du monde. Étant donné la
situation globale si complexe, des solutions politiques, technologiques,
économiques et socioculturelles ont été proposées. Auprès de ces solutions,
nous insistons sur l’importance d’éduquer sur une nouvelle culture
environnementale et nous proposons un processus possible pour l’autoévaluation
de cette culture qui a été conçue comme un acte de réflexion critique et
d’auto-connaissance pour l’amélioration de la personne et sa relation avec
l’environnement dans laquelle elle vit.
Mots-clés: autoévaluation, crise civilisatrice, culture de
l’environnement, échelle géochronologique globale.
Introducción
Los
intentos de establecer y dar nombre al más reciente intervalo del tiempo
geológico, cuya singularidad está marcada por los enormes impactos de la
actividad humana sobre el medio ambiente, no son totalmente novísimos. Las
experiencias del autor, adquiridas por más de 30 años explicando a educadores
de Geografía acerca de los contenidos de Geología General y de Educación
Ambiental para el Desarrollo Sostenible, lo estimularon a implicarse en el
furor del debate científico actual en torno al Antropoceno y a cuestionarse si
constituye la última unidad
geocronológica o un llamamiento a la nueva cultura ambiental que necesita la
humanidad.
El
objetivo que persiguen estas líneas es divulgar la crisis civilizatoria
contemporánea, insuficientemente visualizada por muchas personas, a pesar de
que pone en riesgo su existencia futura, llámese en el Antropoceno o con otro
término, y destacar la importancia de educar una nueva cultura ambiental en todos
los niveles; en cuyo contexto de saberes, humanismo práctico y capacidades de
gestión, se ayude a solucionar favorablemente la gran paradoja de la humanidad:
mientras más crecen los indicadores económicos de producción y consumo, bajo el
impulso del desarrollo científico y tecnológico, más se ahondan los nefastos
impactos sobre el medio ambiente[1].
Lo
que se presenta no es una sistematización de ideas sobre el Antropoceno y los
problemas que lo definen, aunque necesariamente se realizó una revisión
bibliográfica para intervenir en el debate y tomar posiciones científicas,
éticas y prácticas, acordes con lo más avanzado en el consenso internacional
sobre cómo detener y revertir el signo de la crisis medioambiental en que la
humanidad se adentra peligrosamente hacia el futuro, sin haber logrado todavía la
integración y la justicia ambiental[2] que
hace falta para tomar decisiones acertadas en este sentido y accionar unidos.
Se
aspira a que sirva para contrarrestar el discurso catastrofista en torno al
futuro de la Tierra y el ser humano, así como para comprender la urgencia de
encontrar soluciones a estos problemas del Antropoceno, trabajando en los
diferentes niveles de acción y en el lugar que corresponde a cada uno, siempre
en la estrecha colaboración de todos los países, culturas y personas, tal como
lo soñó José Martí[3]:
«Con todos y para el bien de todos».
Desarrollo
En 1881, Antonio Stoppani (considerado
el padre de la geología italiana por su notable labor científica, didáctica y
de divulgación en este campo de saberes), propuso una nueva era: antropozoica o
el neozoico, pero en esa fecha su propuesta no tuvo amplia acogida en la
comunidad científica, dado que en ese momento histórico la contradicción entre
la actividad humana y el equilibrio de la naturaleza no era tan crítica como en
la actualidad.
En la década de 1980, el biólogo
estadounidense Eugene F. Stoemer utilizó el término Antropoceno para
caracterizar las graves afectaciones ecológicas y de extinción de especies,
producidas por causas antropogénicas. En 1992, Andrew Revkin
introdujo el vocablo Antroceno para referirse a una posible nueva era geológica
marcada decisivamente por la actividad humana en la Tierra. Por su parte, Michael
Samways insistió en una idea similar en 1999, aunque propuso que la nueva etapa
fuese llamada el Homogenoceno, en el cual la biodiversidad disminuye y los
ecosistemas están cambiando por la acción humana.
En su sentido geocronológico, el concepto
Antropoceno fue acogido, empleado y muy debatido por una parte de la comunidad
científica, según la definición planteada entre los años 2000 y 2002, por el
meteorólogo holandés y premio Nobel de Química (1995) Paul Crutzen, quien ubicó
su comienzo al final del siglo XVIII, momento en que ya se denotaban con
claridad los ingentes cambios que el humano ha generado sobre la faz de la
Tierra. Su propuesta se basó en resultados de estudios del aire atrapado en
masas de hielo de los polos, los cuales mostraron una elevada concentración de
metano y dióxido de carbono antropogénicos, capaz de trasformar las condiciones
atmosféricas naturales[4].
Cuando
Crutzen planteó la necesidad de definir el Antropoceno y su comienzo a finales
del siglo XVIII, lo que hizo «fue lanzar una pequeña granada de mano hacia el
mundo de la escala temporal geológica»[5], e
inmediatamente se crearon grupos de discusión sobre el tema en prestigiosas
universidades y sociedades científicas. En 2009 se creó el Grupo de Trabajo
sobre el Antropoceno de la Comisión Internacional de Estratigrafía y dicho
concepto entró en el lenguaje científico de múltiples eventos y publicaciones,
así como de ciencias sociales y humanas, que hasta entonces no se habían
interesado en el dominio de los conocimientos geocronológicos y de la historia
natural de la Tierra.
Al calor de la polémica entre geólogos,
arqueólogos, geógrafos, biólogos, filósofos, historiadores,
medioambientalistas, tecnólogos, políticos, religiosos y humanistas en general,
han surgido nuevos términos alusivos al Antropoceno, tales como Capitaloceno[6] y Occidentaloceno,
que no han tenido suficiente aceptación entre naturalistas, por su matiz
sociopolítico más que geológico, ni entre científicos del mundo capitalista
occidental que pretenden evadir la responsabilidad histórica de los principales
daños a la naturaleza y al humano mismo, en el lapso geológico que se pretende
delimitar.
La revisión de diversos artículos sobre
la llegada al Antropoceno –producto de que hay quienes consideran que la
humanidad se ha convertido en una fuerza geológica[7]
decisora de los destinos del medio ambiente y la vida terrestre– muestra que no
todos los autores coinciden en el tipo de unidad geocronológica a que
correspondería: unos lo consideran nueva era, otros un período, otros una
época, otros una edad y hay quienes proponen que englobe y haga innecesario el
Holoceno: la más reciente época del período Cuaternario, reconocida por la
comunidad científica, desde el Congreso Geológico Internacional de 1885.
Las imprecisiones terminológicas
antes apuntadas oscurecen el debate y denotan descuidos en el uso del lenguaje
científico inherente al tema tratado y el poco dominio de los conocimientos
básicos de geocronología, particularmente de la escala geocronológica global,
conocida popularmente como la tabla del tiempo geológico. Ante la situación precisada
conviene preguntarse: ¿A qué tipo de unidad geocronológica y geoestratigráfica de
la escala temporal geológica correspondería el Antropoceno?
La geología histórica es la ciencia
dedicada a estudiar las transformaciones que ha sufrido la Tierra desde su
formación, hace 4650 millones de años, hasta el presente. Todo ha cambiado a lo
largo de millones de años: la distribución de continentes y océanos, la
formación y destrucción de rocas y relieves, las condiciones climáticas o la
posición de los polos geográficos y magnéticos terrestres, así como las formas
de vida, incluido el ser humano[8].
La historia geológica de la Tierra corrobora
que el mundo material (y con él la subjetividad humana), está en constante
movimiento, en el espacio y a través del tiempo, lo cual se expresa en la
evolución continua, la circulación permanente de las sustancias y la energía,
el carácter rítmico de estos cambios y la estructura sistémica de la
naturaleza, en la que todos sus componentes están interrelacionados
complejamente, de forma tal que los cambios en uno de ellos desencadenan
cambios en los demás[9].
La escala del tiempo geológico es
una herramienta elaborada gracias a los estudios de muchos geólogos,
paleontólogos y otros naturalistas durante siglos, para representar los principales
acontecimientos de la historia de la Tierra, ordenados cronológicamente. No ha
incluido en sus contenidos los eventos de la evolución histórica de la
humanidad (del homo sapiens),
iniciada en el Holoceno, hace alrededor de 11 700 años, antes del 2000 y hasta
el presente, de los cuales se ocupan, hasta el momento, las ciencias históricas
y humanas.
La tabla geológica está integrada por
unidades geocronológicas que dividen al tiempo en: eones, eras, períodos,
épocas, edades y crones, ordenadas en disposición jerárquica, de igual manera
que un extenso libro se divide en tomos, capítulos, epígrafes, acápites y
párrafos. Dichas unidades tienen como soporte material a sus equivalentes unidades
cronoestratigráficas: eonotemas, eratemas, sistemas, series, pisos y cronozonas;
definidas como los paquetes de rocas, estratificadas o no, que conservan
características bioestratigráficas y litoestratigráficas distintivas, porque se
formaron en determinado intervalo de tiempo geológico, bajo condiciones
ambientales específicas.
Recapituladas estas nociones, es
lógico que hoy retornen las ideas de Antonio Stoppani, referidas al comienzo de
una nueva era, aunque se esté iniciando aquí
y ahora, por lo que es el presente y no el pasado o la historia de
la Tierra; de ahí lo difícil que resulta insertarla en la escala geológica
global, con tan solo unos miles de años e insuficientes registros bioestratigráficos
y litoestratigráficos que la distingan de la actual era Cenozoica, que se
inició hace 66 millones de años y se extiende hasta la actualidad.
Por otra parte, el Antropoceno pudiera
ser definido como la más reciente edad del Holoceno, de la cual se registran ya
algunos tecnofósiles[10] y
estratos de plastiglomerados; sin embargo, esta posibilidad es casi desechable,
ya que, en pleno apogeo del debate científico sobre si debe o no considerarse
como un nuevo intervalo de tiempo geológico, en julio de 2018, la Unión
Internacional de Ciencias Geológicas ratificó, a propuesta de la Comisión
Internacional de Estratigrafía, la definición formal de tres edades
holocénicas: Groenlandiense, Norgripiense y Megalayense.
También pudiera situarse el
Antropoceno como el período de la era Cenozoica que sobreviene al Cuaternario,
para cuyas divisiones en épocas, edades y crones se debiera tomar, como
principal indicador, la historia del impacto humano sobre el medio ambiente, además
del comportamiento natural de las geosferas terrestres en su compleja
interconexión; lo cual significaría una valiosa integración entre las ciencias
naturales, sociales y humanas, muy útil para cerrar el paso a los profetas del fin
del mundo y enfrentar los enormes desafíos que la humanidad deberá resolver en
el futuro antropocénico.
Otro aspecto muy debatido tiene que
ver con el comienzo del Antropoceno, ya que se proponen diversas fechas: el inició
de la agricultura hace 10 000 años atrás, al final del siglo XVIII, después de la
Segunda Guerra Mundial o a partir de 1970 con «la gran aceleración»[11]. Todas
las posiciones argumentadas generan confusión entre tiempo histórico-geológico
y tiempo histórico-humano, ya que los eventos empleados como marcas geológicas
son histórico-sociales y no histórico-geológicos.
Además, la brevedad temporal de
esta nueva unidad (10 000, 300, 70 o 50 años), cuestiona su necesidad, puesto
que el Holoceno fue definido como: «una época del Cuaternario iniciada 11 000
atrás, más cálida y húmeda, cuando los seres humanos colonizaron nuevos
territorios»[12].
Entonces, cabe preguntarse si es apropiado usar el mismo argumento del impacto
de la actividad humana para definir una época posterior. ¿Se estará sobredimensionando
el papel de la actividad humana como fuerza geológica en esta etapa de la
historia de la Tierra, que también es su presente?
Sin el ánimo de apaciguar el actual
debate, ¿Saben quiénes intervienen en la polémica sobre el Antropoceno? O ¿Cómo
se procede para definir formalmente las nuevas unidades en la tabla del tiempo
geológico? Esta responsabilidad científica corresponde, desde 1974, a la
Comisión Internacional de Estratigrafía, cuyos cambios o novedades que propone,
luego de intensos análisis y deliberaciones en subcomisiones
multidisciplinarias muy especializadas, deben ratificarse en los congresos
mundiales de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas.
Para que los especialistas definan
nuevas unidades geocronológicas en la tabla del tiempo geológico, es necesario comprobar
la existencia de una ruptura universal entre las capas sedimentarias de la
nueva unidad y la anterior[13].
Esta ruptura debe reflejar cambios litoestratigráficos (tipos genéticos de
rocas, sus texturas y composición química, facies sedimentarias) y
bioestratigráficos (restos fósiles y compuestos orgánicos específicos), que evidencien
grandes cambios en la dinámica endógena y exógena de los territorios, en las
condiciones climáticas, en la vida y los ecosistemas, es decir, las nuevas
unidades están basadas en acontecimientos que marcan hitos en el tiempo
geológico y permanecen reflejados en las rocas formadas entonces.
Aunque crece el consenso sobre el
hecho de que varios parámetros del sistema terrestre han empezado a evolucionar
fuera del espectro de variabilidad natural del Holoceno, el concepto de Antropoceno aún
no ha sido aprobado por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas y la
comunidad de geólogos muestra bastante escepticismo hacia su aprobación. No hay
dudas de la magnitud alcanzada por la actividad humana sobre la naturaleza, fundamentalmente
en los dos últimos siglos, pero no constan suficientes evidencias estratigráficas
de los impactos humanos, como tampoco han tenido una distribución espacial y
temporal relativamente uniforme a escala global; por tal motivo, el concepto en
controversia se mantiene en el terreno de la hipótesis o de la metáfora.
Puede
que todavía no se llegue a reconocer una nueva etapa geológica denominada
Antropoceno; no obstante, el autor de estas líneas considera que lo más productivo
y atrayente de este exaltado debate mundial es haber obligado a buena parte de
la comunidad científica, y a la humanidad en general, a reflexionar sobre el
lugar que ocupa el ser humano y sus formaciones socioeconómicas, en la historia
y evolución del planeta Tierra; percatándose de que los progresos tecnológicos,
el crecimiento demográfico y su capacidad para extenderse por todas las
geosferas, llegando a configurarse el ilusorio pensamiento de que lo domina y
utiliza a su antojo, lo han convertido en una enorme fuerza transformadora que
ha puesto en grave crisis el equilibrio del mundo.
No cabe duda, salvo en mentes perversas, prepotentes e
irresponsables, que la humanidad, en su relación con la naturaleza, vive una
crisis actual de carácter cultural, civilizatoria[14];
resultante de la interacción sustentada en una plataforma cultural donde se articulan
actividades socioeconómicas, medios de producción y herramientas de trabajo,
formas de organización social y construcciones simbólicas (las diversas formas
de conciencia social), que hasta el presente han sido de corto plazo y
dirigidas a explotar a la naturaleza y los seres humanos, sin atender a su
recuperación, desestimando sus propiedades, necesidades y leyes de
funcionamiento.
Increíblemente, las alertas de
varios científicos preocupados por dicha crisis no fueron tomadas en cuenta
cuando aún no era tan grave y hubiese sido más fácil enfrentarla. Uno de ellos
fue Engels, fundador, junto a Marx, de la filosofía marxista. En el siglo XIX,
aseveró[15]:
Todo
nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza
a la manera como un conquistador domina a un pueblo extranjero, es decir, como
alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella (…), que
nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y
la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la
posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente.
No solo desde el ámbito de las
ciencias quedaron mensajes precisos sobre la importancia de amar y respetar a
la naturaleza, el cubano José Martí[16],
hombre universal preocupado por todo lo que pudiera mejorar al mundo, escribió
poéticamente, también en el siglo XIX:
Y
el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer,
cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la
naturaleza. La naturaleza no tiene celos, como los hombres. No tiene odios ni
miedo, como los hombres. No cierra el paso a nadie, porque no teme a nadie. Los
hombres siempre necesitarán de los productos de la naturaleza.
En varios de los estudios consultados
se plantea que, hasta el presente, el humano se ha creído –o se ha sentido– como
el amo de la naturaleza[17];
sin embargo, abundan desde el comienzo mismo de la crisis autores como los
antes citados, quienes demuestran fehacientemente lo errático de dicha
concepción. Luego entonces ¿Se ha llegado a esta crisis antropocénica, por
falta de conocimientos, por ignorancia del homo
sapiens o por una ineficiente gobernabilidad de las sociedades humanas
sometidas al capital, en vez de a la razón científica o a los saberes de las
culturas humanas ancestrales, en las que se rendía culto a la naturaleza?
La historia pone en evidencia que
los conocimientos acumulados por la humanidad sobre las propiedades,
necesidades y leyes de funcionamiento de la naturaleza y de la sociedad han
sido desestimados de forma deliberada, mayormente después de la Primera
Revolución Industrial, ocurrida entre la segunda mitad del siglo XVIII y la
primera del XIX, con la expansión del capitalismo, cuyas ganancias proceden de
explotar la naturaleza y a los seres humanos, sin prestar atención a su
recuperación y satisfacción de necesidades y derechos para la continuidad de su
existencia y desarrollo.
Es innegable que algunos teóricos alineados
al capitalismo contemporáneo intentan alejar el debate antropocénico de la discusión
política[18],
alegando que el impacto de los regímenes socioeconómicos sobre el medio
ambiente no es asunto de las ciencias naturales y que dicha crisis es un
problema de la especie humana en general, al crear la tecnosfera: nueva capa
artificial de la Tierra que crece constantemente por la acción exclusiva del
ser humano, compuesta por los objetos que ha creado (desde ciudades,
aeropuertos, fábricas, carreteras y monumentos, hasta cosas más pequeñas como
ropas, automóviles, computadoras y teléfonos celulares) para satisfacer sus
necesidades de consumo mediante la transformación de recursos naturales. Se
estima que alcanza un peso total próximo a los 30 billones de toneladas, que
repartidas de manera uniforme serían 50 kilogramos por metro cuadrado de la
superficie terrestre[19].
Según quienes pretenden evadir el enfoque
político de la crisis antropocénica, ella ha surgido globalmente sin vínculo
con las particularidades de regímenes socioeconómicos, geográficas e
histórico-culturales del mundo; sin embargo, deberían detenerse en explicar por
qué la llamada tecnosfera tiende a crecer y pesar insosteniblemente en el
sistema Tierra[20],
al traer consigo, a la vez que desarrollo tecnológico y nuevos productos de
consumo humano, agotamiento o deterioro de recursos naturales, contaminación
ambiental, desigualdades socioeconómicas y conflictos bélicos. Se percatarían
entonces de que es imposible pasar por alto las causas histórico-sociales y
políticas de los problemas que caracterizan al Antropoceno, cuyo comienzo coincide,
precisamente, con el auge del capitalismo en Europa Occidental y su posterior
expansión hacia otras regiones del mundo.
El
autor de estas reflexiones concuerda con Malm[21]
cuando afirma que el mundo capitalista actual es un segmento ínfimo de la
especie humana, el cual posee los medios de producción y pretende tomar las
decisiones trascendentales sobre la utilización de los recursos y las
tecnologías. Esa minoría solo tiene un objetivo: enriquecerse aún más. Desde un
punto de vista capitalista, lo que se debe hacer (en el Antropoceno) es
invertir en la producción y consumo de todo lo que genere ganancias económicas.
En este modo de pensar y proceder se encuentra el origen del calentamiento global
y de otros impactos nefastos de la humanidad sobre el medio ambiente.
Resulta
interesante la coincidencia de ideas entre Engels, filósofo del siglo XIX, y Chakrabarty,
historiador del siglo XXI, en cuanto a las bases de partida para buscar soluciones
a la crisis del Antropoceno. Pensaba Engels[22] que:
«para llegar a esta regulación (n. a.
de la actividad humana sobre la naturaleza y la sociedad misma), no basta con
el mero conocimiento. Hace falta, además, transformar totalmente al régimen de
producción vigente hasta ahora y, con él, todo nuestro orden social presente». Por
su parte, afirma Chakrabarty, actualmente, que[23]: «No
podemos mantener la forma actual del capitalismo durante 100 o 200 años más (…)
Tenemos que asumir la responsabilidad de transmitir este mensaje en las
escuelas y universidades».
La gravedad de los impactos humanos
sobre el funcionamiento y equilibrio de la Tierra ha convocado a la humanidad
hacia la búsqueda de soluciones. Desde la década de 1970, las máximas
autoridades de los países del mundo son convocadas por la Organización de
Naciones Unidas (ONU) para establecer políticas y estrategias que pongan freno
a la creciente crisis ambiental, en medio de la cual
el
medio ambiente planetario está reduciendo su capacidad de reversibilidad, de
eliminar las perturbaciones ambientales, porque está perdiendo la propiedad de
autorregulación; el medio ambiente natural no puede soportar más los impactos y
acciones humanas y surgen los problemas ambientales naturales y socio-culturales.[24]
Uno de los mensajes más
trascendentes y recordados de los líderes políticos que han intervenido en estas
reuniones mundiales sobre medio ambiente y desarrollo, es el de Fidel Castro
Ruz[25] en
la Cumbre de la Tierra o Cumbre de Río, celebrada en Río de Janeiro el 2 de
junio de 1992; allí expresó:
Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer
por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida (…)
Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de
toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies se
extinguen (…) Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya
menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra (…) Hágase más racional
la vida humana (…) Utilícese toda la ciencia necesaria para el desarrollo
sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa.
Desaparezca el hambre y no el hombre.
En esta importante
reunión se aprobaron documentos fundamentales como la Agenda 21 para el
Desarrollo Sostenible, mediante la cual se pretende que los países dependientes
logren salir del subdesarrollo y satisfagan necesidades básicas de la
población, lo cual requiere la movilización económica de los recursos y
servicios ambientales (naturales y humanos), aplicar modernas tecnologías, construir
capital económico, sociocultural y recuperar o mejorar el capital natural; pero
dichos procesos enfrentan obstáculos de todo tipo. La dependencia externa y la
insolvencia económica de esos países los hace
aceptar estilos «extractivistas» en la explotación de los recursos naturales que
expolian por completo, con vistas a amortizar sus necesidades, pero que en fin
de cuentas se dirigen a proveer de ganancias a los poderes geopolíticos y
geoeconómicos que dominan los territorios[26].
Lamentablemente, a casi 40 años
después de la Cumbre de Río, la situación ambiental del mundo no muestra
mejoras sustanciales. En 2015, el Papa Francisco, en su
encíclica Laudato Si o Alabado seas, realizó un análisis del modelo
actual de desarrollo, la cultura del descarte y del mito del progreso. Criticó con agudeza las
visiones tecnocráticas, la economía verde, la hegemonía del capital financiero
y el consumismo e individualismo; propuso una visión ecológica integral de la
vida y una sensibilización subjetiva respecto de la naturaleza, coincidente en
que, por su esencia, el capitalismo es el causante de la crisis ambiental,
aunque no lo declare de manera directa[27]
.
La emergencia de la crisis ambiental
contemporánea (argumento principal de la llegada al Antropoceno) indica, según
J. Mateo[28],
que:
Es necesario perfilar un nuevo tipo
de sociedad y un nuevo modelo y estilo de desarrollo que sustituya al
capitalismo. Se hace necesario formular, en contraposición al paradigma
capitalista, un paradigma ambientalista post capitalista, en que se priorice la
democracia participativa, la ecología socialista, el anti productivismo y la
diversidad cultural.
El académico antes citado argumenta
que Cuba es un ejemplo único de país en vías de desarrollo, a nivel mundial,
donde desde hace más de 60 años se ha tratado de construir un proceso de
desarrollo dirigido no solo a solventar la crisis ambiental, sino a lograr,
sobre la base de la justicia social, la equidad y la solidaridad, garantizar
las necesidades básicas de su población, en un modelo de desarrollo en el cual
la revolución, desde su comienzo, implicó un cambio radical de las estructuras
de poder, enfrentando vicisitudes de todo tipo, geopolíticas, económicas,
socioculturales y ambientales.
Los logros cubanos en cuanto a la
gestión ambiental para el desarrollo sostenible son reconocidos por la ONU y
entre ellos merecen mención los siguientes[29]:
-Se eliminó el analfabetismo.
-Se erradicó la pobreza extrema.
-Se incrementó la superficie boscosa
del país.
-Se produjo una transformación total
de la estructura agraria.
-Se instrumentaron programas contra
enfermedades infecciosas.
-Disminuyó la mortalidad infantil y
se incrementó la esperanza de vida.
-Se mejoraron substancialmente las
condiciones ambientales básicas, incrementándose la cobertura de población con
agua potable, saneamiento, servicios de electricidad, entre otros.
-Se desarrolló un proceso de
ordenamiento territorial que permitió realizar evaluaciones donde se
valoraba el componente ambiental en la mayoría de las inversiones de carácter
socioeconómico.
-Se ha logrado, gracias a un alto
desarrollo científico, la evaluación del potencial de los recursos naturales
del país, el desarrollo de vacunas y nuevos medicamentos, tecnologías para el
aprovechamiento de residuales, incluidas las prácticas de producciones limpias,
la rehabilitación y restauración de ecosistemas afectados, la mejor gestión
en el manejo de los recursos como agua y suelo, entre otros.
-Además, Cuba está involucrada, de
forma activa, en todo el proceso de integración global que demanda el
enfrentamiento efectivo a la crisis ambiental, mediante su participación en
todos los convenios y acuerdos internacionales existentes, cuyos compromisos procura
implementar con agilidad mediante la Estrategia Ambiental Nacional y otros
instrumentos de la gestión ambiental para el desarrollo sostenible.
La
experiencia cubana es útil para el mundo porque muestra que, no obstante todos
los esfuerzos que para desarrollar un país por la senda de la sostenibilidad,
se enfrenta con la necesidad de transformar, manejar y utilizar el medio
ambiente desde una mirada diferente a la del capitalismo neoliberal, donde la
economía de mercado intensifica y hace incontrolable la actividad humana sobre
la naturaleza y la sociedad misma, en su búsqueda interminable de ganancias,
convirtiendo todo en mercancía. También evidencia que, a pesar de la gravedad
de la crisis ambiental contemporánea, la humanidad, con su desarrollo
científico-técnico y eficiente gobernabilidad, puede tomar medidas para
controlar, adaptarse, mitigar o prevenir los impactos humanos sobre el medio
ambiente, entre los que se destaca el calentamiento global y el cambio
climático en general.
Una
nueva forma de pensar y actuar
Frente
a la grave problemática ambiental, interpretada por muchos como prueba de que
el homo sapiens se ha convertido en
una fuerza geológica planetaria capaz de provocar daños y desequilibrios muy
poco favorables para su futuro en la Tierra, se impone que la humanidad
replantee formas de pensar y de actuar con respecto a cómo interactuar y
utilizar el medio ambiente en el que vive y del cual vive. Urge construir una
nueva cultura ambiental, sustentada en una visión ecocéntrica y humanística del
medio ambiente, basada en el manejo racional y la relación armónica
(ecosistémica) entre naturaleza y sociedad humana, global y localmente. En este
sentido, el autor, impulsado por su vocación pedagógica y sus experiencias
investigativas, pretende resaltar, en dicha construcción, el papel de la
educación de cada persona, en interrelación con las dimensiones políticas, científico-tecnológicas,
legales, éticas o estéticas de este complejo proceso.
El
estudio crítico realizado por este autor sobre el estado actual de la cultura
ambiental para el desarrollo sostenible en profesores y estudiantes de carreras
pedagógicas en la Universidad de Matanzas, reveló que su mejora demanda prestar
atención a la débil implicación personal de estos, en conocer y solucionar
problemas ambientales de sus contextos de vida. Ante la situación antes
planteada, se elaboró un sistema de indicadores que facilita la autovaloración
del desarrollo de la cultura ambiental para el desarrollo sostenible, como una
de las vías para fomentar el protagonismo, la implicación personal y la
responsabilidad ciudadana y profesional en la construcción de sus saberes,
fundamentos éticos y comportamientos medioambientales.
Dichos
indicadores fueron derivados de una meditada definición de la variable cultura
ambiental para el desarrollo sostenible, labor realizada por un grupo de
investigadores en el proyecto científico: cultura ambiental con enfoque
sostenible y preparación profesional pedagógica para educarla desde la escuela,
los cuales deberán ser debatidos y reformulados en un taller antes de proceder
a la autovaloración reflexiva y crítica del estado actual de la cultura ambiental
de cada participante. Se evidenció que este procedimiento contribuye a la
formación ambiental, ya que permite cumplir diversas funciones didácticas y
educativas. Se ha implementado en la formación inicial de docentes, en
postgrado, así como en la extensión cultural, con gran aceptación de
estudiantes y docentes.
La variable de cultura ambiental para el
desarrollo sostenible fue definida como[30]:
El conjunto de rasgos
distintivos, espirituales y materiales, intelectuales, afectivos y comportamentales
que caracterizan los modos de interacción hombre-sociedad-naturaleza en una
sociedad, un grupo social o en una persona y que son determinantes en la
magnitud y el signo de su impacto sobre el medio ambiente donde se desarrolla.
La cultura ambiental para el desarrollo
sostenible contempla tres dimensiones dialécticamente entretejidas: saberes
ambientales indispensables, una ética ambiental de justicia y responsabilidad,
así como capacidades de gestión ambiental generales y profesionales; todas
estas son correspondientes con las esferas cognitiva, afectiva y conductual del
desarrollo personal.
Conviene que cada
ciudadano aprenda a autoevaluar el nivel de desarrollo de su cultura ambiental
enfocada al desarrollo sostenible y, a partir de su auto percepción, se
disponga a mejorarla, para lo cual se sugiere el siguiente sistema de
indicadores[31] que permiten caracterizar,
de modo personal, las dimensiones antes apuntadas[32]:
Tabla 1. Dimensiones
e indicadores para la autoevaluación de la cultura ambiental personal
En la dimensión
cognoscitiva o de los saberes ambientales generales se proponen los
siguientes indicadores: |
En la
dimensión ética- ambiental, cuyos indicadores se refieren a sí: |
En la dimensión
comportamental o conductual, referida a la aplicación en la práctica, los
indicadores propuestos son: |
-Conoce qué
es el medio ambiente: su importancia, enfoques para su gestión y los
componentes que se le reconocen en la actualidad. -Identifica
los problemas medioambientales a diferentes escalas: global, regional,
nacional, local, sus causas y consecuencias, así como medidas de prevención,
solución o mitigación. -Razona
sobre el desarrollo sostenible como salida a la crisis ambiental: sus
fundamentos generales (filosóficos, sociológicos, psicológicos, tecnológicos)
para estudiar la relación medio ambiente-desarrollo desde la perspectiva de
la sostenibilidad. -Establece
una adecuada relación entre cultura ambiental, educación ambiental y escuela,
así como una adecuada valoración del papel mediador de los educadores en su
formación. -Reconoce a la educación
ambiental como dimensión de la educación integral de la personalidad de cada
individuo. |
-Muestra
actitudes consecuentes con los esfuerzos por alcanzar el equilibrio medio
ambiente-desarrollo sostenible: indagación, actualización, difusión,
comunicación, valoración, implicación y cooperación. -Defiende
valores morales que orientan el comportamiento personal y profesional hacia
el desarrollo sostenible: laboriosidad, responsabilidad, profesionalidad,
identidad y solidaridad, entre otros. -Expresa
sentimientos que evidencian apego a las ideas del desarrollo sostenible: amor
a la naturaleza y a la obra creada por el ser humano, rechazo a los actos que
agreden el medio ambiente, deseos de estar informado y de participar en la
solución de problemas medioambientales. -Posee alto sentido del
deber de incorporar sistémicamente la dimensión ambiental en los procesos de
su cotidiano de vida y actividad profesional. |
-Manifestación
de comportamientos cotidianos responsables, que evitan la aparición o
agravamiento de problemas medioambientales. -Participación
activa en la búsqueda de solución o mitigación a problemas medioambientales
locales y de su entorno más cercano. -Noción de
las características del estado ambiental de su entorno más cercano, así como
de la cultura ambiental que prevalece en sus habitantes. -Gestación
de acciones de mejoramiento ambiental para el desarrollo sostenible con la
participación de sus conciudadanos. -Incorporación efectiva
de la dimensión ambiental (planificación, ejecución y control) en todos los
procesos de su vida cotidiana y profesional. |
Fuente: Elaboración
propia.
Después de comprender el contenido y alcance de los indicadores
propuestos, ¿Cómo
debe proceder la persona para aproximarse al autoconocimiento del estado de su
cultura ambiental? Pues, este deberá ser un acto de honestidad individual,
reflexión autocrítica y autoconocimiento, proyectado hacia el mejoramiento de
la persona[33]
en el plano de su relación con el medio ambiente en que vive. Las categorías por
utilizar serían de corte cualitativo, cada indicador podrá ser valorado de: muy
favorable, favorable o poco favorable y, finalmente, se hace un balance
aproximativo, tomando en cuenta las categorías predominantes; aunque lo más
importante es que ocurra la mirada crítica hacia uno mismo, se tracen metas
para mejorar la cultura ambiental y se estimulen los deseos de impactar
positivamente sobre el medio ambiente.
De vuelta al debate científico
sobre el Antropoceno, el autor de estos apuntes reconoce que es importante
porque los científicos intentan configurar un modelo global que explique el
funcionamiento actual del sistema terrestre[34],
altamente impactado por la tecnosfera; pero, es más importante trabajar para
que las nuevas generaciones adquieran una nueva cultura ambiental y se
dispongan resueltamente a vencer los grandes desafíos del futuro, para que en
una fecha no tan lejana, se vuelva al debate sobre qué nombre otorgar a la
nueva etapa geológica caracterizada porque el humano pudo convertirse en una
fuerza geológica a favor de la relación armónica entre el desarrollo de la
sociedades humanas y la naturaleza.
Conclusiones
La
gran magnitud e intensidad alcanzada por la actividad humana sobre la Tierra es
innegable; no obstante, son insuficientes las evidencias geológicas de sus
impactos duraderos, caracterizados por una desigual distribución espacial y
temporal. Por tal motivo, el Antropoceno no está legitimado como concepto
geocronológico, aunque es de gran utilidad porque suscita polémicas que
incentivan la reflexión global sobre la impostergable unidad de los esfuerzos políticos,
científicos, tecnológicos y sociales que la humanidad necesita para reorientarse
hacia la armonía con la naturaleza y superar su actual crisis civilizatoria.
Lo
más relevante de intervenir en el debate acerca del Antropoceno es que indica un
camino para superar la crisis civilizatoria actual, cuyos problemas más
preocupantes son los medioambientales: la necesidad urgente de construir una
nueva cultura ambiental que facilite pasar de una visión antropocéntrica y
productivista, basada en la falsa idea del dominio sobre la naturaleza, a una
ecocéntrica y humanística, basada en la armonía y manejo racional de los
servicios ambientales y de la sociedad humana. Ese cambio cultural involucra a
todos los países, todos los sectores de la sociedad y a cada persona.
Las
nuevas generaciones tienen grandes retos que vencer en el futuro antropocénico y
los humanos de hoy deberán sembrar los saberes, las actitudes, los sentimientos
y las voluntades (aspectos no dados al homo
sapiens por herencia biológica, sino sociocultural) que le permitan
lograrlo mediante políticas integrales a escala global, en las que el ser
humano sea la prioridad y no las ganancias económicas o las ventajas políticas.
Formato de citación según APA
Mesa-Ortega, W. R. (2021). Antropoceno,
¿Última unidad geocronológica o llamamiento a la nueva cultura ambiental que necesita la humanidad? Revista Espiga, 20 (42), páginas 99-117.
Formato de citación según Chicago-Deusto
Mesa-Ortega, Wilfredo
Ricardo. «Antropoceno,
¿Última unidad geocronológica o llamamiento a la nueva cultura ambiental que
necesita la humanidad?». Revista Espiga 20, n.º
42 (julio-diciembre, 2021): páginas
99-117.
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[1] Jeffer
Chaparro e Ignacio Meneses, «El
antropoceno: aportes para la comprensión del cambio global», Ar@cne.
Revista electrónica de recursos en internet sobre Geografía y Ciencias Sociales,
n.° 203 (2015): 4.
[2] Liz-Rejane Issberner y Philippe Léna, «Antropoceno:
la problemática vital de un debate científico», Correo de la Unesco,
2018-2, acceso: 20 de setiembre de 2021, https://es.unesco.org/courier/2018-2/antropoceno-problematica-vital-debate-cientifico
[3] José
Martí, Obras Completas: Discurso
en el Liceo Cubano, Tampa. Tomo 4
(La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1991), 279.
[4] Issberner y Léna, «Antropoceno: la problemática…»
[5] Laura Plitt, «¿Qué es el Antropoceno, la “Edad de
los humanos” y que expertos aseguran hemos entrado?», BBC Mundo, 30 de agosto de 2016,
acceso: 20 de setiembre de
2021, https://www.bbc.com/mundo/noticias-37220892
[6] «Léxico del Antropoceno», Correo de la Unesco, 2018-2, acceso: 20 de setiembre de 2021, https://es.unesco.org/courier/2018-2/lexico-del-antropoceno
[7] Shiraz Sidhva, «La
humanidad es una fuerza geológica», Correo de la Unesco, 2018-2, acceso: 20 de setiembre de 2021,
https://es.unesco.org/courier/2018-2/humanidad-es-fuerza-geologica
[8] Wilfredo Mesa, «Geología
Elemental». Material de consulta de curso. Licenciatura en Educación Biología-Geografía
y Biología-Química, Universidad de Matanzas. En soporte digital, 2017.
[9] Ibíd.
[10] «Léxico
del Antropoceno…»
[11] Ibíd.
[12] Plitt, «¿Qué es el Antropoceno…»
[13] Ibíd.
[14] José Mateo,
«Medio Ambiente y Desarrollo» (La
Habana: Universidad de La Habana. Facultad de Geografía, 2002). En soporte
digital.
[15] Federico Engels,
Dialéctica de la naturaleza. El papel del trabajo en el proceso de
transformación del mono en hombre (La Habana: Editora Política, 1979),
151-152.
[16] José Martí, Obras Completas: Maestros ambulantes. Tomo 8 (La Habana: Editorial de
Ciencias Sociales, 1991), 289.
[17] Chaparro y Meneses, «El Antropoceno: aportes…»
[18] Plitt, «¿Qué es el Antropoceno…»
[19] «¿Qué es
la tecnosfera?», Alberto
Cajal, acceso: 23 de setiembre de 2020, https://www.lifeder.com/tecnosfera/
[20] «El peso
insostenible de la tecnosfera», Jan Zalasiewicz, Correo de la Unesco, 2018-2, acceso: 20 de setiembre de 2021, https://es.unesco.org/courier/2018-2/peso-insostenible-tecnosfera
[21] «Desastre
en Dominica: ¿El Antropoceno o el Capitaloceno?», Andreas Malm, Correo de la Unesco, 2018-2,
acceso: 20 de setiembre de 2021, https://es.unesco.org/courier/2018-2/desastre-dominica-antropoceno-o-capitaloceno
[22] Engels, Dialéctica
de la naturaleza..., 154.
[23] Sidhva, «La humanidad es…»
[24] N. Sosa,
«Perspectiva ética», Colección Monografías de Educación Ambiental, Fundación
Universidad-Empresa (Madrid: UNED, 1995), 67.
[25] Fidel
Castro, Discurso pronunciado ante la
Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo (La Habana: Editora
Política, 1992), 1-3.
[26] Aramis Latichinian, El
ambientalista crítico. Ante el nuevo escenario de América Latina (Lima: Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2014), 161.
[27] L. Martínez, «A propósito de la encíclica "Laudato
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[28] José Mateo, Cuba: los retos de un país en Revolución para enfrentar la
crisis ambiental (La Habana: Editorial Nuevo Milenio, 2015), 37.
[29] Ministerio
de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba (Citma), «Estrategia Ambiental Nacional (2016-2020)»,
La Habana, 2015, 34.
[30] Wilfredo
Mesa, «Cultura ambiental con enfoque
sostenible y preparación profesional pedagógica para educarla desde la escuela»,
Informe final de proyecto de investigación, Universidad de Matanzas. En soporte
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[31] Wilfredo
Mesa y Rosa M. Fajardo, «Taller para
autoevaluar la cultura ambiental». En memorias de Taller Internacional
de Educación Ambiental Educambie 2017, Universidad de Matanzas, 2017.
[32]Teresita
Maldonado, Modelo de evaluación y acreditación de los Centros de Educación y
Cultura ambiental (Ciudad de México: Secretaría de Medio Ambiente y
Recursos Naturales, 2009).
[33]
Norma Cárdenas, «La formación de alumnos activos y reflexivos en el proceso de
enseñanza-aprendizaje» (Congreso
Internacional Pedagogía, La Habana, Cuba, 3 al 7 de febrero de 2003).
[34] Issberner
y Léna, «Antropoceno: la problemática…»